El viento
Hay expertos que atribuyen al viento la capacidad de perturbar la mente de los seres humanos. Lo hacen apoy¨¢ndose en estudios e informes estad¨ªsticos que parecen constatar una mayor incidencia de los problemas psiqui¨¢tricos en las zonas m¨¢s azotadas por los vientos. Es el caso de algunas provincias costeras, otras de la meseta recorridas por los grandes flujos de aire, y de los municipios de monta?a. Un conocido psiquiatra dice que en los pueblos de la sierra siempre suceden las cosas m¨¢s raras, y el pasado fin de semana hubo un par de noticias en otras tantas localidades serranas de Madrid que estoy seguro ¨¦l habr¨¢ atribuido al viento. La primera ocurri¨® en la pedan¨ªa de Matalpino, municipio de El Boalo donde al cura p¨¢rroco le dio la ventolera y neg¨® la comuni¨®n a la alcaldesa y a la primera teniente de alcalde durante la misa de Santa ?gueda, patrona del lugar. Hay que estar muy airado para dejar a esas dos se?oras devotas y de derechas de toda la vida con la boca abierta esperando la hostia tras guardar la cola de los comulgantes. Fue cruel. All¨ª las plant¨® priv¨¢ndolas de la sagrada forma ante las fuerzas vivas de todo el municipio, incluida la Guardia Civil en traje de gala. Nadie entend¨ªa nada, por lo que pidieron al arzobispado una explicaci¨®n y la consiguiente disculpa a tama?a afrenta, amenazando, de lo contrario, con echar al p¨¢rroco del pueblo. La primera reacci¨®n de las autoridades eclesi¨¢sticas fue la bomba; un portavoz reconoc¨ªa al p¨¢rroco la potestad de negar la comuni¨®n "en caso de pecado mortal", aunque admitiendo que el procedimiento no era muy habitual. Semejante salida tendr¨ªa alg¨²n sentido si el sacerdote en cuesti¨®n fuera el confesor personal de las dos damas, pero no era el caso, y si las se?oras estaban en pecado, el cura lo desconoc¨ªa.
En consecuencia, la ¨²nica justificaci¨®n que encontraron en el pueblo a su extra?o proceder fue que hubiera decidido castigarlas por negarse a recalificar ciertos terrenos de Cerceda para la construcci¨®n de una parroquia, es decir, como en la ¨¦poca de los Borgia. Cuatro d¨ªas despu¨¦s, el vicario episcopal sent¨ªa en su cara el viento fresco de El Boalo. Hasta all¨ª viaj¨®, en primer t¨¦rmino, para escuchar a todos y, una vez o¨ªdos, echarse las manos a la cabeza por la machada medieval del p¨¢rroco, con la posterior y consiguiente presentaci¨®n de disculpas. Cuando el vicario abandon¨® aquel municipio, soplaba fuerte del Noroeste. Era el mismo vendaval que avivaba las llamas en un paraje natural no muy distante de all¨ª a vuelo de p¨¢jaro. El fuego arrasaba una de las zonas m¨¢s emblem¨¢ticas del municipio de Bustarviejo, localidad rica como pocas de la Comunidad de Madrid en espacios de valor medioambiental. El de febrero est¨¢ lejos de ser un mes de riesgo en materia de siniestros forestales, y en consecuencia suele haber mayor relajo en la actuaci¨®n de los equipos de extinci¨®n. Los bomberos tardaron en llegar aquella tarde, y a¨²n m¨¢s tard¨ªa fue la concurrencia de un hidroavi¨®n y dos helic¨®pteros del Sercam, los mejores instrumentos, por eficacia, de que dispone el Gobierno regional para atacar los incendios en el monte. Su concurso, junto con las cuatro dotaciones del cuerpo de extinci¨®n y varias cuadrillas forestales, no logr¨® evitar que cinco hect¨¢reas de pinos y robles, algunos de ellos centenarios, quedaran completamente calcinadas. Pero no ser¨ªa justo culpar a Protecci¨®n Civil de los da?os ocasionados, la culpa fue del viento. Del aire que soplaba con fuerza y de la ventolera que le dio a un vecino que se puso a quemar en vivo unas zarzas que le molestaban, en vez de arrancarlas y pegarles fuego en lugar seguro. Lo m¨¢s curioso es que el individuo que procedi¨® de semejante forma era el hasta hace poco presidente de la asociaci¨®n Maragil, una organizaci¨®n ecologista local que tom¨® el nombre de aquel paraje singular que aquella tarde ardi¨®.
Es decir, que el l¨ªder de Maragil acababa de quemar Maragil. Cuentan que algunos de sus convecinos a los que, llevado de su desaforado integrismo medioambiental, denunci¨® in misericorde por podar demasiado los ¨¢rboles o pisar un simple helecho, se lo quer¨ªan comer. Ninguno tuvo en cuenta el devastador efecto que los vientos serranos provocan en el cerebro de los talib¨¢n. Sean curas o ecologistas.
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