La simulaci¨®n del victimismo
La aparici¨®n el pasado s¨¢bado en Renter¨ªa del cuerpo sin vida de Jos¨¦ Luis Geresta Mujika, procesado en rebeld¨ªa en diciembre de 1996 por su presunta pertenencia al comando Donosti, puso r¨¢pidamente en marcha la maquinaria judicial encargada de investigar las circunstancias y las causas de la muerte. Si los primeros informes de la polic¨ªa auton¨®mica y de la Consejer¨ªa de Interior del Gobierno vasco se pronunciaban por el suicidio (el disparo en la sien y la pistola de calibre 22 encontrada al lado del cad¨¢ver avalaban tal hip¨®tesis), la posterior autopsia y la prueba de bal¨ªstica han confirmado plenamente esa explicaci¨®n. La familia del fallecido, sin embargo, ha pedido a la juez de San Sebasti¨¢n una segunda autopsia y la pr¨¢ctica de pruebas radiol¨®gicas. Ciertamente, no hace falta ser lector de novelas policiacas para admitir la posibilidad de que las apariencias de un suicidio pueden ocultar un crimen: el oscuro episodio de la muerte de varios presos de la Fracci¨®n del Ej¨¦rcito Rojo en una c¨¢rcel de alta seguridad alemana nunca fue plenamente aclarado. Sin embargo, resultar¨ªa absurdo pedir a la juez donostiarra no una buena fundamentaci¨®n de la versi¨®n del suicidio sobre la base de indicios racionales, sino la probatio diabolica de la imposibilidad metaf¨ªsica de cualquier alternativa contrafactual favorable a la hip¨®tesis del crimen.Pero los dirigentes de EH son poco amigos de las incertidumbres: Arnaldo Otegi -la cara amable de la coalici¨®n- afirm¨® el domingo que no albergaba "la menor duda" de que Geresta hab¨ªa sido "asesinado por los aparatos del Estado espa?ol". El nacionalismo radical asigna a sus diagn¨®sticos apod¨ªpticos el mismo destino que el pintor del cuento a sus retratos: si con barbas, san Ant¨®n, y si no, la Pur¨ªsima Concepci¨®n. En el caso de que la investigaci¨®n judicial -todav¨ªa en curso- descubriese eventuales se?ales de asesinato en la muerte de Geresta, la denuncia a bote pronto de Otegi resultar¨ªa validada por un poder del Estado; pero, si la segunda autopsia confirmase la versi¨®n inicial del suicidio, los portavoces de EH acusar¨ªan dogm¨¢ticamente a jueces, fiscales y forenses de ocultar un episodio de guerra sucia. De ah¨ª que, sin tomarse la molestia de esperar siquiera al cierre de las diligencias sumariales, los grupos nacionalistas radicales vinculados a ETA hayan aprovechado la oportunidad para dar rienda suelta a su sectaria necrofilia y para montar un obsceno espect¨¢culo de simulaci¨®n destinado a convertir a los verdugos en v¨ªctimas.
El doble juego del nacionalismo radical de aceptar -cuando le benefician- las resoluciones judiciales y el marco normativo del Estado de derecho y de rechazar -cuando le perjudican- las decisiones de los tribunales y las reglas de juego constitucional est¨¢ alcanzado desde hace seis meses inusitados niveles de descaro. Las grandes posibilidades de aprovechamiento de las oportunidades legales que la incorporaci¨®n al Parlamento de Vitoria ofrece a los diputados adultos de EH marcha en paralelo con la impunidad de los grupos juveniles del nacionalismo radical para sus acciones ilegales gracias a la pasividad de las instituciones vascas de autogobierno. Tras el Pacto de Lizarra, el alto el fuego temporal declarado por ETA y la investidura del lehendakari Ibarretxe con los votos de EH, la estrategia contemporizadora del PNV hacia el nacionalismo radical est¨¢ socavando el cumplimiento por el Gobierno de Vitoria no s¨®lo de sus obligaciones constitucionales y estatutarias, sino tambi¨¦n de los deberes gen¨¦ricos de mantenimiento del orden p¨²blico que corresponde al poder pol¨ªtico en cualquier sociedad civilizada. No se trata ya de una violencia callejera que amenace indiscriminadamente a todos los vascos, sean o no nacionalistas; las agresiones y las amenazas est¨¢n dirigidas ahora exclusivamente contra los pol¨ªticos, los intelectuales y los periodistas vascos de ideolog¨ªa constitucionalista, en tanto que los nacionalistas y los ide¨®logos de la equidistancia entre ambas violencias disfrutan de la misma paz de los cobardes de que gozaron durante los a?os treinta los filisteos alemanes indiferentes a la persecuci¨®n de los jud¨ªos por los nazis.
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