La tragedia inacabable de la familia Perteshi
Tras dos meses por los montes de Kosovo y los campamentos de Albania, una familia busca en su pueblo el cad¨¢ver del padre, que decidi¨® quedarse
La destrucci¨®n que dejaron los serbios en Kosovo es, a veces, evidente, casi palpable. En la ciudad de Djakovica, en el suroeste de Kosovo, a pocos kil¨®metros de la frontera con Albania, se estima que el 40% de las casas quedaron destruidas y un 20% con graves da?os. El panorama en Djakovica produce terror al imaginarse y escuchar los relatos de lo ocurrido all¨ª. Si el horror admite comparaciones, puede asegurarse que la destrucci¨®n de dos calles de la ciudad serbia de Aleksinac, primer gran da?o colateral de los bombardeos de la OTAN, resulta insignificante al lado de la Djakovica arrasada por las hordas serbias de militares, paramilitares y polic¨ªas. En los pueblos y aldeas perdidas de las monta?as de Kosovo, la destrucci¨®n no aparece con tanta violencia acumulada por tratarse de casas aisladas. La costumbre de los albaneses de Kosovo de rodear con un muro sus casas en los pueblos impide con frecuencia captar las dimensiones de la destrucci¨®n en estos lugares peque?os y alejados de las carreteras centrales. Ascender por trochas y veredas infernales, llegar a esos pueblos de las colinas de Kosovo y atravesar sus muros equivale a tropezar con tragedias que afectan a familias enteras. Como la de los Perteshi, cuyas vidas transcurrieron en los ¨²ltimos dos meses por los montes y bosques de Kosovo y los campos de refugiados de Albania.
El ¨²ltimo acto de la tragedia de la familia Perteshi culminar¨¢ quiz¨¢ los pr¨®ximos d¨ªas, cuando al fin se consiga rescatar el cad¨¢ver del padre, que se encuentra al parecer en un pozo de 23 metros de profundidad en la aldea de Dragacin. En lo que queda de su casa incendiada en Mahalla, su mujer y una cu?ada, dos hermanos, un hijo de 17 a?os y un primo relataron las penalidades sufridas. Por la habitaci¨®n, donde s¨®lo permanece en pie una cocina de hierro, donde cuecen pan, pululan una docena de ni?os. En sus miradas llevan una tristeza sin l¨ªmites.
Los vecinos de Dragacin y Mahalla, dos aldeas del sur de Kosovo, a unos 20 kil¨®metros de Prizren y cerca de la frontera con Macedonia, optaron por abandonarlas ante la amenaza de llegada de militares, polic¨ªas y paramilitares serbios. Los albaneses j¨®venes y los hombres hechos y derechos salieron hacia los montes cercanos, donde se encontraban los guerrilleros independentistas del Ej¨¦rcito de Liberaci¨®n de Kosovo (ELK). En el pueblo quedaron las mujeres y los ni?os, junto con 11 hombres de m¨¢s edad, anciamos la mayor¨ªa. Entre ellos se encontraba Nezir Perteshi, de 49 a?os, padre de seis hijos, cuyo cad¨¢ver se encuentra casi con seguridad en el pozo del agua de Dragacin.
Unas 240 mujeres y ni?os, con los 11 hombres mayores, decidieron abandonar Dragacin el pasado 20 de abril en direcci¨®n a las vecinas monta?as. Cerca del pueblo, los serbios rodearon al grupo y en el acto separaron a unos 100 metros de distancia a los 11 hombres. All¨ª mismo los desnudaron y registraron. Fetije Perteshi, de 34 a?os, cu?ada del desaparecido Nezir, relata c¨®mo a las mujeres y ni?os los encerraron en casas, donde llegaron a hacinarse hasta 50 mujeres en una habitaci¨®n de 20 metros cuadrados. Los serbios les preguntaban con violencia por los j¨®venes del pueblo, que ya hab¨ªan partido para las monta?as. Adem¨¢s, les quitaron el dinero y los alimentos.
All¨ª permanecieron todos encerrados tres d¨ªas y dos noches, sin saber nada de los 11 hombres. A veces los serbios ped¨ªan mujeres para pelar patatas y se ofrec¨ªan las m¨¢s viejas. Los serbios quer¨ªan a las de 20 a?os, pero las mujeres gritaron que las mataran a todas, pero no dejaron salir a las chicas. Los ni?os no ten¨ªan para comer. Fetije cuenta que un polic¨ªa serbio tuvo compasi¨®n y dio galletas a los ni?os, porque dijo: "Soy padre de tres hijos y los ni?os me dan pena".
