Menosprecio de la corte y alabanza de la aldea gobal
"Que viva Espa?a", gritan, "yo m¨¢s fuerte que t¨²", los l¨ªderes de los partidos estatales. Habiendo renunciado los unos al Cara al sol y los otros a la Internacional convergen ambos en Manolo Escobar. ?Qu¨¦ antiguos! Afirmarse a estas alturas como realidad pol¨ªtica esencial, superior a cualquier otra, es reclamar un monopolio tan peligroso como pat¨¦tico. Peligroso porque exacerba otros "nacionalismos", pat¨¦tico por lo que tiene de absurdamente retr¨®grado. Obvio que Espa?a existe. Pero existen ¨¢mbitos que requieren una democratizaci¨®n y que en muchos casos se imponen al Estado, los que se denominan internacionales o supraestatales. Y tambi¨¦n existen pol¨ªticamente las entidades "subestatales", las ciudades y las regiones, m¨¢s a¨²n si, como ocurre en Espa?a, algunas tienen fundamentos propios, antiguos o recientes, poco importa. Y resulta francamente irritante que gobiernos y partidos estatales, en vez de ser motores de la democratizaci¨®n de los entes supraestatales, los congelen en su naturaleza intergubernamental excluyente. Y adem¨¢s se escandalicen porque ciudades y comunidades aut¨®nomas reclaman un reconocimiento pol¨ªtico que se les regatea cicateramente. Respecto a Europa, sorprende ya el absurdo sistema electoral. Ser¨ªa mucho m¨¢s l¨®gico un sistema mixto en el que un tercio, por ejemplo, de los diputados fuera elegido en listas de ¨¢mbitos europeos y dos tercios por ¨¢mbitos regionales o locales. Se establecer¨ªa, por una parte, una relaci¨®n efectiva entre los territorios y los electos y, por otra, se garantizar¨ªa el debate sobre las cuestiones europeas. Otra propuesta: la participaci¨®n de los gobiernos de las comunidades aut¨®nomas en los consejos ministeriales de la Uni¨®n Europea. Y facilitar la constituci¨®n de "regiones europeas transfronterizas" como ¨¢mbitos estrat¨¦gicos.
La relaci¨®n entre el Estado espa?ol y las comunidades aut¨®nomas (CCAA) no es un proceso ni terminado, ni es una simple cuesti¨®n hist¨®rica. Influyen los efectos de la globalizaci¨®n, la inserci¨®n de Espa?a en la UE, la importancia adquirida por los espacios urbano-regionales como ¨¢mbitos econ¨®mico-sociales, y en cambio, la p¨¦rdida relativa de autonom¨ªa de las pol¨ªticas estatales en el mismo aspecto. Y por otra parte, el dinamismo pol¨ªtico-cultural y la afirmaci¨®n identitaria que se ha manifestado progresivamente no s¨®lo en las CCAA "especiales", sino tambi¨¦n en la mayor¨ªa de las otras. Se plantea, pues, la necesidad de un nuevo pacto que establezca un marco m¨¢s contractual que jer¨¢rquico para las relaciones entre el Estado y las CCAA. En vez de ret¨®ricas exaltaciones "espa?olistas", mejor ser¨ªa crear de una vez mecanismos pol¨ªticos propios del federalismo, como conferencias peri¨®dicas de presidentes de gobierno del Estado y de las CCAA, Senado como c¨¢mara legislativa territorial y desarrollo de un modelo de Administraci¨®n ¨²nica en el territorio, lo cual facilitar¨ªa considerablemente la vida de los ciudadanos.
Por ¨²ltimo nos queda la cuesti¨®n de la relaci¨®n de las CCAA con las ciudades y entes locales. Puede o deber¨ªa ser el lugar m¨¢s favorable a la innovaci¨®n pol¨ªtica y sin embargo no lo es. Los gobiernos auton¨®micos tienden a reproducir los vicios centralistas, uniformistas y burocr¨¢ticos que critican en el Estado. Y tambi¨¦n pretenden en ocasiones justificarlo con una ideolog¨ªa esencialista. Algunas propuestas para contribuir a simplificar estas relaciones ser¨ªan: a) la disoluci¨®n de todos los entes intermedios entre las CCAA y los municipios y su sustituci¨®n por estructuras de cooperaci¨®n entre ambos o entre municipios de car¨¢cter flexible y voluntario; b)Cultura de gobierno compartido entre el gobierno de la CA y los alcaldes de las principales ciudades. Conferencias regulares entre ambos. El alcalde de la capital podr¨ªa formar parte del gobierno de la CA; c)Reducci¨®n del marco pol¨ªtico legal de los municipios a los principios constitucionales para que puedan innovar en procedimientos electorales, organizaci¨®n y participaci¨®n ciudadana, etc¨¦tera.
En conclusi¨®n, debemos asumir que los ciudadanos hoy, como si naturaleza divina tuvieran, son unos y trinos: europeos, espa?oles y vascos, andaluces o lo que fueren. La ciudadan¨ªa europea est¨¢ en gran parte por conquistar y la ciudadan¨ªa "subestatal" es una ciudadan¨ªa de segundo orden que requerir¨¢ a¨²n un proceso constituyente conflictivo con el Estado. Por lo cual no parece l¨®gico ni deseable que los partidos estatales participen en tanto que tales en las elecciones locales y regionales. El lugar de los partidos estatales se sit¨²a en las elecciones estatales y europeas.
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