HORAS GANADAS Odisea RAFAEL ARGULLOL
El 26 de julio de 1990, Anatoli Soloviov y Alexandre Baladin vivieron una aventura ¨¦pica digna de los h¨¦roes antiguos. Una semana antes todo parec¨ªa perdido cuando, durante siete horas, intentaron separar sin conseguirlo la escotilla del m¨®dulo acoplado a la nave Soyuz. De ello depend¨ªa su supervivencia. Por eso aquel d¨ªa, en su segundo y definitivo intento, no pod¨ªan fallar. Para superar la prueba, los dos cosmonautas tuvieron que afrontar dos momentos extremadamente cr¨ªticos. El primero se produjo mientras acababan de repasar la pantalla t¨¦cnica del m¨®dulo, cuando observaron que hab¨ªan casi agotado el combinado respiratorio de sus escafandras aut¨®nomas. Consumiendo las ¨²ltimas reservas lograron recorrer, con muchas dificultades, los 20 metros de regreso hasta la puerta de la estaci¨®n Mir. El segundo fue peor, pues los astronautas, al llegar a la c¨¢mara de descompresi¨®n, no pudieron cerrar la escotilla. En ese momento se cort¨® la comunicaci¨®n entre la plataforma espacial y la Tierra. Durante horas hubo en la base de seguimiento una incertidumbre total. Cuando se reanud¨® la comunicaci¨®n, Soloviov y Baladin pudieron anunciar que estaban a salvo. Es, sin duda, una historia ¨¦pica, con la necesaria prueba de m¨¢ximo peligro, superada con decisi¨®n. Pero, ?qui¨¦n se acuerda hoy de esta aventura? Se halla encerrada ¨²nicamente en una escueta nota de peri¨®dico perdida entre la memoria escrita de otras miles de notas de peri¨®dico. Es una historia ¨¦pica que no se ha convertido, ni posiblemente se convertir¨¢, en conciencia de una historia ¨¦pica. En la explicaci¨®n m¨¢s inmediata podemos deducir que la ca¨ªda del poder sovi¨¦tico no s¨®lo ha truncado una de las grandes epopeyas cient¨ªficas del siglo XX, sino que ha debilitado enormemente su memoria. El definitivo golpe de gracia puede ser el final, mucho m¨¢s all¨¢, es cierto, de las previsiones iniciales de la estaci¨®n espacial Mir. Su agotamiento t¨¦cnico tal vez entra?e tambi¨¦n el agotamiento de recuerdos que debieran ser memorables. A este prop¨®sito tiene un especial significado la exposici¨®n de Joan Fontcuberta, Sputnik: la odisea de la Soyuz 2, en el Museo Nacional de Arte de Catalu?a (MNAC). Relato fotogr¨¢fico extraordinariamente imaginativo, el trabajo de Fontcuberta nos retrotrae al coraz¨®n secreto de la segunda mitad del siglo, cuando la guerra fr¨ªa era el tenso escenario de la gran carrera por conquistar el espacio. La simbiosis entre realidad y simulacro, de la que Joan Fontcuberta ha dado repetidas muestras de maestr¨ªa en otras ocasiones, aparece como el marco adecuado para unas im¨¢genes tragic¨®micas en las que la ambici¨®n y el ansia de conocimiento humanos flotan en un territorio sin l¨ªmites. Las optimistas anticipaciones de la ciencia-ficci¨®n se han desvanecido en gran parte. En la traves¨ªa del espacio cada nueva conquista suscita nuevos interrogantes y nuevos aplazamientos. Esto explicar¨ªa, m¨¢s all¨¢ de las causas hist¨®ricas y pol¨ªticas, los altibajos en la recepci¨®n ¨¦pica de la carrera espacial. A excepci¨®n de momentos culminantes, el precipicio se ha demostrado demasiado profundo como para suscitar expectativas inmediatas en la sensibilidad contempor¨¢nea. El diagn¨®stico es rotundo: por el momento, la Gran Frontera es intransitable para las posibilidades humanas. Al menos, en lo que se refiere a signos que vulneren el silencio del universo. Buena parte de los esfuerzos m¨¢s sustanciales de la ciencia moderna han estado dirigidos a indagar en la Gran Frontera. Pero la exploraci¨®n del territorio nunca ha estado separada de la b¨²squeda de respuestas y, quiz¨¢ m¨¢s secretamente, del hallazgo de interlocutores. Una sola se?al proveniente de m¨¢s all¨¢ de la frontera habr¨ªa sido interpretada como el acontecimiento m¨¢s insigne de todas las ¨¦pocas. As¨ª, desde luego, lo ha reflejado la imaginaci¨®n moderna con su hambrienta necesidad de sugestionarse con presencias que vinieran a justificar nuestra presencia en el mundo. En otras palabras: naturalezas asimilables a nuestra naturaleza, en las que se pudiera espejear nuestra imagen para romper, as¨ª, la agotadora secuencia de un perpetuo mon¨®logo. El problema es la sospecha, no certificada pero tampoco desmentida, de que la Gran Froteras no oculta un espejo, sino m¨¢s bien un pozo sin fondo. Sin indicios de di¨¢logo, nunca como ahora parece evidente la conciencia de solipsismo. El hombre ser¨ªa un relato sin oyentes en el que se cuenta su solitario protagonismo en el mundo. Tal idea de soledad, sin embargo, nos ha resultado y nos seguir¨¢ resultando inaceptable. La f¨¢bula de Joan Fontcuberta rescata, con fuerza y originalidad, fragmentos de este inconformismo humano desde d¨¦cadas recientes, pero ya demasiado oscuras. Sus im¨¢genes me recuerdan un viejo y deteriorado documental en el que aparac¨ªa Yuri Gagarin, uno de los h¨¦roes m¨¢s genuinamente hom¨¦ricos de nuestro tiempo: valiente, jovial, audaz, muerto en plena juventud, como en las antiguas epopeyas. Tras protagonizar el primer vuelo espacial le ped¨ªan que expresara las tres principales sensaciones de su experiencia. La tercera era el miedo; la segunda era la soledad; la primera, la alegr¨ªa.
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