Monstruos
ADOLF BELTRAN An¨®malo o prodigioso, el monstruo tiene su ambivalencia, su fenomenolog¨ªa, su devoci¨®n y sus adeptos. Los focos de la informaci¨®n de masas suelen rastrear su presencia para fijarla con los alfileres del asombro, la indignaci¨®n o la simple curiosidad morbosa. A menudo se pierden con ello el trasfondo y las circunstancias que explican su extra?eza. Detr¨¢s de cada monstruo, como de cada h¨¦roe, casi siempre hay una historia, un mundo oculto. Es abundante la galer¨ªa de monstruos can¨®nicos en un pa¨ªs como el nuestro, tan pr¨®digo en sucesos. Antonio Angl¨¦s, el desaparecido asesino de las ni?as de Alc¨¤sser, representa la abominaci¨®n de ese esp¨¦cimen letal. Pero hay otra galer¨ªa de deformidades, digamos, vivenciales, y otra de fen¨®menos pol¨ªticos, y otra de rarezas sociales. Son monstruos en cursiva, atractivos y odiosos seg¨²n para quien, productos grotescos de la celebridad o del poder. Canal 9, sin ir m¨¢s lejos, abre cada semana una T¨®mbola de monstruos vac¨ªos, huecos, espeluznantes en su banalidad. La vida pol¨ªtica segrega seres inveros¨ªmiles, como ese alcalde de Pego que Uni¨®n Valenciana puso en el mercado y el PP sostiene en la alcald¨ªa para que lleve adelante su cruzada contra el marjal y contra las arcas del Ayuntamiento. Tiene Carlos Pascual todos los estigmas del populismo, esa altaner¨ªa cabezota que a menudo suscita admiraci¨®n en los c¨ªrculos m¨¢s imprevisibles. ?C¨®mo se explica, si no, que alguna progres¨ªa haya jaleado a Paco Roig, ese monstruo del negocio f¨¢cil que se ha apoderado del Valencia CF? La falta de escr¨²pulos les caracteriza a todos. Exhibicionistas de su descontrol, son ajenos al sentido de la obscenidad y a las zarandajas de la ¨¦tica. Hasta cierto punto, como el doctor Jekill, todos corremos el peligro de convertirnos en Hyde en un momento u otro. Lo revela, de forma inquietante, la mirada que llega a trav¨¦s del humor o de la s¨¢tira. Sean de la pol¨ªtica, de la sociedad o de la cultura, la cr¨ªtica aguda devuelve a algunos personajes p¨²blicos la imagen vulnerable de una desnudez meticulosamente disfrazada. A nadie le gusta que le miren con intenci¨®n tan demoledora. Y el enfado suele ser, entonces, monstruoso.
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