"Orseanograf¨ªa"
Disp¨¦nsenme el neologismo. Pero estos ¨²ltimos d¨ªas he estado leyendo el nuevo glosario de Eugeni D"Ors . Cada vez que me he sumergido en las fr¨¢giles hojas de papel de biblia de esta edici¨®n, he experimentado la extra?a sensaci¨®n de descubrir otros mundos, apasionantes y peligrosos, sabrosos y excesivos, nunca triviales. Eugeni D"Ors es un ba?o de singularidad y sobreabundancia, como esos momentos del Mediterr¨¢neo en que florece en gorgonias y corales y adquiere una enso?ada transparencia de amatista. D"Ors es la biodiversidad en estado puro, y al mismo tiempo presenta aquellos peligros de los mares del tr¨®pico: espinas envenenadas e ideas que se clavan como espadas. James Joyce escrib¨ªa que son muchos los que creen que han nacido demasiado tarde, en un mundo demasiado viejo, "y que su carencia de esperanzas y su ¨¢tono anti-hero¨ªsmo les conduce a una amplia nada". La frase parece especialmente pensada para D"Ors, que lo imaginamos mejor integrado en el sal¨®n de Mme de Geoffrin, con el nombre de Eug¨¨ne du Verger, que en la Catalu?a noucentista, o menos a¨²n, en la Espa?a franquista. D"Ors, como quiz¨¢ tambi¨¦n le ocurri¨® a Joan Fuster, naci¨® demasiado tarde, y en el caso de Fuster, sin duda en lugar equivocado. Por eso, cuando me enfrento al oc¨¦ano orsiano, entreveo el esp¨ªritu de Diderot, la independencia intelectual de Voltaire, el canto c¨ªvico de Rousseau, la concepci¨®n totalizadora de la cultura de Goethe. Su europeismo avant la lettre, y su capacidad de asimilar todas las disciplinas y presentarlas como un todo, lo hacen el claro continuador de aquellos salones parisinos, que durante el siglo XIX se fueron poco a poco extinguiendo, con Chamfort y Joubert como ep¨ªgonos. Joan Fuster es -en este sentido europe¨ªsta- un continuador del pensamiento de D"Ors. Su afrancesamiento es orsiano. Pere Gimferrer declaraba recientemente que el prop¨®sito de D"Ors era influir en unos pocos lectores, que a su vez, fueran influyentes. Joan Fuster fue uno de esos lectores influyentes, y quiz¨¢ por eso fue el ¨²nico que a la muerte de Eugeni D"Ors escribi¨® un art¨ªculo ponderativo -y por lo tanto, con inevitables elogios-, que le produjo disgustos y desconsideraciones (vean los comentarios de Agust¨ª Bartra al segundo volumen de la correspondencia de Fuster). En cualquier caso, tanto Fuster como D"Ors siguen siendo unos proscritos en sus pa¨ªses respectivos. La ¨²nica revisi¨®n reciente de la obra orsiana la ha realizado Vicente Cacho (Revisi¨®n de Eugenio D"Ors), y es sesgada y partidista: a un Eugeni D"Ors autoritario y de derechas contrapone constantemente un Ortega y Gasset liberal e iluminado por la gracia de Dios y de Espa?a. A Eugeni D"Ors no le perdonan ni unos ni otros. Desde Madrid lo ven como un peligroso catal¨¢n que erosiona la gloria de Ortega, y desde Catalu?a como un aborrecible traidor, vendido al oro de Espa?a. Nadie quiere entender que la ¨²nica patria que tuvo fue Europa, y que su ¨²nica ciudad fue Par¨ªs. Su lucha consisti¨® en intentar traer a Catalu?a (y a Espa?a, que siempre cita en sus glosas), aquellas conversaciones del sal¨®n de Mme du Deffand y de Mme de Pompadour. Quiz¨¢ sea cierto que D"Ors naci¨® demasiado tarde y que eso explica la "amplia nada" en la que actualmente se encuentra. En cualquier caso, leer D"Ors es pensar. Y al igual que sucede en todas las conversaciones enf¨¢ticas, discrepar. Eugeni D"Ors es un revulsivo contra el tedio. Muchas de sus ideas nos parecer¨¢n cuestionables, muchas de sus afirmaciones demasiado contundentes, muchas de sus actitudes pol¨ªticamente incorrectas, muchas de sus frases nos har¨¢n sonre¨ªr ante su exagerado oficio de glosador. Pero a pesar de ello, al levantarnos del sill¨®n, del ba?o singular de su lectura, notaremos en la piel toda la sal de su ingenio. "Filosofar es sacar las palabras de la momia de su sentido corriente, en la que la literatura las sec¨® y marchit¨®", escribe en Europa. Con D"Ors las palabras se transforman, toman nuevas dimensiones, se degradan o acrecientan en funci¨®n del juego de sombras y luces con el que nos sorprende cont¨ªnuamente. "Alguna vez he explicado el primer precepto de mi ret¨®rica ideal", escribe en El Valle de Josafat, "este precepto exige que, bajo la pluma del verdadero escritor, toda palabra sea un neologismo". Lo dicho: pura orseanograf¨ªa, amigos.
Mart¨ª Dom¨ªnguez es escritor.
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