Apolog¨ªa de la venganza
Venganza: Satisfacci¨®n que se toma del agravio o da?o recibidos. (Diccionario de la RAE). "No queremos venganza, pedimos que se haga justicia". Esta expresi¨®n, y muchas equivalentes, se han escuchado a menudo con motivo del proceso judicial abierto contra Augusto Pinochet, reiterando una idea frecuentemente repetida con ocasi¨®n del castigo a cualquier criminal. Sin dejar de valorar las buenas intenciones de quienes dicen estas cosas, creo que esta descalificaci¨®n de la venganza se basa en un doble equ¨ªvoco. En primer lugar, desconoce el hecho de que la justicia que se pide ya incluye la venganza. En segundo lugar, presupone una valoraci¨®n moralmente negativa de la venganza como tal, que conviene matizar. Vayamos por partes.La pena que se impone al criminal tiene al menos cuatro finalidades. Primera: proteger a la sociedad de un miembro potencialmente peligroso. Segunda: aunque la realidad de los sistemas carcelarios convierta en ut¨®pica esta intenci¨®n, procurar la rehabilitaci¨®n del criminal. Tercera: disuadir a otros de posibles conductas criminales. Cuarta: ofrecer a la sociedad una satisfacci¨®n que compense de alguna manera el da?o que el delincuente ha causado a sus v¨ªctimas. Si bien es verdad que este ¨²ltimo objetivo no puede convertirse en ¨²nico ni reemplazar a los anteriores en una sociedad civilizada -como sucede con la imposici¨®n de la pena de muerte-, tampoco puede desconocerse su importancia. Ya dec¨ªa Hegel que este car¨¢cter vindicativo o retributivo de la justicia implica considerar el castigo como "algo que contiene el derecho del criminal, y por tanto al ser castigado se le honra como ser racional". Aunque la frase suene algo c¨ªnica y tengamos que reconocer que todo criminal renunciar¨ªa de buen grado a tales homenajes, no puede negarse que al aplicarle el castigo estamos reconociendo su car¨¢cter de agente racional y libre de sus actos criminales, distinguiendo as¨ª la pena que le aplicamos de la mera protecci¨®n social y la posible rehabilitaci¨®n que buscamos al encerrar a un demente o incluso a un animal peligroso.
La concepci¨®n popular de la justicia, que el derecho no puede desconocer, incluye espont¨¢neamente este car¨¢cter vengativo -llam¨¦mosle por su nombre- de las penas judiciales. ?O acaso cuando se exige la aplicaci¨®n de la ley a un criminal aborrecible se est¨¢ pensando ¨²nicamente en evitar delitos futuros o en corregir su conducta depravada? Una vez cometido un crimen cuyos efectos pueden ser irreparables queda al menos la posibilidad de restablecer el equilibrio en la medida de lo posible, exigiendo al delincuente que pague de la ¨²nica forma posible el da?o que ha cometido. Y la ¨²nica forma en que ¨¦l puede pagar consiste en sufrir una pena compensatoria. Esto nos lleva al segundo aspecto de la cuesti¨®n, el de la calificaci¨®n moral de la venganza.
En la filosof¨ªa moral de Kant hay dos afirmaciones distintas, pero complementarias. Se afirma, en primer lugar, que el valor moral de una acci¨®n desaparece cuando se la realiza por conseguir un premio o evitar un castigo. Una acci¨®n motivada por la mera conveniencia del sujeto podr¨¢ ser legal, pero nunca moral. La b¨²squeda de la felicidad, por tanto, no puede convertirse en criterio de moralidad. Pero en segundo lugar tambi¨¦n se dice all¨ª que la raz¨®n exige que la felicidad y el bien moral terminen reconcili¨¢ndose. En otros t¨¦rminos: nuestra concepci¨®n racional de la justicia aspira a que el bueno sea feliz, aun cuando no haya sido la b¨²squeda de la felicidad lo que ha motivado sus buenas acciones. Kant, como buen ilustrado, ten¨ªa tal confianza en el car¨¢cter racional del mundo que llevaba esta exigencia de la raz¨®n hasta el extremo de postular la inmortalidad del alma y la existencia de Dios como condiciones indispensables para que el bien moral y la felicidad, que en esta vida suelen andar a la gre?a, terminen en una armon¨ªa situada m¨¢s all¨¢ del mundo en que vivimos. Lamentando no poder compartir tanta confianza en que el mundo est¨¦ bien hecho, creo que a todos nos queda la exigencia de que las buenas personas sean felices: vemos a cada paso que muchos inocentes sufren y que muchos canallas llevan una vida envidiable y nuestra raz¨®n protesta ante esta manifiesta injusticia.
Creo que el rev¨¦s de esta exigencia tambi¨¦n forma parte de la experiencia moral. As¨ª como aspiramos a la felicidad de las buenas personas, tambi¨¦n la raz¨®n se rebela ante la felicidad de los canallas. A quienes hemos renunciado a la fe kantiana en una justicia trascendente, nos quedan las modestas decisiones que tratan de conseguir, en la medida de lo posible, esa reconciliaci¨®n entre moralidad y felicidad dentro de los l¨ªmites de este mundo. Y la venganza forma parte de esta armon¨ªa: infligir al delincuente una pena proporcionada a su delito implica restablecer en cierta medida un orden que la racionalidad moral exige, convirtiendo este mundo injusto en un lugar donde los hombres reciban las consecuencias de sus actos. Porque si algo caracteriza al ser humano es precisamente su capacidad de responsabilizarse de lo que hace: eliminando el castigo -la venganza-, el criminal elude hacerse cargo de las consecuencias que su acci¨®n ha tenido sobre los dem¨¢s, simulando de esta manera una acci¨®n meramente animal.
Dicho esto, hay que matizar. En una sociedad civilizada, la venganza penal debe quedar en manos del Estado, lo cual no garantiza su justicia, pero al menos disminuye las innumerables arbitrariedades y desproporciones en que las venganzas privadas no podr¨ªan menos que caer. Tampoco puede la venganza convertirse en el objetivo principal de la justicia, en desmedro, por ejemplo, de la rehabilitaci¨®n del delincuente. Y tambi¨¦n conviene advertir sobre las patolog¨ªas que genera la obsesi¨®n por la venganza, al estilo de El conde de Montecristo, cuando una vida entera se orienta a destruir al enemigo antes que a conseguir la propia felicidad. Pero, salvadas las desmesuras, conviene rescatar a la venganza del descr¨¦dito en la que la ha sumido una concepci¨®n moralizante de la ¨¦tica.
Somos muchos los que queremos vengarnos de Pinochet.
Augusto Klappenbach es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa de ense?anza secundaria.
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