Jruschov, el americano
"He nacido de nuevo. Es el principio de una nueva vida". Seguramente, Sergu¨¦i Jruschov se siente as¨ª, y no es para menos, pero su padre, Nikita, el hombre que asegur¨® a golpes de zapato que la Uni¨®n Sovi¨¦tica iba a "enterrar" a EEUU, morir¨ªa de nuevo si hubiera visto a su hijo el pasado lunes, en Providence (Estado de Rhode Island), con la mano derecha sobre el coraz¨®n, jurando "apoyar y defender la Constituci¨®n y las leyes de los Estados Unidos de Am¨¦rica contra todos sus enemigos". Sergu¨¦i, de 64 a?os, que adopt¨® la ciudadan¨ªa junto a su esposa, Valentina Golenko, trabaj¨® -para orgullo paterno- en el sistema de misiles de la URSS, el mismo que permiti¨® en su momento a Nikita Jruschov aventurar que su pa¨ªs "dejar¨ªa atr¨¢s" a EEUU y asegurar que el territorio americano era vulnerable a los cohetes sovi¨¦ticos. Pero Sergu¨¦i abandon¨® su pa¨ªs en 1991, con la ca¨ªda de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, y se estableci¨® en Am¨¦rica. Fue contratado por la prestigiosa Universidad Brown, en Providence, y desde entonces se dedica a la ense?anza de pol¨ªtica internacional. Ya desde 1992, cuando solicit¨® un visado permanente, apunt¨® sus intenciones. Ahora no hace m¨¢s que confirmarlo: "Mi mujer y yo llevamos viviendo aqu¨ª ocho a?os y nuestros planes son seguir aqu¨ª. Nos gusta, y yo creo que cuando uno est¨¢ viviendo en un pa¨ªs que le gusta debe hacerse ciudadano de ese pa¨ªs".
?Problemas de conciencia con su padre, que quiz¨¢ volver¨ªa a sacar el famoso zapato de las Naciones Unidas y a golpear lo primero que se pusiera a mano? En absoluto. Al contrario. Seg¨²n declar¨® a una agencia de prensa estadounidense, Sergu¨¦i Jruschov cree que Nikita "le apoyar¨ªa" en su decisi¨®n. "Despu¨¦s de todo, no es como si fuera un desertor". No contento con expresar de esta forma su confianza en la comprensi¨®n paterna, Sergu¨¦i aprovecha para contraatacar, harto quiz¨¢ de que le hagan siempre la misma pregunta: "S¨®lo el planteamiento ya demuestra el elevado n¨²mero de estadounidenses que se encuentran anquilosados en los a?os sesenta".
Independientemente de c¨®mo se vea su nueva ciudadan¨ªa estadounidense en Rusia, Sergu¨¦i no teme las posibles iras de algunos de sus compatriotas: "?Ni hablar! Rusia es diferente, no est¨¢n viviendo ya en la guerra fr¨ªa (...) Los tiempos cambian. Los Gobiernos y los pueblos cambian", opina filos¨®ficamente Sergu¨¦i, que jur¨® fidelidad esta semana a su nuevo pa¨ªs junto a su mujer y otros 242 inmigrantes. Todos ellos prometieron adem¨¢s ser buenos ciudadanos. La gran mayor¨ªa -incluidos los Jruschov- llevaba en la mano peque?as banderas con las barras y las estrellas. Nikita Jruschov sac¨® su zapato en 1960, en las Naciones Unidas, furioso porque el representante de Filipinas ante la ONU se aline¨® con EEUU y acus¨® a la URSS de llevar adelante una pol¨ªtica de imperialismo en el este de Europa. "?Os enterraremos! ?Os enterraremos!", grit¨® iracundo, al tiempo que aporreaba su pupitre. Su hijo disculpa lo ocurrido desde un interesante punto de vista que demuestra el cari?o que le profesa: "Mi padre utiliz¨® un zapato americano, y no estaba amenazando con enterrar a EEUU desde un punto de vista militar. ?l se refer¨ªa a los sistemas de gobierno".
Sergu¨¦i ha escrito diversos libros sobre su progenitor, que llev¨® las riendas de la URSS en un periodo crucial, desde 1953 -todav¨ªa en plena guerra fr¨ªa- hasta 1964. El deshielo del estalinismo, que ¨¦l hab¨ªa puesto en marcha, se lo llev¨® por delante. Muri¨® en 1971. Su hijo acaba de volver de un viaje a Mosc¨² en el que ha dado los ¨²ltimos toques a una obra a la que ha dedicado a?os de edici¨®n y revisi¨®n: los cuatro tomos de las memorias paternas, tituladas El poder, el pueblo y el tiempo, que conf¨ªa publicar en Estados Unidos.
La vida de Sergu¨¦i y Valentina es completamente americana. Tienen dos coches y viven en una casa normal -normal para el estadounidense medio- en Cranston, cerca de Providence. La pareja cuida el jard¨ªn y un peque?o huerto los fines de semana, y aseguran que est¨¢n muy a gusto, porque el clima de Rhode Island les recuerda al de su Crimea natal.
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