Monumentos
Es falso que sobre gustos no haya nada escrito, al menos lo es aqu¨ª en Madrid, porque est¨¢n corriendo r¨ªos de tinta en los que se cuestiona p¨²blicamente el sentido de la est¨¦tica del se?or alcalde. Hace un par de semanas, casi un millar de ciudadanos se manifestaban en la calle convocados por el Club de Debates Urbanos para protestar contra la fealdad de los monumentos y esculturas que han erigido ¨²ltimamente en la capital. Una protesta en la que apuntan directamente a Jos¨¦ Mar¨ªa ?lvarez del Manzano, al que tachan de hortera. Se apoyan para ello en unas cuantas barrabasadas notables, cuya autor¨ªa le atribuyen como algo personal e intransferible. Es el caso de la famosa violetera, esa figurilla vestida de chulapa que plantaron inmisericordies en la esquina de Gran V¨ªa con Alcal¨¢ como si fuera un "ninot indultado".No hay duda de que el monumento es cuanto menos mediocre e insustancial, que all¨ª no pinta nada ni merece ocupar un lugar tan destacado de la ciudad. En el gobierno municipal ya ni siquiera discuten que la mu?eca sea un horror y se limitan a recordar que la colocaron antes de que Manzano fuera alcalde de Madrid. Y no era alcalde, pero s¨ª primer teniente de alcalde, y quienes promovieron la idea aprovecharon su apasionada afici¨®n a la zarzuela para hacerla prosperar. Dudo mucho de que a Manzano le fascinara la obra, pero cuando le tocan el coraz¨®n es blandito y no sabe decir no.
Algo parecido sucedi¨® con la estatua de Juan Pablo II erigida en la explanada de la Almudena y que es otro adefesio notable. El concejal de Cultura, Juan Antonio G¨®mez-Angulo, recuerda tambi¨¦n que no la puso all¨ª el Ayuntamiento, sino el arzobispado, cuando sabe que el gobierno municipal tiene sobradas atribuciones para rechazar cualquier ornamento urbano si lo considera antiest¨¦tico. Est¨¢ claro que el alcalde nunca le hubiera plantado cara al obispo por una efigie del Papa aunque hubieran vestido al Santo Padre de lagarterana.
Esa misma debilidad municipal es la que ha consentido levantar en la esquina de Vallehermoso con Islas Filipinas un monumento al h¨¦roe de la independencia filipina. Se trata de un se?or llamado Jos¨¦ Rizal y que tuvo el m¨¦rito de sublevar a los tagalos para que echaran a nuestros antepasados de aquellas islas. Al Gobierno de Manila le pareci¨® conveniente regalarnos un grupo escult¨®rico para honrar su memoria en nuestros morros, y el Ayuntamiento no supo decirle que no.
Al margen de que aqu¨ª no tengamos nada que agradecerle a ese se?or, lo cierto es que, como conjunto art¨ªstico, es un muerto que ni el propio G¨®mez-Angulo se resiste a criticar.
Motivos tiene, porque vive muy cerca de aquella esquina, lo ve todos los d¨ªas y est¨¢ de Rizal hasta las narices. Dice el concejal que hay monumentos que est¨¢n bien hechos pero mal ubicados, y lo dice especialmente por la estatua de Vel¨¢zquez en la calle de Juan Bravo. Concebida en principio para la plaza de Ramales, donde reposan los restos del pintor, coincidi¨® su terminaci¨®n con la campa?a electoral y alguien pens¨® que recaudar¨ªa m¨¢s votos si la plantaba en el barrio de Salamanca. Y all¨ª est¨¢ con ese pedestal rid¨ªculo que m¨¢s que un homenaje al maestro sevillano parece un monumento a los pitufos. Son decisiones siempre discutibles que Juan Antonio G¨®mez-Angulo cree que eludir¨ªan la controversia de crearse una junta de expertos con representaci¨®n pol¨ªtica para determinar la ubicaci¨®n y conveniencia de un proyecto. Esa junta dar¨ªa su visto bueno y convocar¨ªa un concurso de ideas con el objeto de recoger la mejor. Por concurso fue elegido precisamente el monumento a don Juan en el Campo de las Naciones, una obra del escultor V¨ªctor Ochoa, que algunas voces han llegado a calificar de impresionante. Opiniones siempre subjetivas que no comparten, sin embargo, muchos ciudadanos. Seg¨²n parece, hay ni?os peque?os que cuando pasan junto a aquel busto gigante se agarran a las faldas de su madre porque les da miedo, y otros, no tan ni?os, a los que el monumento les recuerda las apariciones de Poltergeist. Con el arte y con la est¨¦tica no es f¨¢cil agradar a todos. Aunque habr¨¢ que hacer un esfuerzo para no convertir nuestras calles en la galer¨ªa de los horrores.
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