El l¨²gubre 'Homo economicus'
No cabe duda de que la ciencia econ¨®mica no s¨®lo no es l¨²gubre, sino que pasa por momentos de gran esplendor. Su actual posici¨®n de dominio tiene poco que ver con una supuesta superioridad intelectual o cient¨ªfica de los economistas respecto de otros profesionales de las ciencias sociales. Ocurre m¨¢s bien que los campos de aplicaci¨®n son m¨¢s amplios y variados, que hay multitud de intereses econ¨®micos detr¨¢s de ellos y, sobre todo, que los economistas nos hemos dotado de una potente metodolog¨ªa. Es aqu¨ª donde radica la diferencia. El m¨¦todo inductivo, anal¨ªtico, cuantitativo y riguroso que ha desarrollado la ciencia econ¨®mica durante el ¨²ltimo siglo permite analizar no s¨®lo los tan manoseados temas de inflaci¨®n y desempleo, sino una multitud de situaciones de mercado en base a decisiones individuales de los agentes sociales. Las aportaciones de los ¨²ltimos 20 a?os han incorporado el tratamiento de los comportamientos estrat¨¦gicos, imperfecciones de mercado, din¨¢mica e informaci¨®n asim¨¦trica que tanto eran del gusto de los cr¨ªticos de la escuela neocl¨¢sica para descalificar a toda la ciencia econ¨®mica en su conjunto.Que la misma metodolog¨ªa sirva para analizar la rentabilidad de un determinado proyecto de inversi¨®n y la decisi¨®n de contraer matrimonio puede resultar chocante para la mayor¨ªa de los no economistas, y, lamentablemente, lo es para una buena parte de ellos que, con acusaciones de fundamentalismo y actos de reafirmacion epistemol¨®gica, s¨®lo intentan ocultar su notoria incapacidad anal¨ªtica. ?ste es el punto m¨¢s fuerte de la ciencia econ¨®mica actual, su versatilidad. Que un instrumental unificado, que no se aprende por ciencia infusa, con una metodolog¨ªa precisa permita abordar una panoplia de situaciones sociales distintas no significa reducir todo a negocio, sino m¨¢s bien reconocer que el instrumental es capaz de ello. Quiz¨¢ por eso los economistas somos llamados a analizar m¨¢s cosas cada vez con m¨¢s frecuencia.
Calificar como reduccionista a una ciencia porque es capaz de tratar como negocio casi cualquier faceta de la vida humana puede ser atractivo frente a una audiencia no experta en ciencia econ¨®mica y que nos ve utilizar argumentos y magnitudes desconocidos para poner l¨ªmite a las demandas sociales: que si los salarios no pueden subir, que el control de la inflaci¨®n exige apretarse el cintur¨®n, que si los problemas de paro pasan por una reforma laboral. Nadie quiere o¨ªr esto, pero son los economistas quienes lo dicen, y no los fil¨®sofos o los soci¨®logos. Es por eso por lo que ridiculizar la teor¨ªa del capital humano de la forma en la que lo hizo el profesor Mois¨¦s Garc¨ªa en estas p¨¢ginas no contribuye a hacer la ciencia econ¨®mica menos l¨²gubre, sino menos respetada.
Vayamos con alg¨²n ejemplo de los que a veces hago uso frente a audiencias de no economistas para hacerles reflexionar sobre el potencial del an¨¢lisis econ¨®mico. Est¨¢ documentado que la tasa de nacimientos por ces¨¢rea es aproximadamente el doble en EEUU que en Europa. Una respuesta f¨¢cil a este dilema es encogerse de hombros, refugiarse en la ignorancia y concluir que la sociedad americana no se ha querido dotar de un sistema de Seguridad Social como el nuestro, que, por supuesto, es el mejor del mundo (argumentos como ¨¦ste se escuchan todos los d¨ªas en relaci¨®n con la supuesta precariedad de los 18 millones de puestos de trabajo creados durante la administraci¨®n Clinton; por lo visto, en Espa?a, todos los que encuentran trabajo lo consiguen de director general para arriba). Otra respuesta m¨¢s constructiva es que los economistas no tienen nada que decir sobre las ces¨¢reas porque estas decisiones las toman los ginec¨®logos, que son todos muy profesionales, y que quiz¨¢ en EE UU ¨¦stos tengan unos est¨¢ndares diferentes de cu¨¢ndo se debe o no se debe hacer una ces¨¢rea. Ninguna de estas posturas parece iluminar esta parcela de la realidad objetiva como exige el profesor Garc¨ªa. ?Y qu¨¦ tal si hablamos de dinero? ?Pero, por Dios, c¨®mo puede usted hablar de dinero en cosas como ¨¦sta! Y me pregunto yo, ?por qu¨¦ habr¨ªa de limitarme a hablar de inflaci¨®n y desempleo? ?Acaso porque eso s¨ª es cosa de negocios?
