Qu¨¦ tost¨®n
Llev¨¢bamos dos horas y media aguantando aquel tost¨®n y a¨²n hab¨ªa quien quer¨ªa m¨¢s. Se oy¨® la inconfundible voz de uno de los aficionados conspicuos del tendido 7: "Que repitan la corrida, por favor". Alguien coment¨®, al o¨ªrlo, que el masoquismo no conoce l¨ªmites.Le hab¨ªan malinterpretado, claro. El aficionado conspicuo es un incomprendido. Otras veces hizo observar que los toros s¨®lo estaban al filo de los 500 kilos, y el mismo del masoquismo no pudo contener un reproche: "Asesino".
Qu¨¦ cosas se oyen en los toros ¨²ltimamente. En cuanto aparecen los isidros empieza a producirse la antolog¨ªa del disparate. Quer¨ªa decir el aficionado que 500 kilos arriba o abajo bastan para que el toro tenga trap¨ªo. Naturalmente, si lo tiene. Y ¨¦se era el caso: que con menos de 500 o poquitos m¨¢s, lo sacaba sobrado.
Pereda / Moreno, Bejarano, uceda
Cuatro toros de Jos¨¦ Luis Pereda (dos rechazados en el reconocimiento), bien presentados, flojos, en general encastados. 1? de Mar¨ªa Jos¨¦ Pereda, terciado, con trap¨ªo y casta. 4? del Jaral de la Mira, con trap¨ªo, devuelto por inv¨¢lido. Sobrero de Cortijoliva, bien presentado, flojo, manejable.Jos¨¦ Luis Moreno: pinchazo hondo tendido trasero, rueda de peones, estocada trasera y rueda de peones; aviso mientras apuntillan al toro (vuelta con protestas); pinchazo, otro hondo, rueda de peones y cinco descabellos (silencio). Vicente Bejarano, que confirm¨® la alternativa: media estocada ladeada -aviso- y estocada (ovaci¨®n y tambi¨¦n pitos cuando saluda); metisaca infamante en los bajos y pinchazo (silencio). Uceda Leal: estocada trasera desprendida (silencio); pinchazo y otro hondo (silencio). Plaza de Las Ventas, 15 de mayo. 7? corrida de feria (6? de abono). Cerca del lleno.
Lo malo fue que todos se cayeron; antes o despu¨¦s, mucho o apenas, se cayeron. Esto de las ca¨ªdas requiere una investigaci¨®n a fondo. Los ganaderos se han inventado variopintas excusas, ciertos aficionados comentan con resignaci¨®n que la fiesta padece un mal end¨¦mico, pero alguna causa, por supuesto antinatural, debe de haber ah¨ª para que se caigan pr¨¢cticamente cuantos toros aparecen cada d¨ªa por los chiqueros.
El primero -culadas o tropezones aparte- desarroll¨® unas encastadas embestidas de mucho cuidado. Se trataba del toro-toro; el toro que vende cara su vida y es preciso someter para sacarle partido. Le correspondi¨® a Vicente Bejarano, que ven¨ªa de toricantano, y el hombre se trajo la honradez de los toreros verdaderos: apenas doblarse con el toro ya se hab¨ªa echado la muleta a la izquierda. No es que le salieran buenos los naturales que dio en dos tesoneras tandas, mas ten¨ªa m¨¦rito el riesgo voluntariamente asumido, puso en su sitio el list¨®n del toreo aut¨¦ntico para quien lo quisiera igualar.
Nadie quiso: los otros espadas eran de derechas. Espadas s¨®lo capacitados para el derechazo, dentro de la categor¨ªa de los pegapases. Jos¨¦ Luis Moreno, al toro siguiente -un ejemplar embestidor de absoluta nobleza-, le aplic¨® esta modalidad con todos sus pronunciamientos: derechazos instrumentados fuera de cacho, una brev¨ªsima y mediocre incursi¨®n al natural, vuelta a lo anterior, sin que faltaran -hasta ah¨ª podr¨ªamos llegar- los ademanes jactanciosos y las pintureras.
Quiso reeditar la versi¨®n con el cuarto toro, que tend¨ªa a borrego, y le sali¨® un menudeo de enganchones en el transcurso de varias tandas de derechazos inconexos y un natural en el que result¨® desarmado.
Llev¨¢bamos entonces casi dos horas de corrida. Dos horas para cuatro toros, se dice pronto. Y el p¨²blico empez¨® a circular. Mejor se est¨¢ guardado en casa que soportando la paliza de los pegapases. La afici¨®n, sin embargo, a¨²n estaba expectante con el toricantano. Si se hab¨ªa echado la muleta a la izquierda y se hab¨ªa pasado cerca los pitones del primer toro -aunque no acabara de poderle- con un poco de suerte llegar¨ªa a desgranar el arte que atesora. Tampoco fue posible. El quinto toro padec¨ªa invalidez, y tambi¨¦n se daba aires de borrego pese a que Bejarano intentaba alegrarle. Y, para acabarlo de arreglar, fue el toricantano y le arre¨® un infamante metisaca por las puras partes blandas.
Ahora las esperanzas se centraban en Uceda Leal. Hab¨ªa estado Uceda muy inh¨¢bil en la interpretaci¨®n de las suertes durante su primera faena. Torero acreditado por el gusto interpretativo, no se le reconoc¨ªa en aquella espesa mezcolanza de mantazos que peg¨®. Por eso la afici¨®n confiaba en que resurgiera su torer¨ªa y su personalidad verdadera. Pero se qued¨® con las ganas: la segunda faena de Uceda Leal, a otro toro noble, result¨® peor de concepci¨®n y de ali?o.
Est¨¢bamos de noche cerrada cuando el aficionado conspicuo pidi¨® que lo repitieran todo, seguramente por si se nos escap¨® alg¨²n detalle. Algo inconcebible en los toros, si bien se mira. En los toros, cuando surge un detalle -aunque sea fugaz-, se recuerda de por vida. Y cuando transcurre insoportable -como fue el caso-, dan ganas de no volver nunca jam¨¢s.
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