Cultura del dopaje
Diez meses despu¨¦s de estallar el esc¨¢ndalo Festina en el Tour, el ciclismo pretende hacerle creer al universo mundo que han bastado una serie de medidas reglamentarias para enderezar un caso tan complejo. Sin embargo, la investigaci¨®n policial revela que ciertas pr¨¢cticas no s¨®lo eran habituales sino que siguen produci¨¦ndose. Tampoco es un detalle menor que est¨¦ imputado el presidente de la Federaci¨®n Francesa de Ciclismo, Daniel Baal, o fuera detenido el presidente de la UCI, Heinz Verbruggen. Se trata de dos de los dirigentes que m¨¢s contundentemente se expresaron contra el dopaje tras el esc¨¢ndalo. Y para remate, el ciclista del momento, limpio de toda duda hasta la semana pasada seg¨²n la prensa francesa, el belga Franck Vandenbroucke, es tambi¨¦n otro sospechoso m¨¢s.El ciclismo ha querido hacer un caso aislado del asunto Festina, pero ha perdido esa batalla. Ha querido ocultar que el dopaje ha sido y sigue siendo una pr¨¢ctica generalizada, un h¨¢bito arraigado, una conducta aceptada, qui¨¦n sabe si una necesidad. Desde el m¨¢s modesto corredor hasta el m¨¢s alto dirigente, antes y ahora, todos han permitido o conocido (desde luego, no denunciado) cuanto se hac¨ªa en la privacidad de las habitaciones de los ciclistas. El dopaje, como sostienen algunos autores, forma parte de la cultura del ciclismo desde su propio nacimiento. No reconocerlo ha sido un error y su consecuencia la imagen de un interminable pelot¨®n acudiendo a declarar ante la polic¨ªa.
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