Curro Romero asciende a los cielos
Curro Romero ascendi¨® a los cielos. Espartaco de poco tambi¨¦n porque se encontraba en estado de gracia. Rivera Ord¨®?ez iba para all¨¢ pero le dejaron a la espera haciendo m¨¦ritos en el purgatorio. El ganadero no necesitaba subir ni bajar: estaba ya en la gloria, y la gente del toro se le acercaba por el callej¨®n para cantarle aleluyas. El p¨²blico de la Maestranza tuvo una tarde feliz y, al salir, a¨²n cre¨ªa estar so?ando: cinco orejas hab¨ªa concedido, aunque no consigui¨® las seis, mecachis en la mar; de ellas, dos para Curro Romero.
Curro con dos orejas: lo nunca visto, el acabose, la desconcatenaci¨®n de los exorcismos. No pase¨® Curro esas dos orejas en su triunfal vuelta al ruedo. Se nota que no est¨¢ acostumbrado y no sabe. Apenas las tuvo unos segundos en las manos. En cuanto las recibi¨® del alguacilillo, sanguinolentas y peludas, las mir¨® con aprehensi¨®n y las entreg¨® a un subalterno.
Domecq / Romero, Espartaco, Rivera
Toros de Juan Pedro Domecq, discretos de presencia, varios anovillados -2? impresentable, muy protestado por inv¨¢lido-; inv¨¢lidos; a algunos se les simul¨® la suerte de picar; aborregados.Curro Romero: pinchazo bajo, estocada corta delantera y rueda de peones (vuelta); estocada ca¨ªda (dos orejas). Espartaco: pinchazo y estocada corta (silencio); estocada (dos orejas). Rivera Ord¨®?ez: estocada (ovaci¨®n y salida al tercio); estocada (oreja). Plaza de la Maestranza, 17 de abril. 8? corrida de feria. Lleno.
Y empez¨® entonces la vuelta al ruedo triunfal, el ramito de romero oloroso en la mano, la expresi¨®n feliz, en medio de aquel clamor, de aquellos v¨ªtores y, al terminar, a¨²n quer¨ªan que diera otra. Curro -por ¨¦stas que es verdad- hab¨ªa matado a la primera.
Curro -por estas tambi¨¦n- hab¨ªa hecho una faena larga, maciza, hermoseada mediante fugaces centelleos de inspiraci¨®n. Hab¨ªa hecho una faena no se sabe a qu¨¦ ni a quien. A un toro no. El toro no exist¨ªa ni en la imaginaci¨®n de sus m¨¢s devotos.
Al primero de la tarde le hab¨ªa hecho asimismo faena llena de estampas toreras pintadas a pincel. Llega a matarlo pronto y le dan la oreja. Y entonces habr¨ªamos tenido el acontecimiento hist¨®rico de Curro Romero saliendo a hombros por la Puerta del Pr¨ªncipe.
A ese toro primero lo recibi¨® Curro Romero por ver¨®nicas. Le dio lo menos veinte gan¨¢ndole terreno hasta la boca de riego, con tanto empe?o que se pas¨® y remat¨® las medias ver¨®nicas m¨¢s all¨¢, cerca del port¨®n de cuadrillas. Cierto que el toro se escup¨ªa en cada lance, pasaba a distancia, ajeno a la presencia del autor, y Curro pod¨ªa estirarse a placer.
Otras ver¨®nicas resultaron a¨²n mejores. Por ejemplo, las que instrument¨® para recibir al fantasma de toro del ¨¦xito, superadas a continuaci¨®n por otras tres que dio a manera de bis, dos de ellas y la media de antolog¨ªa.
La m¨ªnima expresi¨®n de la vida -un h¨¢lito, dir¨ªamos- era el toro imaginario y Curro le acarici¨® por alto, le mim¨® por bajo, ejecut¨® unos redondos de cadencia sutil, embarc¨® relajado y apuesto, recre¨® trincherillas y kikirik¨ªes, enton¨® kirieleisones, volvi¨® a los naturales y al ver los dos ¨²ltimos -el mando, el arte y la gracia en fusi¨®n nuclear- fue San Pedro y le entreg¨® las llaves del cielo.
Unas cosa es Curro, otra todo lo dem¨¢s de la Creaci¨®n, pero la gente ya se sabe c¨®mo es; vio el cielo abierto y por ah¨ª ya se pod¨ªa colar todo el mundo. Concluido el faen¨®n de Curro entr¨® Espartaco e hizo una faenita, al principio cuidando a la ficci¨®n de toro, que se derrumbaba; y le aclamaron. Vivir para ver: su anterior mentira de toro se ca¨ªa igualmente y protest¨® el p¨²blico, no acept¨® que le hiciera faena.
Dos orejas ven¨ªan cayendo y Espartaco se las gan¨® pegando derechazos. Una sola tanda de naturales le qued¨® de bajo nivel por lo que cambi¨® raudo de mano y en ella fundament¨® el triunfo. Toreaba no ya fuera cacho sino a la distancia que permite la longitud del brazo, encadenando los pases por la periferia a ritmo de noria, y cada vez que cerraba con el de pecho, prorrump¨ªa la Maestranza en un delirante griter¨ªo. A veces se deslomaba el supuesto toro y quedaba rendido a los pies del lidiador, lo cual no era traba ni impedimento para que continuara, incluso recrecida, la manifestaci¨®n de entusiasmo, el p¨²blico puesto en pie.
Le correspond¨ªan a Rivera Ord¨®?ez las dos siguientes orejas por derecho propio, hiciera lo que hiciese. Y lo que hizo consisti¨® en repetir, derechazo arriba o abajo, su faena al falso tercer toro: naturales, pocos y vulgarcitos; derechazos, a docenas, distanciado y metiendo el pico de la muleta. Tard¨® el toro en morir y por este absurdo motivo el premio de las dos orejas qued¨® reducido a la mitad. No hay derecho pues la estocada estaba en su sitio. No tanto como la de Espartaco, que hundi¨® por el hoyo de las agujas. Y mejor¨® con creces la de Curro,tendida, ca¨ªda y feucha.
Claro que si Curro llega a matar por el hoyo de las agujas a lo mejor le mueve la silla a Dios Padre y provoca en los cielos una crisis. Lo de Curro es una cosa que no-se-pue-aguant¨¢. Su fama -fant¨¢stica, contradictoria y estramb¨®tica- hace creer a algunas gentes que nunca ha cortado dos orejas, que nunca conoci¨® la gloria. Pero s¨ª la conoce. Ha estado en la gloria muchas veces. S¨®lo que hab¨ªa bajado a merendar. Y ayer volvi¨® a subir.
Babelia
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