La guerra y Europa
La guerra no es simplemente la continuaci¨®n de la pol¨ªtica por otros medios. Por las causas que la originan, por sus implicaciones ¨¦ticas y las consecuencias humanas y econ¨®micas que acarrea, por las intenciones que la motivan, por las finalidades que con ella se persiguen, por los problemas que su organizaci¨®n y desarrollo conllevan, la guerra es un hecho de excepcional complejidad. Sus causas son siempre distintas y sin duda muy diversas: amenaza unilateral a la estabilidad internacional; choques entre grandes intereses; razones o ideol¨®gicas, o econ¨®micas o populares; reivindicaciones nacionalistas y fronterizas; ayuda a aliados; apoyo a determinados derechos; defensa de la propia comunidad nacional, etc¨¦tera. Michael Howard, uno de los grandes historiadores militares de las ¨²ltimas d¨¦cadas, escribi¨® en Las causas de la guerra y otros ensayos, un libro admirable publicado en 1983 (del que existe, hace tiempo, traducci¨®n espa?ola), que el conflicto internacional "es producto inevitable de una diversidad de intereses, percepciones y culturales" e "inmanente a cualquier sistema internacional".Las ¨²ltimas guerras -Golfo, Bosnia-Herzegovina, Kosovo- son buena prueba de ello. Las causas inmediatas de estos conflictos son claras e inequ¨ªvocas: la guerra del Golfo fue provocada por la agresi¨®n unilateral de Irak contra Kuwait; las guerras de los Balcanes, por las aspiraciones -cristalizadas en pol¨ªticas de liquidaci¨®n ¨¦tnica- del r¨¦gimen serbio de Milosevic sobre la antigua Yugoslavia. Pero, en ambos casos, la complejidad de las causas lejanas de los conflictos es extraordinaria. La creaci¨®n tras la I Guerra Mundial de Yugoslavia y la partici¨®n, al mismo tiempo, de Oriente Medio en Siria, L¨ªbano, Jordania, Irak y Palestina (con la promesa adicional de crear en esta ¨²ltima un "hogar" nacional para el pueblo jud¨ªo) respondieron sin duda a razones admirables: estabilizar regiones hist¨®ricamente inseguras y conflictivas sobre el reconocimiento del derecho a la autodeterminaci¨®n de los pueblos implicados. El resultado fue imprevisible y catastr¨®fico. Etnicidad, religi¨®n y nacionalismo hicieron de los Balcanes y de Oriente Pr¨®ximo, si no lo eran previamente, verdaderos laboratorios para la destrucci¨®n (por parafrasear la expresi¨®n que Karl Kraus, el feroz cr¨ªtico vien¨¦s, us¨® para referirse al Imperio Austro-H¨²ngaro).
En realidad, el mundo actual, y no s¨®lo en los Balcanes y Oriente Pr¨®ximo, es un mundo peligrosamente inestable. Ello no hace la guerra inevitable. Pero hace que la guerra, o la amenaza de guerra, siga siendo (como el propio Howard advirti¨® en otro de sus libros, La guerra en la historia europea, 1976) "un instrumento efectivo de la pol¨ªtica de Estado", una posibilidad "verdaderamente muy efectiva", enfatizaba Howard, contra los pueblos no preparados para defenderse. Pues bien, la Uni¨®n Europea es hoy una sociedad no preparada para defenderse. No es que carezca de medios y recursos militares. No, Europa occidental es una sociedad no preparada psicol¨®gica a ideol¨®gicamente para la guerra. Dicho de otro modo, desde los a?os sesenta la conciencia europea occidental no acepta ya la guerra. Ello es sin duda una disposici¨®n humana admirable. Pero supone el desarme moral de Europa occidental. Esto importar¨ªa poco o nada en un mundo colectivamente seguro y estable. Pero importa y mucho en un mundo inseguro ("heterog¨¦neo e impredecible", dec¨ªa Howard), donde la discusi¨®n sigue siendo la mejor garant¨ªa de la estabilidad internacional y donde las pol¨ªticas de apaciguamiento con la agresi¨®n (aun reconociendo, como dec¨ªa m¨¢s arriba, la complejidad de la guerra) siguen siendo la mejor receta para la cat¨¢strofe.
Lo ocurrido en los a?os treinta -tomadas en cuenta todas las diferencias que se quiera entre aquella situaci¨®n y la nuestra, y es obvio que son muchas- sigue siendo por ello paradigm¨¢tico. En 1928, Gran Breta?a, Francia, Estados Unidos, Alemania, Italia y Jap¨®n suscribieron en Par¨ªs, con gran solemnidad y emoci¨®n, un pacto por el que renunciaban a la guerra como medio de resolver los conflictos internacionales: otros 62 pa¨ªses se adhirieron de inmediato. Y, sin embargo, como es harto sabido, en unos pocos a?os el mundo volv¨ªa a la guerra. Pues bien, lo que hizo la guerra inevitable no fue la crisis econ¨®mica que se generaliz¨® a partir de 1929, que sin duda desequilibr¨® el orden internacional y propici¨® el auge de las dictaduras y del fascismo: la causa ¨²ltima de la guerra fue la incapacidad de la comunidad internacional -articulada en la Sociedad de Naciones- para hacer efectivo el principio de la seguridad colectiva.
