M¨¢s poder
Reci¨¦n escaldado por su intento de imponer cuotas a las productoras de Estados Unidos, el presidente de la Generalitat tiene que dar marcha atr¨¢s en su propuesta de fifty-fifty para los discursos de la Corona. Sugerencia ¨¦sta doblemente desafortunada porque, adem¨¢s de la descortes¨ªa hacia el Rey, ha arruinado el posible efecto de su reciente y program¨¢tico discurso en ESADE; un discurso, como el mismo presidente tem¨ªa, algo pesado, muy jur¨ªdico y constitucional, pero cargado de contenido pol¨ªtico. Pujol no habla desde el monte ni aprovecha el vandalismo de fin de semana para salirse por alguno de los repugnantes registros que son cada vez m¨¢s la marca de ciertos nacionalistas vascos. Ni improvisaci¨®n ni cinismo, Pujol opta por la conferencia y el pensamiento elaborado. Ser¨ªa un error no prestarle atenci¨®n arrastrados por el ruido de su 50%.Dentro de unos meses se cumplir¨¢n 20 a?os del Estatuto de Catalu?a y del primer triunfo electoral de CiU en elecciones para el Parlamento catal¨¢n. Estos ¨²ltimos 20 a?os, dice Pujol, arrojan un buen balance -competencias impensables, polic¨ªa, car¨¢cter pluriling¨¹¨ªstico del Estado, derecho civil- gracias, entre otras cosas, a la Constituci¨®n y el Estatuto. Pero la interpretaci¨®n dada a esas dos normas jur¨ªdicas ha impedido el "reconocimiento singular" de Catalu?a, encontrar soluciones particulares en las que plasmar la diferencia, la heterogeneidad de la naci¨®n catalana. Hay un problema nacional espec¨ªfico de Catalu?a y del Pa¨ªs Vasco -afirma Pujol, olvidadizo de Galicia- que no encuentra respuesta adecuada en la Constituci¨®n ni en los Estatutos.
?Qu¨¦ hacer? Para tranquilidad de sus electores, Pujol rechaza hoy la aventura anunciada ayer de acometer un nuevo proceso constituyente: la Constituci¨®n est¨¢ blindada y ser¨ªa pena in¨²til intentar su reforma. Pero el texto constitucional es como una historia interminable que ofrece m¨²ltiples y diferentes lecturas. Releamos, pues, la Constituci¨®n con el mismo esp¨ªritu de pacto entre ciudadanos y pueblos con que fue escrita y promulgada. Fruto de esa relectura, y de un amplio debate convocado para cuando vaya bien corrido el a?o 2000, una mayor¨ªa cualificada del Parlamento catal¨¢n deber¨¢ proponer una reinterpretaci¨®n que obligue a las Cortes Generales a pronunciarse sobre las demandas "justas y asumibles" de Catalu?a.
No podr¨¢ negarse oportunidad ni inteligencia a la propuesta. Desde 1984, el nacionalismo no avanza ni un mil¨ªmetro en apoyo electoral; por el lado de la presi¨®n popular, todo lo que la clase dirigente pod¨ªa conseguir est¨¢ ya m¨¢s que exprimido. Tambi¨¦n lo est¨¢ todo lo exigible a cambio de gobernabilidad, o sea, gracias a esa envidiable situaci¨®n que consiste en vivir sin oposici¨®n en Barcelona mientras se disfruta de derecho de veto en Madrid. ?C¨®mo avanzar en la conquista de m¨¢s poder pol¨ªtico si no es presumible un aumento de votos nacionalistas ni aceptable una mayor presi¨®n sobre los gobiernos de Madrid? Pues recomponiendo un "Pacto institucional de autogobierno" por el que todas las fuerzas pol¨ªticas catalanas acuerden, tras releer la Constituci¨®n, reformar el Estatuto con vistas a conseguir un "grado de poder pol¨ªtico m¨¢s alto" para Catalu?a.
Este pacto institucional de autogobierno se parece mucho al ¨¢mbito vasco de decisi¨®n: sin disponer de m¨¢s electores, sin margen para exigir mucho m¨¢s de lo ya obtenido a cambio de gobernabilidad, los nacionalistas han decidido utilizar sus respectivos parlamentos como herramientas para forzar pactos de Estado que les otorguen m¨¢s dinero y m¨¢s poder. El nacionalismo vasco lo intenta por la tremenda, yendo a remolque de su facci¨®n extrema y excluyendo a los partidos no nacionalistas; el catal¨¢n, m¨¢s pactista, pretende situarlos a su cola. Mientras tanto, los partidos de ¨¢mbito estatal, navegando entre el federalismo de unos y el todo va bien se?ora la marquesa de los otros, dan la impresi¨®n de haber sido sorprendidos con el paso cambiado.
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