"The last picture" AGUST? FANCELLI
Ring, ring. Es Agust¨ª Carbonell. Dice que en Barcelona hay una calle llamada de los Petons. Dice que una calle con un nombre as¨ª ha de tener cr¨®nica por fuerza. Yo le digo que voy para all¨ª. All¨ª es por el mercado de Santa Caterina, zona en plena fase de reestructuraci¨®n. Carbonell me espera en la avenida de Francesc Camb¨® con su equipo de campa?a: una Leica m¨ªnima colgada del cuello. Conoci¨¦ndole, yo tambi¨¦n me he armado de pertrecho ligero: un bloc Enri de bolsillo y un Inoxcrom punta fina. La ciudad nos pertenece. Bajamos por la calle de Giralt el pellisser, torcemos por Carders y volvemos a subir por Fonollar, dejando a la izquierda la plaza de Sant Cugat. Llegamos a uno de esos boquetes sublimes en los que la ciudad est¨¢ suspendida entre lo que fue y lo que ser¨¢, un agujero negro que contiene todas las energ¨ªas urbanas posibles: viejas casas a punto de demolici¨®n, cimientos de futuras construcciones que apenas han comenzado a ara?ar el suelo y, m¨¢s all¨¢, nuevas viviendas acabadas, tibiamente ba?adas por el sol. Por Pou de la Figuera desembocamos en la plaza de San Agust¨ª Vell. Fot¨®grafo, cronista y santo formamos un tr¨ªo hom¨®nimo nada frecuente. Para celebrarlo, los dos Agustines menos espirituales tomamos el aperitivo en el bar Mundial, jalonado con viejas fotos de boxeadores. Ah¨ª habr¨ªa otra cr¨®nica, pero para otro cronista. Repuestas las energ¨ªas, avanzamos por Portal Nou y torcemos en direcci¨®n a la calle del Comer?. Justo all¨ª, a mano derecha, recatada, se abre paso la calle de los Petons. Se trata de un cul de sac de unos doscientos metros de largo por poco m¨¢s de tres de ancho que va a dar a ninguna parte: patios traseros de casas sin historia. En su punto medio, la calle de los Petons se ensancha, como un vientre pre?ado que alumbra un ¨¢rbol solitario: una escu¨¢lida acacia busca el cielo desesperadamente. Una cristaler¨ªa y una carnicer¨ªa halal son los dos ¨²nicos comercios del lugar. Pero la protagonista de la calle es, sin duda, la ropa tendida: chilabas, velos y s¨¢banas quietos como centinelas severos de la primavera. De una de las ventanas llega la voz mon¨®tona de un piano principiante: se dir¨ªa un estudio de Czerny, repetido con triste desgana. No hay m¨¢s signos de actividad humana en la calle de los Petons. Dice el nomencl¨¢tor que en esta calle, en tiempos, acud¨ªan los j¨®venes enamorados para intercambiar su cari?o, amparados por la oscuridad y a resguardo del bullicio de la calle del Comer?. Deb¨ªan de ser j¨®venes confiados, pues, caso de ser sorprendidos, no ten¨ªan f¨¢cil la huida. Otra versi¨®n asegura que la calle tom¨® el nombre de un tal Joan Pontons, que hacia el a?o 1651 viv¨ªa en Portal Nou. A saber qu¨¦ har¨ªa all¨ª el buen hombre para que la gente transformara ir¨®nicamente su apellido en tan h¨²medas efusiones sentimentales. En fin, el lugar no da para mucho m¨¢s. A no ser... a no ser que incluyamos a Carbonell en este paisaje. Ah¨ª est¨¢. Alto, bien plantado, con la Leica negra cubri¨¦ndole sus ojos claros. Ha esperado a que una paloma alzara el vuelo para disparar. Trabaja con carrete en blanco y negro de 400 asas. La vida es en colores, pero la fotograf¨ªa es en blanco y negro, le ense?¨® hace a?os "pap¨¢" P¨¦rez de Rozas. No hace mucho que Carbonell tiene su idolatrada Leica. Un par de a?os a lo sumo. No es una m¨¢quina para gente joven, explica, ¨¦l nunca se hubiera atrevido a llevarla cuando empez¨®. No es buena para hacer fotograf¨ªas de lejos. Para poder usarla hay que conocer previamente el tema, ir seguro de lo que uno quiere sacar. Conoce el tema el veterano Carbonell. El tema, por supuesto, es Barcelona. La ha recorrido en todas las direcciones y no ha habido vez que no haya descubierto un nuevo encuadre. Como esta calle de los Petons que, vista por su objetivo, se llena otra vez de susurros nocturnos, caricias huidizas, abrazos temblorosos y limpios como la luz de esta ma?ana. Carbonell se va de EL PA?S. Emprende una nueva aventura profesional. De repente queda claro por qu¨¦ ha querido viajar hoy hasta esta calle estrecha y desolada. "Petons". As¨ª suelen concluirse las cartas a las personas que queremos. El viejo zorro se est¨¢ despidiendo, mientras su ojo registra el escalofr¨ªo silencioso de una chilaba tendida. "Petons", Carbonell. Las calles est¨¢n llenas de "petons" mientras alguien como t¨² sepa mirarlas.
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