Pues, al parecer, lo de las ces¨¢reas tambi¨¦n lo es. Dados los incentivos del sistema sanitario americano, la retribuci¨®n de los m¨¦dicos es mayor en el caso de un nacimiento por ces¨¢rea que en el de un parto normal. En un estudio reciente, dos economistas americanos llegan a la conclusi¨®n de que la pronunciada ca¨ªda de la natalidad infantil en los setenta oblig¨® a los ginec¨®logos a practicar m¨¢s ces¨¢reas, y, con la apariencia de dar un mejor trato a sus pacientes, consiguieron el objetivo de mantener sus ingresos. Los efectos de esta respuesta "racional" por parte de los doctores a los incentivos generados por el sistema son m¨¢s acusados en aquellos Estados donde la ca¨ªda de la natalidad es m¨¢s pronunciada. ?Es esto reduccionismo conductivista? ?Fundamentalismo, tal vez? ?Es ideolog¨ªa reaccionaria de la peor cala?a? A m¨ª me parece que el an¨¢lisis echa luz en un ¨¢mbito donde m¨¦dicos, soci¨®logos y otros pensadores no han encontrado una explicaci¨®n. Lo veo venir. Los doctores en Espa?a argumentar¨¢n que eso ocurre en ese pa¨ªs de yanquis. La diferencia es que estos yanquis tienen los datos, los hacen p¨²blicos y los estudian.
Que hay en la vida muchas m¨¢s cosas que dinero y negocio, nadie lo discute. Que los individuos pueden ser altruistas, es encomiable. Pero que yo, como economista, no pueda racionalizar dichos comportamientos desde un punto de vista econ¨®mico por acusaciones infundadas de oscurantismo es absolutamente inaceptable. El hecho de que los m¨¦dicos en EEUU practiquen m¨¢s ces¨¢reas debido al sistema de retribuci¨®n establecido tiene mucha relevancia econ¨®mica en el an¨¢lisis de un sistema sanitario. Concluir que son unos malnacidos y que carecen de toda ¨¦tica es, adem¨¢s de falso, un exabrupto sin sentido que no conduce a nada. ?Existe una explicaci¨®n mejor por parte de los que niegan la racionalidad del comportamiento econ¨®mico en cuestiones como ¨¦sta?
No todas las parejas de hecho dejan de casarse porque no se quieran lo suficiente, o por fidelidad a principios ¨¦ticos. En muchos pa¨ªses europeos es tambi¨¦n una respuesta ¨®ptima a los incentivos que proporciona un estado del bienestar (subsidio de alquileres, ingresos para j¨®venes que viven independientes pero no casados, etc¨¦tera) que fue en muchos casos dise?ado pensando que los agentes har¨ªan un uso apropiado del mismo. Lo mismo ocurri¨® en cuanto al empleo durante los ochenta con sus subsidios. A pocos se les ocurri¨® pensar en los perniciosos efectos de un subsidio de paro demasiado alto porque, total, ?c¨®mo no va a querer trabajar alguien que est¨¢ en paro? Pues depende de cu¨¢nto m¨¢s ingrese trabajando. Que el periodo medio de lactancia se redujera en Francia despu¨¦s de la liberalizaci¨®n de la venta de leches infantiles no implica que las madres francesas sean menos responsables o cari?osas con sus ni?os, sino que en esa decisi¨®n habla al menos un componente econ¨®mico: evitar, en la medida de lo posible, el abuso comercial de los farmac¨¦uticos. No creo que esto sea reduccionista; al contrario, este an¨¢lisis permite plantear un debate serio sobre pol¨ªticas p¨²blicas de sanidad.
Reconocer que en las acciones de los individuos hay facetas de dimensi¨®n econ¨®mica no ha de llevar a la conclusi¨®n de que la econom¨ªa conduce al oscurantismo y a la ideolog¨ªa reaccionaria. Esto, en todo caso, confundir¨¢ a quien quiera dejarse confundir, pero, sobre todo, reafirmar¨¢ a aqu¨¦llos con principios cient¨ªficos tan s¨®lidos que se niegan a reconocer la m¨¢s m¨ªnima validez al an¨¢lisis econ¨®mico formal. Y no hace falta que siga para saber de qu¨¦ parroquia de miembros de nuestras facultades estoy hablando. Lo peor de esta discusi¨®n es que revierte en la educaci¨®n de las generaciones de nuevos economistas, que quiz¨¢ entendieron que el precio de un bien es una inc¨®gnita de un problema matem¨¢tico que hab¨ªa que resolver para poder licenciarse un d¨ªa, pero que son incapaces de analizar qu¨¦ efectos tienen los incentivos econ¨®micos en las decisiones cotidianas. Pero, ya se sabe, quien lo entiende puede que un d¨ªa se convierta en negociante.
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