Tiempos muertos
Las procesiones se dividen en dos tiempos. Uno, de naturaleza ef¨ªmera y silenciosa, que justifica la expectaci¨®n y el embrujo. Otro, capaz de eternizarse, que abarcar¨ªa el intervalo comprendido entre un instante cumbre y otro. Entre el sinf¨ªn de estampas que responden a la primera categor¨ªa podr¨ªa citarse el paseo de la Virgen de la Paz por el parque de Mar¨ªa Luisa, la salida del Jes¨²s Cautivo de la parroquia de Santa Genoveva o una mec¨ªa de la Amargura antes de refugiarse en la iglesia de San Juan de la Palma, al comp¨¢s de una saeta nocturna y desgarrada. Por citar escenas ya trazadas esta Semana Santa en Sevilla. Definitivamente m¨¢s duro es bregar con los tiempos muertos, pertenecientes a la segunda categor¨ªa, si no se urden triqui?uelas. El asunto tiene tanto intr¨ªngulis que cabalga entre la condici¨®n terap¨¦utica del paliativo y la categor¨ªa de arte. Como lenitivos pueden clasificarse los recuentos de injertos capilares de cr¨¢neos alop¨¦cicos acomplejados -un for¨¢neo cont¨® ocho implantes, zurcidos como a ganchillo, en la perspectiva de su vecino mientras los nazarenos del Cristo de la Victoria doblaban la esquina de la calle Brasil- o el uso irreverente del tel¨¦fono celular: "Dime, que s¨ª, que estoy en el Tiro de L¨ªnea, que ahora sale la Virgen. S¨ª, s¨ª, van por el tercer tramo. Ll¨¢mame en el cuarto y ya te digo lo que sea". El ejercicio de observaci¨®n ofrece muchas variantes: c¨¢lculo de camisas de color azul (?el¨¦ctrico, ultramar?) por metro cuadrado, penitentes con doble pareja de calcetines, nazarenos con novia entre el p¨²blico (son los que saludan, aunque esto se prohibe en las cofrad¨ªas m¨¢s estrictas), rosarios entrelazados entre relojes. Los entretenimientos verdaderamente art¨ªsticos casi nunca est¨¢n al alcance de los for¨¢neos, que pillan una procesi¨®n y escudri?an t¨²nica por t¨²nica como si fuera el colmo de lo sublime. El arte del espectador procesional, claramente dominado por los sevillanos, reside en tomarse una tapita antes de que el palio equis doble la esquina zeta y, justo cuando asoman los ciriales, colocarse en la posici¨®n ideal para levitar con la escena. El arte del observador consiste en esquivar todos los tiempos muertos y no perderse ning¨²n instante m¨ªtico.
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