Monterroso publica "La vaca", una colecci¨®n de ensayos
La vaca de Augusto Monterroso (1921) no es triste, ni resignada ni tiene los ojos ciegos. La vaca de Monterroso todav¨ªa embiste al paso de las locomotoras, para usar la imagen de Maiakovski. S¨®lo hay que leer su libro -La vaca, desde luego-, que acaba de publicar Alfaguara, una colecci¨®n de ensayos donde la literatura no se rinde -todo lo contrario: cuando es preciso, cornea a la vida- y que reflejan el ¨²ltimo gusto de su autor: "Quiero hacer libros que sean en verdad ensayos, ensayos personales. La gente tiene una visi¨®n equivocada del ensayo. Se piensan que un ensayo ha de demostrar algo. Y el ensayo, desde Montaigne hasta ahora, puede ser s¨®lo una suma de opiniones, opiniones sobre una escoba o sobre un cielo".El libro desvela alguna de las claves de la p¨®etica de Monterroso. Y da noticias divertidas y sombr¨ªas -lo uno y lo otro cabe en una l¨ªnea, como conviene a alguien que se parapeta tras una cita atribuida a Mallarm¨¦e: "Toda abundancia es est¨¦ril"- sobre Monterroso y el viaje de su vida y de sus textos.
Divertida, por ejemplo, la ampliaci¨®n de su zoo. No por la vaca s¨®lo. Es bastante conocido que Monterroso escribi¨® uno de los cuentos m¨¢s realistas de toda la historia de la literatura: "Cuando despert¨® el dinosaurio todav¨ªa estaba all¨ª". Y tal vez el m¨¢s breve. Pero tal brevedad no parece haber sido suficiente. En su relato La metamorfosis de Gregor Mandel, el autor explica c¨®mo Mario Vargas Llosa, en una rese?a elogiosa sobre el cuento, convirti¨® al dinosaurio en unicornio. Y Carlos Fuentes, en un cocodrilo. Y otros autores menores en rinoceronte, hipop¨®tamo y drag¨®n: "A¨²n debo escribir m¨¢s corto", razona impecable.
Elegante tristeza
Las ¨²ltimas l¨ªneas de Vivir en M¨¦xico -que es tambi¨¦n el ¨²ltimo relato del libro- son de una tristeza elegante y perturbadora: "Las amistades se desgastan, desaparecen o se van concentrando en unos pocos que, a su vez, empiezan a ver las cosas del mismo modo, es decir, con nostalgia, porque la vida est¨¢ acabando y es mejor irse despidiendo en vida, sin decirlo, simplemente dej¨¢ndose de ver, de llamar, de amar". Esas despedidas en vida caracterizan ahora su tiempo: "Es inexorable. Las amistades se desgastan, se acaban, ya nada es lo que fue. Yo escribo de esa melancol¨ªa. Tenga en cuenta tambi¨¦n que esto est¨¢ escrito desde M¨¦xico, que es una ciudad muy grande, donde la gente vive sin verse porque no se pueden salvar f¨¢cilmente las distancias".
Para la creciente soledad, Monterroso dispone de un espec¨ªfico cl¨¢sico, ya usado, dice, por Quevedo: el di¨¢logo con los difuntos. Siempre fue un lector compulsivo, pero la edad no ha hecho m¨¢s que aumentar su raci¨®n diaria de libros. Pero la soledad no ha introducido variaciones en su temperamento de escritor: "Siempre fui un escritor lento y escaso. Y lo sigo siendo. He tardado 12 a?os en escribir estas 150 p¨¢ginas que ve".
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