Marzo ventoso
Es un hecho que los entrenadores temen especialmente los idus de marzo. Vuelven de las vacaciones de verano rumiando la temporada de primavera, calculan los esfuerzos para que el equipo vaya de menos a m¨¢s, se enredan en largas cavilaciones sobre la influencia de los biorritmos, organizan su calendario de reuniones, interpretan el ce?o de los directivos, sondean el mercado de invierno, buscan las conexiones entre el rendimiento y la vida sentimental y, en fin, deciden la suerte que les espera a la vista del programa de bodas, bautizos, comuniones, divorcios, exclusivas, raptos, escapadas y gatillazos de las lumbreras de la plantilla. Pero, incidencias al margen, est¨¢n convencidos de que el destino de la temporada empieza a incubarse a mediados de marzo, cuando los equipos han tensado todas las fibras de la musculatura, cuando el enemigo ha revelado sus mayores secretos y, claro est¨¢, cuando empiezan a faltar balas en la cartuchera.En la cabeza de la lista los poderes est¨¢n muy claros. Arriba, el Bar?a se mueve como casi siempre por cumbres borrascosas. Viene de un turbulento pasado de centenarios, pa?oladas, homenajes, ca¨ªdas y resurrecciones que hacen pensar en uno de esos imprevisibles gigantes con pu?os de plomo y mand¨ªbula de cristal. Tan cierto es que tiene una pegada fulminante como que sufre m¨¢s que nadie el contragolpe. Sus adversarios saben que s¨®lo necesita un cuarto de hora para derribar cualquier muro, pero ll¨¢mense Craioveanu, Juninho o Claudio L¨®pez, saben tambi¨¦n que deja pocas reservas en la retaguardia y que en ausencia de Guardiola tiene delicada la columna vertebral. Es el indudable favorito, pero en su juego se representan fielmente la grandeza y la miseria del agresor : puesto que ataca sin mirar atr¨¢s, puede morir por la espalda.
El Valencia, el Deportivo y el Mallorca, en cambio, son equipos de pron¨®stico reservado. No conciben el f¨²tbol como un juego, sino como una tarea. Declaran el domingo d¨ªa laborable y prescinden de cualquier tentaci¨®n de convertirlo en una fiesta. En la obsesi¨®n por vigilar la garita, visten su uniforme de camuflaje, se ponen la dentadura de aluminio y emplean su tiempo en las tareas del francotirador. Ellos no cobran por conquistar: simplemente se esconden, vigilan y aguardan. Practican todos los m¨¦todos defensivos posibles: se repliegan bajo su caparaz¨®n como la tortuga, se encogen bajo sus p¨²as como el erizo o se hacen el muerto como la ara?a. Nadie ignora que en ese ejercicio de disimulo y de paciencia s¨®lo mantienen al Piojo, al Turu o a Dani en tensi¨®n, mientras llega la ocasi¨®n de clavarlos en la yugular. Tambi¨¦n son enemigos dif¨ªciles, pero vulnerables, y su debilidad est¨¢ implicada en su propio estilo: si el contrario decide imitarlos, sufren el mismo ataque de ansiedad que el esp¨ªa que no consigue recordar la contrase?a. En ese caso se limitan a quemar los minutos y convierten el estadio en un insufrible escenario sospechosamente parecido a una sala de espera.
A su lado, el Madrid y el Celta tienen la cara demacrada de los convalecientes. Vienen de una fuerte depresi¨®n cuyos or¨ªgenes son muy precisos: el Celta fue v¨ªctima de los azares de la competici¨®n, y el Madrid sali¨® tarde de la anestesia. En resumen, ambos tienen el tiempo justo para lamerse las heridas, porque las heridas del juego s¨®lo se curan jugando.
Es as¨ª como ante el temible marzo apenas sabemos dos cosas : que la tabla separar¨¢ a los aspirantes de los supervivientes, y que en el empe?o por subsistir todos pondr¨¢n en pr¨¢ctica el viejo arte de golpear sobre las cicatrices. Una vez m¨¢s, se trata de conseguir que el contrario se desplome para siempre en un ¨²ltimo resoplido.
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