En la llamada crisis de Manchuria de 1931, provocada cuando tropas japonesas all¨ª estacionadas desde 1905 extendieron el control sobre la regi¨®n, situada en el noreste de China, como respuesta a un atentado contra un tren militar japon¨¦s, la Sociedad de Naciones no impuso sanci¨®n alguna a Jap¨®n (se limit¨® a obtener su retirada de Shanghai, que los japoneses atacaron a principios de 1932); tampoco lo hizo cuando Jap¨®n convirti¨® a Manchuria en un Estado sat¨¦lite (Manchukuo), ni cuando en 1937 se consum¨® abiertamente la agresi¨®n japonesa contra China. En la crisis de Abisinia de 1935 -invasi¨®n militar de este pa¨ªs por Italia-, la Sociedad de Naciones declar¨® a Italia agresor y aprob¨® la imposici¨®n de sanciones econ¨®micas contra ella. Pero el embargo fue desobedecido por Alemania y Austria, y Gran Breta?a ni siquiera cerr¨® el canal de Suez al tr¨¢fico italiano.
Durante la guerra civil espa?ola, Gran Breta?a y Francia trataron de "localizar" el conflicto e, impulsando la neutralidad y la no intervenci¨®n, impedir que el conflicto espa?ol desembocase en una conflagraci¨®n europea. La no intervenci¨®n fue una burla. Alemania e Italia violaron c¨ªnicamente el acuerdo enviando armas, soldados y asesores a Franco; la Rep¨²blica s¨®lo tuvo el apoyo de la Uni¨®n Sovi¨¦tica.
Peor todav¨ªa, ante la amenaza de Hitler -rearme alem¨¢n, reocupaci¨®n militar del Rin, uni¨®n con Austria, reivindicaci¨®n de los Sudetes checos y de la ciudad polaca de Danzig-, Gran Breta?a y Francia creyeron que una pol¨ªtica de concesiones podr¨ªa satisfacer las aspiraciones alemanas y que acabar¨ªa incluso por reintegrar a Alemania en el concierto internacional de naciones. Los dirigentes de ambos pa¨ªses, atentos a la reacci¨®n y sentimientos de la opini¨®n p¨²blica, pen-
saron que una pol¨ªtica de conciliaci¨®n hacia los reg¨ªmenes alem¨¢n e italiano, que una pol¨ªtica de apaciguamiento, evitar¨ªa el peligro de una nueva guerra mundial. Si se recuerda, cuando en la conocida reuni¨®n de M¨²nich de 29 de septiembre de 1938 Gran Breta?a y Francia reconocieron la anexi¨®n de los Sudetes por la Alemania nazi a cambio de la garant¨ªa de la independencia de Checoslovaquia, Chamberlain, el primer ministro brit¨¢nico, dijo que cre¨ªa que el acuerdo era "la paz de nuestro tiempo".Fue tal vez el error de percepci¨®n m¨¢s formidable y tr¨¢gico de todo el siglo XX. M¨²nich fue una claudicaci¨®n, una traici¨®n, "una derrota sin guerra", como dijo Churchill, el ¨²nico pol¨ªtico que tuvo entonces verdadero sentido de las cosas, verdadero sentido de la historia. M¨²nich fue, adem¨¢s, in¨²til: en marzo de 1939, Hitler invadi¨® Checoslovaquia, cre¨® una Eslovaquia independiente bajo protecci¨®n alemana e hizo de Bohemia y Moravia un protectorado directo alem¨¢n.
Pero lo significativo no es s¨®lo eso. Lo que hay que enfatizar es que la pol¨ªtica de apaciguamiento fue m¨¢s que una debilidad (o estupidez o complicidad) de los l¨ªderes pol¨ªticos, una imposici¨®n de la opini¨®n p¨²blica, y especialmente de la p¨²blica brit¨¢nica. En los a?os treinta, la sociedad brit¨¢nica sencillamente no aceptaba la guerra. Chamberlain fue literalmente aclamado en todas partes a su regreso de M¨²nich: pocas veces un pol¨ªtico fue m¨¢s popular. Fue Churchill quien fue dur¨ªsimamente criticado, precisamente por belicista (pero criticado, dig¨¢moslo claramente, ante todo por la opini¨®n pacifista y de izquierda de su pa¨ªs). Churchill era en los a?os treinta, y as¨ª se dijo muchas veces, un fracasado de la pol¨ªtica. Y, sin embargo, siempre tuvo raz¨®n. Tuvo, al menos, la intuici¨®n m¨¢s certera: que la paz exig¨ªa firmeza y rearme.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.