Bu?uelos

Para qu¨¦ les voy a enga?ar. Me produce una satisfacci¨®n casi morbosa pasear por una ciudad, Barcelona, que, distrito a distrito (menos uno: Sarri¨¤-Sant Gervasi; pijer¨ªo obliga; aunque con excepciones, mis amigos de ambos barrios), ha votado una opci¨®n municipal civilizada y acreditada por el uso. Todo lo contrario que Madrid, me perdonar¨¢n, cuya ciudadan¨ªa (excepto mis amigos y quienes podr¨ªan serlo) ha elegido libremente no liberarse de aquel de quien l¨ªbreme el cielo de nombrarle. Otra de las gozadas de estos d¨ªas reside en ver humillados a los altivos y elevados a los humildes (es decir: no los capitostes, sino esa gente de la pol¨ªtica cotidiana a quienes sientes cercanos, cuyo trabajo conoces), por el simple hecho de que los votantes, incluso los abstinentes, han movido el piso.

Pero el placer m¨¢s completo y perverso lo extrae esta gacetillera de ver confirmarse las previsibles reacciones del personal m¨¢s encumbrado. Por una parte, est¨¢n quienes incluso cuando reconocen la derrota creen poder hacer bien en el futuro aquello que se ha comprobado que, hasta la fecha, han hecho mal. Vienen a continuaci¨®n quienes, no habiendo ganado tanto como quer¨ªan, se apresuran a devaluar los logros del contrario. Y, por ¨²ltimo, se encuentran quienes, tras obtener un resultado mucho m¨¢s alentador que el que esperaban, se montan de nuevo en la fantas¨ªa de que se han recuperado, cuando se trata de que hemos hecho de tripas coraz¨®n. Como consecuencia, una serie de bu?uelos rellenos de ego de cuadros socialistas flotan estos d¨ªas por los cielos catalanes, y pueden pegarse seria oblea auton¨®mica.

Mira que si resultara que hemos corrido "como conejos" (seg¨²n definici¨®n del ex bu?uelo Francisco Frutos) para elegir a Clos porque, de entre todas sus cualidades, apreciamos precisamente su modestia.