Calor y fr¨ªo en el templo
Las catedrales son frescas, foscas. En la ciudad nueva, el viajero que lleva toda la ma?ana de visita tur¨ªstica llega, despu¨¦s de un almuerzo de circunstancias, a la plaza de la catedral. Sinuosa fachada barroca de santos desperez¨¢ndose en el martirio, o lo contrario, portal de netos arcos de ojiva sobre los que planea un Redentor sentado. Aunque ya ha visto muchas divinidades retratadas en el museo local y su cupo de emociones art¨ªsticas lo tiene lleno, el viajero entra en la catedral, que hoy abre la puerta principal de par en par, dejando ver una luz al fondo del crucero que el piadoso relacionar¨¢ con su dios. Si es verano, pero esa catedral no es de las cuatro o cinco m¨¢s ajetreadas del mundo, el visitante agradecer¨¢ -cuando sus ojos resbalen de cansancio por el hermoso retablo del altar- el frescor preservado por la piedra como un microclima que la religi¨®n regala al curioso sin pedirle a cambio la fe. Pero no siempre es f¨¢cil entrar, sobre todo en Italia y Espa?a, que por ser los pa¨ªses m¨¢s cat¨®licos son los m¨¢s inclinados a cerrar sus templos sin avisar, confiado quiz¨¢ el clero en que su gente sabr¨¢ encontrar entre los pucheros de la cocina o por la calle (una vez terminada la conversaci¨®n del tel¨¦fono m¨®vil) el lugar de la oraci¨®n. Hace unos d¨ªas, yo, que me he llevado tantos berrinches como usted ante iglesias con cuadros de Veronese imposibles de ver y tambi¨¦n he pasado grandes tardes de fresqu¨ªsima relajaci¨®n est¨¦tica sentado en el banco de una bas¨ªlica paleocristiana, llegu¨¦ cansado ante las puertas de la catedral de Valencia y tuve un p¨¢lpito. No s¨®lo estaba abierta y se?alizada reci¨¦n limpia y m¨¢s hermosa si cabe su fachada, sino que por un precio razonable uno pod¨ªa recorrerla hasta en sus rincones rec¨®nditos (siempre hay, en los templos de la cristiandad, una o dos capillas fundamentales cerradas o tapadas por la lona de los restauradores), siguiendo adem¨¢s un itinerario hist¨®rico y art¨ªstico que la adorna temporalmente.Es posible que la Generalitat y el arzobispado de Valencia, organizadores, con el patrocinio de otras entidades p¨²blicas y privadas, de esta espl¨¦ndida exposici¨®n La luz de las im¨¢genes, hayan imitado el modelo castellano de Las edades del hombre, pero a todos los que la visitamos eso nos trae sin cuidado. Con la nueva iluminaci¨®n instalada en el interior de las naves y el acopio de piezas de otras iglesias o colecciones, la catedral de Valencia no ser¨¢ hasta el 30 de junio un oasis para el caminante acalorado, pero nos ayuda a preguntarnos, en medio de la hermosura de un pu?ado de obras maestras, por el destino de un arte que vaya con Dios.
En La luz de las im¨¢genes, a m¨ª me deslumbr¨® Jer¨®nimo Jacinto de Espinosa, ese pintor naturalista sin aparato nacido en Cocentaina y cuya obra, vista en condiciones y sobre todo en buena cantidad, lo confirma como uno de los grandes del Siglo de Oro, a la altura de Murillo, Alonso Cano o los Ribalta, tambi¨¦n presentes en la muestra. Antes que Espinosa y despu¨¦s de ¨¦l hay otros pintores excelentes, primitivos, manieristas y tremendistas. Pero llegamos al siglo XIX y la cosa se nubla. La catedral exhibe con orgullo sus dos goyas, y entre la religiosidad sin sobresaltos de sus contempor¨¢neos, Vicente L¨®pez Maella, ese gore genial y adelantado que es San Francisco de Borja exorcizando a un moribundo resulta dos veces alarmante; Goya posiblemente da con ¨¦l el ¨²ltimo grito metaf¨ªsico en el interior de un templo.
?Es una quimera un arte sacro moderno cuando la religi¨®n se sigue proclamando inmutable en sus dogmas? A veces la Iglesia cat¨®lica expone sus crisis pl¨¢sticamente (como en la hermosa bas¨ªlica de Ar¨¢nzazu, con su oteiza, su lucio mu?oz y su planta de S¨¢enz de Oiza). Es m¨¢s frecuente, sin embargo, que el buen artista de hoy se acaramelice cuando pisa suelo sagrado (as¨ª pas¨® en las nuevas vidrieras de la catedral de Cuenca). Por piedad de ateo no cito los nombres de artistas y artesanos contempor¨¢neos que con sus horrendas pinturas, cruces procesionales o custodias cierran cronol¨®gicamente la exposici¨®n de Valencia. Pero aunque ya no queden espinosas o zurbaranes para llevarnos a los altares, los templos conservan la temperatura calurosa del tiempo en que la fe mov¨ªa mantegnas.
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