El paso del tiempo
Un t¨ªtulo muy ambicioso, muy gen¨¦rico, lo s¨¦. Lo abarca todo. La vida es tiempo. Quisiera, sin embargo, centrarme en algo bastante concreto, ese ansia de restauraci¨®n, de devolver a los edificios de importancia el color y la hechura originales, que se ha apoderado de muchos Ayuntamientos y que financian los ciudadanos. No digo que en algunos casos no sea loable, y desde luego algunos de estos edificios han quedado magn¨ªficos. Indudablemente, hubiera sido una pena que se nos hubiesen venido abajo, desaparecida parte de nuestra historia y de nuestros tesoros. Pero otras veces la restauraci¨®n no parece tan clara. Para lo mucho que cuesta, y habiendo en realidad tantos asuntos esenciales por resolver, me parece sencillamente un despilfarro, una monumental falta de criterio.
Uno de los casos m¨¢s espectaculares de toda esta afanosa corriente de conservaci¨®n es el de las estatuas de la catedral de Burgos, que ya ha levantado, por lo que llevo le¨ªdo en los peri¨®dicos, una pol¨¦mica en la ciudad. No alcanza a mi entendimiento esta obstinaci¨®n por detener como sea el deterioro de unas figuras que fueron concebidas para vivir al aire libre, como todas y cada una de las venerables piedras que forman la catedral. Puestos as¨ª, ?por qu¨¦ no se construye una gigantesca jaula de metacrilato -material que causa tanto furor- y se encierra en ella a la catedral entera y se la salva del todo del proceso amenazante de disoluci¨®n, se la libra de los peligros que el paso del tiempo, de forma inexorable, representa?
Verdaderamente, no tiene, a mis ojos, ning¨²n sentido, encerrar a las estatuas ya deterioradas en el interior de un museo, porque ni fueron concebidas para eso ni, en realidad, nadie las contemplar¨¢ mucho, porque por los museos, la mayor¨ªa de las personas pasa muy deprisa. Y algunas veces, con raz¨®n, porque creo que es demasiado lo que se expone en los museos como para poder ser contemplado con calma y detenimiento. Y mucho menos sentido tiene la sustituci¨®n de esas estatuas originales por otras de material indestructible, ll¨¢mesele pl¨¢stico o lo que sea. Si la catedral no es indestructible, ?por qu¨¦ habr¨ªan de serlo estas estatuas?, ?es que tienen m¨¢s valor que toda la catedral? Si al cabo de los siglos, la catedral de Burgos se reduce a polvo -ese polvo que todos seremos-, all¨ª quedar¨¢n, sobre el polvo, intactas, las estatuas de pl¨¢stico como muestra de nuestro sue?o de eternidad. Ellas ser¨¢n el s¨ªmbolo de nuestros sue?os. Irremediablemente, acuden a m¨ª los versos de Quevedo: "!Oh, Roma, en tu grandeza, en tu hermosura,/ huy¨® lo que era firme y solamente/ lo fugitivo permanece y dura". El r¨ªo T¨ªber, el fluir de la vida.
Hay batallas contra el tiempo que son perfectamente in¨²tiles, incluso me atrever¨ªa a calificarlas de perversas. No porque no consigan nada, que eso ocurre en muchas batallas, que no se remedia la enfermedad, sino porque crean una falsa ilusi¨®n que a la larga -o no tan a la larga- puede resultar nefasta. Muchas operaciones de cirug¨ªa est¨¦tica entran en esta categor¨ªa. Se dir¨ªa que esta sociedad se ha empe?ado en meternos en la cabeza que es un deber sagrado estar en lucha continua contra el paso del tiempo, que las fachadas de los edificios deben ser blancas y relucientes, m¨¢s blancas y relucientes cuantos m¨¢s a?os o siglos tengan, porque envejecer es una desfachatez, una ofensa en este mundo donde el gran valor es la eterna juventud y donde las personas mayores tienen cada vez menos espacio y menos funciones. Ser joven o morir, parece ser la opci¨®n.
Otro ejemplo bastante espectacular del extremo intento de recuperar el pasado son las excavaciones que en la madrile?a plaza de Ramales se est¨¢n haciendo con el fin de dar con los restos de los huesos de Vel¨¢zquez, enterrado, al parecer, en una vieja iglesia hoy desaparecida. Otra vez me pregunto si el dinero que los ciudadanos dan al Estado, en este caso al Ayuntamiento, para que los gobernantes les mejoren la vida no estar¨ªa much¨ªsimo mejor empleado en asuntos que les incumben bastante m¨¢s. La sanidad y la educaci¨®n, sin ir m¨¢s lejos. No creo que para mi admirado Vel¨¢zquez represente un honor que vayan por ah¨ª con palas y excavadoras en busca del polvo de sus huesos. Porque los huesos no son sino polvo, y si acaso fueran "polvo enamorado" -otra vez Quevedo- no son los mausoleos ni las placas conmemorativas los que le dan el adjetivo. El "polvo enamorado" es polvo, y por eso es tan bella la frase.
El "polvo enamorado" de Vel¨¢zquez est¨¢ en el aire que casi se puede palpar en sus cuadros. En la luz que, de izquierda a derecha, cae sobre el misterio de Las meninas flotan min¨²sculas part¨ªculas de polvo enamorado, y eso es lo que hace que nuestros pasos se detengan una y otra vez frente al cuadro para preguntarnos qu¨¦ vemos realmente en ¨¦l, para mirar a los ojos remotos de Diego Vel¨¢zquez que, desde el fondo de la sala, en el umbral de la puerta, nos mira y nos ofrece lo que hasta ese momento nunca se nos hab¨ªa ofrecido: la sencillez convertida en enigma. Tambi¨¦n se restaur¨® este cuadro, es verdad, y el tono rosado que la p¨¢tina del tiempo hab¨ªa dejado en ¨¦l dio lugar, tras la limpieza, a un azul transparente. Tambi¨¦n esta restauraci¨®n cre¨® cierta pol¨¦mica. Yo lo prefiero as¨ª, con la luz levemente azulada. No estoy radicalmente en contra de toda restauraci¨®n.
Pero, ?para qu¨¦ queremos los restos de Vel¨¢zquez, el polvo de sus huesos, si ya tenemos ¨¦se: el polvo enamorado de sus cuadros?, ?en qu¨¦ descabellado malentendido vivimos?, ?por qu¨¦ no nos rebelamos? Al fin y al cabo, todo esto se hace con nuestro dinero y no estamos precisamente a salvo de carencias y necesidades. Pero las autoridades quieren l¨¢pidas conmemorativas de m¨¢rmol bien pulido, quieren mausoleos, edificios blancos. ?sa es la enga?osa luz que nos ofrecen los depositarios de nuestra confianza. Y nosotros asentimos, o no decimos nada, porque lo que las autoridades nos ofrecen encaja perfectamente con lo que o¨ªmos aqu¨ª y all¨¢, con los valores que respiramos. Es inaceptable el paso del tiempo, negu¨¦moslo con convicci¨®n, cueste lo que cueste. Pero el tiempo pasa, lo queramos o no, y es mejor saberlo, es mejor vivirlo, el tiempo pasa, y est¨¢ bien que pase, porque, si no pasara, alcanzar¨ªamos la muerte antes de tiempo, nos quedar¨ªamos congelados antes de morir.
Soledad Pu¨¦rtolas es escritora.
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