Las mujeres preguntaban por los 11 hombres y recib¨ªan siempre la respuesta de que estaban bien y pronto regresar¨ªan. Tras tres d¨ªas de encerrona, sacaron a las mujeres y los ni?os de las casas. Entonces Fiqirije, esposa de Nezir, ama de casa de 44 a?os y madre de seis hijos, tres de ellos emigrantes en Alemania, encontr¨® la ropa de su marido, tirada en el suelo, al lado del pozo donde hoy se buscan los cad¨¢veres.
Los serbios condujeron a todo el grupo a la escuela del pueblo vecino de Dulje y les amenazaban con colocarlos como escudos humanos en los lugares donde bombardeaba la OTAN. El cautiverio all¨ª dur¨® otros dos d¨ªas. Las mujeres hablan con horror de un serbio, con uniforme de polic¨ªa y la cabeza pelada, que llevaba marcado en la cabeza el emblema con las cuatro eses en caracteres cir¨ªlicos, abreviatura del eslogan "S¨®lo la unidad salvar¨¢ a Serbia". Este individuo exigi¨® 2.000 marcos (170.000 pesetas) de las mujeres all¨ª congregadas, que reunieron como pudieron. Al d¨ªa siguiente repiti¨® la operaci¨®n.
Los ni?os se alimentaban de agua con az¨²car. Tras dos d¨ªas de encierro en la escuela, llegaron dos autobuses de la Cruz Roja serbia, en los que metieron a las 240 personas. Los autobuses los llevaron hasta Zur, a siete kil¨®metros de Albania. Siguieron a pie, hasta alcanzar el puesto fronterizo de Morina y de all¨ª a un campo de refugiados en Kukes.
Mientras tanto, en las monta?as, los hombres llegaron a las posiciones que ocupaba el ELK. Haki Perteshi, de 39 a?os, relata el trato recibido por la guerrilla independentista del ELK. Explica Haki Perteshi: "No nos dieron ni pan. S¨®lo daban algo a quienes ten¨ªan un familiar en el ELK. A los otros, nada". Los serbios atacaron las posiciones del ELK y los fugitivos les pidieron un gu¨ªa para atravesar los campos de minas hacia Macedonia, pero "el ELK nos insultaba y dec¨ªa que ten¨ªamos que quedarnos y hacernos coger prisioneros por los serbios. De esa forma ellos podr¨ªan retirarse sin problemas". Al final, el grupo se desperdig¨® y 15 decidieron "cerrar los ojos y atravesar los campos de minas sin ayuda de nadie. Tuvimos suerte. El destino quiso que pas¨¢ramos sin heridos". Dos hombres del grupo, que regresaron a Dragacin, murieron asesinados. Unos 130 se reunieron cerca de Macedonia. Entre todos pagaron 4.000 marcos (320.000 pesetas) a un hombre de Urosevac que los gui¨® a trav¨¦s de la frontera, que cruzaron de forma ilegal. Desde Macedonia les trasladaron a Kukes, donde se reunieron con las mujeres y los ni?os. El jueves 17 de junio, seis d¨ªas despu¨¦s de la entrada de las tropas de la OTAN en Kosovo, regresaron a lo que quedaba de sus casas en Mehalla. En el pueblo vecino de Dragacin encontraron en la calle el cad¨¢ver descompuesto de uno de los 11 hombres que se hab¨ªa quedado con las mujeres. En torno al pozo del pueblo los vestidos repartidos indicaban que en el fondo podr¨ªan encontrarse los otros 10 cuerpos. Con ayuda de soldados alemanes de la fuerza Kfor empez¨® una siniestra pesca, que pronto dio como resultado el hallazgo de un cad¨¢ver que, cubierto por unos trapos, esparce un olor f¨¦tido por los alrededores. La b¨²squeda contin¨²a.
Haki Perteshi se ganaba la vida como tendero en Mehalla. De su casa y su tienda no queda casi nada m¨¢s que las paredes. Su mujer y sus tres hijos (de siete, cinco y cuatro a?os) duermen bajo un cobertizo al aire libre. Circulan por un sendero estrecho, por temor a las minas. Los serbios saquearon la casa en julio del a?o pasado, cuando la contraofensiva serbia contra el ELK. Entonces quemaron un cami¨®n y robaron otro. Tambi¨¦n estuvieron a punto de quemar viva a su madre, una anciana que se mueve por all¨ª y cuece pan en una cocina de hierro. La rociaron de gasolina y estaban a punto de pegarle fuego, pero uno de los serbios dijo: "Dejadla, s¨®lo es una vieja".
Haki no sabe decir si tanto sufrimiento ha merecido la pena, pero reflexiona y asegura: "No sab¨ªamos lo que era vivir en libertad. Hubo muchas v¨ªctimas, pero hay que estar contentos. Pudo ser peor. Nos queda sufrir por los muertos". Su cu?ada Fiqirije espera todav¨ªa que saquen el cad¨¢ver de su marido del pozo. A la pregunta de si mereci¨® la pena, responde: "No puedo hablar". Y se echa a llorar.
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