Silencio por un torero
Terminado el pase¨ªllo hubo un minuto de silencio por la muerte de Juan Bienvenida. Fue un minuto de emoci¨®n. Una de las m¨¢s grandes dinast¨ªas toreras va entrando en la historia a jirones. Juan era el m¨¢s j¨®ven de los hijos del Papa Negro, el fundador. S¨®lo queda ?ngel Luis de aquellos cinco hermanos que llevaron en el alma el fuego de la torer¨ªa y honraron con su respeto, su fidelidad y su esp¨ªritu de superaci¨®n la grandeza de este arte exclusivo.Se o¨ªa el silencio. El ajetreo de cada d¨ªa estaba fuera. De all¨¢ ven¨ªa un rumor de multitud, el ronroneo constante e inconcreto de la ciudad que va a lo suyo. Dentro estaba la m¨ªstica de la fiesta. Un mundo aparte; el planeta de los toros, que lo llam¨® Antonio D¨ªaz Ca?abate, otro personaje inolvidable, maestro en contar el drama y la an¨¦cdota de los aconteceres planetarios.
Partido / Campuzano, Fundi, Higares
Toros de Partido de Resina (uno devuelto por inv¨¢lido), con presencia y de hermosa estampa, varios ovacionados de salida, encastados y nobles; 6? inv¨¢lido total. 1?, sobrero, de Antonio San Rom¨¢n, con gran trap¨ªo, manso.Jos¨¦ Antonio Campuzano: pinchazo y estocada (ovaci¨®n y tambi¨¦n pitos cuando saluda); media y dos descabellos (pitos). Fundi: pinchazo y estocada corta (silencio); estocada (pitos). ?scar Higares: estocada atravesada trasera descaradamente baja (palmas y pitos); estocada y seis descabellos; se le perdon¨® un aviso (silencio). Se guard¨® un minuto de silencio por la muerte del matador de toros Juan Bienvenida, ocurrida por la ma?ana. Plaza de Las Ventas, 30 de mayo. 22? corrida de feria. Lleno.
El cascabeleo de las mulillas, el s¨²bito relinchar de un caballo, el ligero vaiv¨¦n de alg¨²n tapiz que mov¨ªa la tenue brisa; s¨®lo eso se o¨ªa en medio del silencio. El silencio en memoria de un torero siempre est¨¢ cargado de emoci¨®n. Y aqu¨ª, con el recuerdo de Juan Bienvenida, que fue diestro bueno, bien ense?ado y mejor aprendido, garant¨ªa de arte y oficio en todos los tercios dentro de una ¨¦poca de extraordinarios lidiadores, se rend¨ªa homenaje tambi¨¦n a Manolo Bienvenida, a Pepote, al magitral Antonio que, cada uno a su tiempo, dieron tardes inolvidables y contribuyeron a llenar de grandeza la fiesta.
El ?Viva! de siempre rompi¨® definitivamente el silencio y la atenci¨®n volv¨ªa a la realidad. Hab¨ªa expectaci¨®n en la plaza. Se lidiaban los legendarios Pablo Romero, hoy de distinta propiedad, llamada Partido de Resina. Y resultaron extraordinarios. No todos pues dos padec¨ªan invalidez. Uno de ellos, que abr¨ªa plaza, volvi¨® al corral. El que sali¨® sexto lo mantuvo en el ruedo el presidente para hacer el rid¨ªculo: ¨¦l, el toro y el torero.
El sobrero, de impresionante l¨¢mina, dio en mansear y Jos¨¦ Antonio Campuzano lo breg¨® con oficio y lo pas¨® de muleta con impecable t¨¦cnica, naturalmente sin a?adir exquisiteces que la condici¨®n del toro no permit¨ªa. En el cuarto, ya de Partido de Resina, tampoco hubo fiesta muletera -s¨®lo un aseado ali?o proced¨ªa all¨ª- pues la hab¨ªa dado antes el picador. M¨¢s que fiesta, org¨ªa. Una org¨ªa infernal, porque aprovechando el celo del toro le meti¨® puya cuanto quiso, le destroz¨® los lomos, y cuando el bravo animal sali¨® de aquella tortura, llevaba la capa c¨¢rdena tinta en sangre, y ¨¦l mismo iba trastabillante y moribundo.
La bravura del toro ser¨ªa discutible, su casta no. De la primera agresi¨®n march¨® suelto. En la segunda se recreci¨®. Pero cay¨® en la trampa que perpetra siempre la acorazada de picar y que consiste en tapar a los toros la salida, acorralarlos mientras les horadan las entra?as. De esta forma picaron a los antiguos pablorromero, as¨ª fueran bravos, y codiciosos y nobles.
Los espadas son consentidores -o quiz¨¢ inductores- de semejantes tropel¨ªas. Para luego montar unas faenas vulgares que nada tienen que ver con el toreo. El Fundi, que lance¨® bien a la ver¨®nica, banderille¨® con enorme vulgaridad y en sus turnos de muleta fracas¨® estrepitosamente. A sendos toros de excepcional boyant¨ªa, prontos, fijos, humillados y pastue?os, les hizo sendas faenas ventajistas, sin ligar los pases, absolutamente intolerables desde la referencia del arte.
?scar Higares, que se llev¨® un revolc¨®n may¨²sculo cuando recib¨ªa de capa al tercer toro, emple¨® parecidas formas pese a la nobleza del animal, y si no se las reprocharon fue en atenci¨®n al percance. Al sexto, en cambio, quiso hacerle faena. Al sexto, que se desplomaba con s¨®lo mirarlo. Al sexto, que provoc¨® la indignaci¨®n del p¨²blico contra el torero, el toro y el presidente que lo mantuvo en el ruedo. Sumidos en el fracaso abandonaron la plaza estos toreros de hoy. Se fueron sin hacer honor a aquellos toreros de pasadas ¨¦pocas, que engrandecieron la fiesta con su vocaci¨®n y su sacrificio, y que los aficionados verdaderos tienen siempre presentes en su memoria y en su coraz¨®n.
Babelia
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