LA CASA POR LA VENTANA La mirada del sordo JULIO A. M??EZ
Tiene Antoni Asunci¨®n una mirada entre inquieta y huidiza, como la del sumergido que otea el acuoso horizonte vali¨¦ndose de un periscopio, una mirada panor¨¢mica del que acaba de salir sin terminar de entrar y que concluye por no fijarse en cosa alguna a fuerza de querer observarlo todo. M¨¢s que parecer desorientada respecto de la realidad que abraza resulta sobrecogedora por su propensi¨®n intermitente, como un sem¨¢foro irresuelto que decidiera refugiarse en el ¨¢mbar para siempre. No se crea por ello que estamos ante unos ojos distra¨ªdos, al contrario, y ser¨ªa notable su poder inquisitivo caso de determinarse a la fijaci¨®n en cualquier punto concreto de su entorno. Es una mirada de interiores, muy hecha a observar por el rabillo del ojo, como si la frontalidad excluyera la magnitud del territorio a abarcar, persuadida de que lo que pudiera ganarse por delante se pierde irremisiblemente por los lados. Todo esto cuenta mucho en un hipot¨¦tico debate televisivo, donde una mirada inquieta puede resultar inquietante para un espectador que desea m¨¢s que ninguna otra cosa ser mirado como persona digna de toda confianza. Todo lo contrario que Eduardo Zaplana, quien ser¨¢ lo bastante generoso para sobrevivir a mi intento de sustraerle alguna de sus peque?as virtudes. En ¨¦l, la mirada viaja de inc¨®gnito, como un fardo in¨²til del que quisiera desprenderse sin conseguirlo del todo. Tal vez por ello adquiere muchas veces esa transparencia abstra¨ªda de los rumiantes l¨¢cteos, y no ser¨ªa extra?o que en sus raros momentos de ocio matara moscas tambi¨¦n con el rabo. En realidad, m¨¢s que mirar, otea con estudiada calma mediante un h¨¢bil juego de p¨¢rpados que alardea de ese desd¨¦n sobrevenido tan propio de los jefes, y de no ser por la alta responsabilidad que con tanta fortuna representa, muchos de sus oyentes recordar¨ªan de pronto que tienen algo urgente que hacer en cuanto comienza su turno. Su porte altivo parece siempre en trance de ser desmentido por unos andares semejantes a los de un David Bowie de playa y por una cierta indefinici¨®n de perfil en una cabeza desprovista de otro inter¨¦s que el a?adido por el cargo, pues desde su alta posici¨®n ha aprendido a combinar los m¨¢s s¨®rdidos prop¨®sitos con un gran n¨²mero de otras refinadas cualidades. Que el factor determinante de sus decisiones no son los principios sino los intereses queda claro si se observa una mirada transida por la notable cualidad de un vac¨ªo de precipicio que no renuncia, sin embargo, a ejercitar las maniobras propias de la seducci¨®n y que a veces consigue del auditorio, sobre todo en distancias cortas, una adhesi¨®n que aparca la evidencia de encontrarnos ante un seiscientos enfundado en una carrocer¨ªa de mercedes. En una improbable justa televisada, ambos caballeros tendr¨ªan pocas ocasiones de lucirse ante las c¨¢maras, Asunci¨®n porque no tiene quieta la mirada y Zaplana por su empe?o en mirar desde una altura que para sus adentros sabe impostada: siempre ocupar¨¢ el lugar de otro, como aquel personaje de Hemingway que a fuerza de acomodar la realidad a su medida carec¨ªa de recursos para distinguir la verdad de la mentira, bien porque le est¨¦ prohibido, bien porque no tenga ganas, bien, como es l¨®gico, por obra de un azar extraordinario. Concursar en vivo y en directo ante el p¨²blico distra¨ªdo sobre qui¨¦n de los dos tiene en m¨¢s estima a los jubilados, o piensa vertebrar mejor lo que queda del pa¨ªs, o se dispone a integrar en sus prop¨®sitos un mayor n¨²mero de mujeres, o nos va a dar trabajo a todos en cosa de pocos meses, tiene tanto inter¨¦s como escuchar a S¨¢nchez Drag¨® una de sus pavorosas endilgadas a cuenta de las oscilaciones entre el yin y el yan en la cultura japonesa de entreguerras. Cuando el debate ideol¨®gico se disfraza de cuenta de resultados sin atender a las causas de las m¨²ltiples desviaciones que presenta, hasta el m¨¢s sensato de los l¨ªderes, que no es el caso, corre serio riesgo de incurrir en artima?as a lo Josep Piqu¨¦ y sus disquisiciones sobre formatos de comunicaci¨®n para disfrazar el rid¨ªculo ruso de Fujimari Aznar ante el feo recibido por Boris Yeltsin. En qu¨¦ formato desea el p¨²blico que se le ofrezca la cosa es un misterio que Asunci¨®n y Zaplana dar¨ªan media campa?a por conocer y del que, sin embargo, Rita Barber¨¢ est¨¢ al cabo de la calle, como ha demostrado la inauguraci¨®n del Museo de Ciencias Naturales a los recios compases de Paquito el chocolatero ante un auditorio de tanto empaque valenciano (el mismo que acude a los traslados de la Geperudeta) que se dir¨ªa contratado al efecto por los astutos servicios municipales.
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