?frica llega a las minas de Le¨®n
Un millar de caboverdianos, que vinieron en los setenta a picar carb¨®n, se han convertido en un laboratorio de la integraci¨®n y el racismo en Espa?a
Llegaron de Cabo Verde con un mont¨®n de camisetas en la maleta y alguna de manga larga por si hac¨ªa fr¨ªo. En tren fueron entrando en esta tierra, dejando atr¨¢s la meseta, y el alma se les cay¨® a los pies cuando, curva tras curva, monte tras monte, fue apareciendo el valle nevado de esta tierra negra que es Laciana, en Le¨®n. Un mont¨®n de aldeas alzadas sobre enormes monta?as de carb¨®n y cubiertas de una nieve espesa que jam¨¢s hab¨ªan visto. Tiritaban en la fonda, en el economato, y m¨¢s a¨²n cuando bajaron por primera vez al pozo y salieron de ¨¦l m¨¢s negros de lo que su piel de almendra les ten¨ªa acostumbrados."Entonces me dije: Si esto es Europa, lo tengo muy mal. Estar¨¦ un mes, hasta que tenga el dinero para irme, y me largo", cuenta Jos¨¦ Jo?o L¨®pez, posteador, 40 a?os.
Pero se qued¨®. Y se trajo a la mujer. Hoy, 25 a?os despu¨¦s, con los hijos y abuelas a cuestas, los 400 caboverdianos de Villablino (15.000 habitantes) y los 500 de Bembibre (11.000) se han convertido en un aut¨¦ntico laboratorio en potencia para cualquier estudioso del racismo y la integraci¨®n. Es, en palabras de la soci¨®loga Roc¨ªo Moldes, autora de una tesis sobre el tema en la Universidad Complutense, la ¨²nica comunidad compacta de inmigrantes de otra cultura que ya tiene segundas generaciones en Espa?a, algo ins¨®lito en un pa¨ªs de emigraci¨®n.
A partir de ah¨ª, todos los interrogantes sobre sus ancestrales costumbres de poligamia y el machismo extremo; todo sobre c¨®mo se integran en la mina, en el clima y en la sociedad, todo sobre el lenguaje que hablan con los hijos y sobre c¨®mo ¨¦stos juegan con los blancos se convierte en un apasionante puzzle de preguntas sobre unos africanos que encontraron en la mina mucho m¨¢s que carb¨®n. Ellos, no s¨®lo un sueldo de hasta 400.000 pesetas con el que mantener y honrar a su abundante familia (su mejor patrimonio), sino sobre todo una puerta para huir de un destino escrito al pie de las panojas de ma¨ªz asoladas por la sequ¨ªa.
Los ni?os y ni?as, la escuela que les falt¨® a sus padres. Y el Club Megatrix, y Extremoduro, y el Real Madrid, y el f¨²tbol sala, y Navajita Plate¨¢. Si sus padres se acoplaron, ellos continuaron el camino y se integraron.
?Y las mujeres? Francamente, la mayor¨ªa no ha conseguido mucho m¨¢s que lo que hubieran tenido en Cabo Verde, aunque con m¨¢s lavadoras, microondas y pa?ales desechables: sus tres o cuatro hijos y alg¨²n par de ellos m¨¢s tra¨ªdos por el marido "de fora" (o sea, de otra mujer); su cocina, su plancha, sus tareas. Pero algo m¨¢s: la posibilidad, al menos la posibilidad, de participar en asociaciones, en cursos de alfabetizaci¨®n o de papiroflexia o de acudir a los centros de planificaci¨®n. Algunas, contadas por unidades y despu¨¦s de un par de d¨¦cadas, empiezan a usar los servicios sociales. Y alguna incluso trabaja.
La integraci¨®n funciona, pero no todo es un crisol de conductas ejemplares en Villablino.
La primera respuesta que est¨¢ en boca de todos es que no hay ninguna discriminaci¨®n y que la convivencia de las tres culturas (portugueses son los terceros) "enriquece a todos", como dice Daniel Gonz¨¢lez, director del colegio Manuel Barrio. S¨®lo despu¨¦s, cuando avanzan las conversaciones y los datos se sientan a la mesa, va surgiendo otra respuesta que pocos reconocen en alto y muchos en voz muy baja. Y que, m¨¢s o menos, se resume as¨ª: la atm¨®sfera es buena porque, econ¨®micamente, son independientes; socialmente, no causan problemas, y en la mina, ni hacen huelga, ni quieren mandar. Es m¨¢s, por estar a bien con todos, se afilian a los tres sindicatos.
Pero la realidad es que, cuando alguno de ellos despunta y aspira a m¨¢s, no lo consigue. "Yo aprob¨¦ el curso de vigilante y cuando me present¨¦ para el puesto, el jefe me dijo: "Es que t¨² has nacido con el color cambiao. Si no, ya ser¨ªas vigilante", cuenta Jo?o Blanco. Frente a espa?oles y portugueses, que han ascendido r¨¢pidamente, ellos han pasado m¨¢s de veinte a?os picando en lo m¨¢s profundo del pozo. ?Por qu¨¦? "Eso d¨ªmelo t¨², que eres blanca", dice Dulce, esposa. "Yo no lo s¨¦", calla Juan Miguel, picador. "Es cierto. La empresa no ha querido que los mandos fueran extranjeros", reconoce Fernando Mart¨ªnez, jefe de grupo en Lumajo. Cuando se inici¨® la crisis del carb¨®n, no faltaron panfletos junto a la bocamina que ped¨ªan una Laciana "sin negros".
?stos son los datos m¨¢s deslucidos: no ascienden; ninguno ha sido elegido delegado sindical; y sus hijos, salvo uno, no han sido contratados. Y un dato m¨¢s, ¨¦ste esperanzador: por fin, el verano pasado, una caboverdiana fue elegida reina de las fiestas, un hito para un colectivo que nunca hab¨ªa pasado del rango de "damas". "No quer¨ªan que una negra fuera reina", dice Sonia Cabral, la elegida.
Y eso es justo lo que est¨¢ pasando. Hoy, Sonia, de 18 a?os, cuya madre acude a las clases de alfabetizaci¨®n y es una de las pocas que acude a la asociaci¨®n de mujeres, ha triunfado en las fiestas, tiene novio espa?ol y ni loca se vuelve a Cabo Verde. Sus hermanos, bien lo sabe su madre, encuentran novia en Villablino, y no van a buscarla hasta su archipi¨¦lago africano. Por eso, ya ninguno de ellos volver¨¢.
En los primeros a?os, muchos fueron construyendo casas en Cabo Verde. Poco a poco, iban mandando dinero a sus padres para los ladrillos, las ventanas, el tejado. Pero cuando fueron all¨ª a pasar las vacaciones se sintieron tan extra?os como cuando vinieron aqu¨ª. Y ahora que se prejubilan, y que sus hijos se sienten espa?oles, compran un apartamento en Torrevieja, o en Murcia. "Porque sales de la playa, y con el biquini y un pareo te vas a comprar", cuenta Julia Elena Alvez.
Como en Cabo Verde.
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