Urno porna

Seg¨²n Luis Basat, autor de El Libro Rojo de las marcas, una empresa ha registrado en la oficina de patentes todas las palabras de menos de cinco letras para revenderlas m¨¢s tarde a multinacionales que pretendan emplearlas en la creaci¨®n de nuevas marcas. Hay, pues, un mercado verbal muy activo que mueve millones de pesetas. Sin embargo, usted y yo continuamos utilizando las palabras como si no valieran nada. Con la misma inocencia del que abre el grifo y deja correr el agua hasta que sale fr¨ªa, nosotros abrimos la boca y dejamos correr vocablos cuyo precio en el mercado podr¨ªa alcanzar cantidades astron¨®micas. Tantas noches de insomnio intentando dar con el negocio que nos sacara de la miseria y estaba ah¨ª, en el diccionario. De haber registrado a tiempo voces como culo, caca, pedo o pis, ahora ser¨ªamos millonarios. Hay miles de empresas que est¨¢n locas por llamarse as¨ª. Pero esto no es nada. Si el proceso af¨¢sico iniciado en Babel continuara al ritmo actual, llegar¨¢ un d¨ªa en que, por tratarse de un bien escaso, estar¨¢ prohibida la posesi¨®n individual de palabras. Habr¨¢ restricciones de palabras, en fin, como las ya conocidas de agua o luz. Lo malo es que una vez desregulado el sector, la empresa concesionaria ser¨¢ una multinacional m¨¢s preocupada por sus beneficios econ¨®micos que por la salud de nuestro vocabulario.

En ese momento, uno no podr¨¢ decir que est¨¢ acatarrado, por ejemplo, si no adquiere el t¨¦rmino catarro en unos grandes almacenes, al precio que dictamine la libre competencia. Y palabras como luna, nube, ojo, amor o pena costar¨¢n un ri?¨®n por tener menos de cinco letras. Quiz¨¢ nos veamos obligados entonces a inventar voces nuevas, como urno o porna, que aunque no signifiquen nada ser¨¢n al menos gratis.

?No deber¨ªa hacer algo la Academia?