DE ESPALDAS AL MAR Do?ana, territorio sagrado
El escritor ve m¨¢s a Sanl¨²car de Barrameda con la memoria que con la vista. Una visi¨®n "congelada" de una ciudad a punto de ser abrazada por el Coto del Parque Nacional de Do?ana, territorio "sagrado" que aprehende Jos¨¦ Manuel Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 1926) con el recuerdo y la imaginaci¨®n. "El Coto es la mater terrae", el paisaje cultural al que se aferra desde la primavera al oto?o, antes de volar a Madrid, donde inverna, al contrario que los ¨¢nsares o los patos cuchara, que arriban al parque con el primer baj¨®n del term¨®metro europeo. Las ventanas de su casa lo asoman cada d¨ªa al borde atl¨¢ntico del coto. En Montijo, a medio camino entre Sanl¨²car de Barrameda y Chipiona, en la costa -"a trasmano de las riadas domingueras"-, tiene su morada: "La patria es el lugar que se ve desde la ventana en la que est¨¢s a gusto", expone Caballero Bonald, quien, a trav¨¦s del cristal, imagina las navegaciones mitol¨®gicas y los viajes hist¨®ricos; de Tartessos al mundo grecolatino; de la carrera de Indias a las cr¨®nicas del Coto "de cuando andaban por ah¨ª enredados en la cama Goya y la duquesa de Alba". All¨ª de donde parti¨® el tercer viaje de Crist¨®bal Col¨®n y desde donde zarp¨® la misi¨®n de Fernando de Magallanes y a donde regres¨® su mismo barco con Juan Sebasti¨¢n Elcano tras circunvalar la tierra. "Todo eso veo yo en el paisaje de Sanl¨²car", un mapa imaginario que le sirve de est¨ªmulo literario y que invita a descodificar a cada viajero dispuesto a perder tambi¨¦n alguna guerra vital, aunque advierte: "Hay un desnivel notable entre mis recuerdos y la realidad. No reconozco m¨¢s que de un modo incompleto la ciudad y yo tampoco me reconozco integrado en esa ciudad". Hay cosas que, sin embargo, no han cambiado. Es esa Sanl¨²car "bien dotada para los paseos", alejada de las sombrillas multicolores y las tumbonas, aunque arranca, parad¨®jicamente, de la playa de Bajo de Gu¨ªa y rinde en La Jara, lugar elegido tradicionalmente por la burgues¨ªa sanluque?a para residir. O desde La Calzada al Barrio Alto. "Entre el Palacio de Medina Sidonia y el Palacio de Nueva Orleans, en el Barrio Alto, cabe medio milenio de la historia de Andaluc¨ªa". Existe tambi¨¦n una Sanl¨²car de Barrameda eterna. "No ha cambiado, de ninguna manera, el paisaje fluvial, con Do?ana en la otra banda", tampoco ha experimentado variaci¨®n alguna "el interior de las bodegas". Y, por si acaso, que nadie le toque la manzanilla a Caballero Bonald, un elixir que le ha curado el ¨¢cido ¨²rico. "Saber beber manzanilla es saber vivir". A la teor¨ªa a?ade cada d¨ªa lecciones pr¨¢cticas. Quiz¨¢s el vino le traiga recuerdos de las tertulias que echaba con Manuel Barbadillo, t¨ªo Manolo, un bodeguero alejado del clich¨¦ del se?orito jerezano; le refresque los encuentros con Alberti y Bergam¨ªn y le acerque el aroma que desprend¨ªan los tabancos y el desaf¨ªo arm¨®nico de los toneles de roble apilados. Para comer, Casa Bigote. "En la calle que lleva mi nombre tomo las almejas de corral, el langostino, las aced¨ªas, las bailas, los sargos, las urtas: all¨ª est¨¢ Bigote, la taberna marinera de toda la vida", dice el escritor y cliente, por m¨¢s que Bigote alcanzara hace tiempo categor¨ªa culinaria superior. Ya no existe el transbordador ni los vapores que part¨ªan de enfrente del Callej¨®n de la Inquisici¨®n, de cuando pertrecharse para echar un d¨ªa en el Coto era "como ir a la selva". Han sido sustituidos por el Real Fernando, cuyo trayecto no termina de convencer al escritor, quiz¨¢s porque acerca gente a su para¨ªso natural y cultural. El tiempo, en cambio, no ha hilado fino y no ha sido reemplazado el tren fluvial, que empleaba una gozosa hora en recorrer el trayecto entre Jerez de la Frontera y Sanl¨²car de Barrameda, con la visi¨®n del Coto, "un territorio siempre amenazado, pero la madre tierra se vengar¨¢ de quien la ultraja", avisa. Se debe visitar Sanl¨²car en primavera, "con las lluvias que cubren la marisma", dice el escritor, "cuando se entibia el ambiente". Se debe trasnochar y se debe mirar al r¨ªo. Aconseja admirar los palacios y las bodegas por igual, ambas conservan tesoros. Y la visita ser¨¢ indeleble si se ejercitan, a partes iguales, la vista, la memoria y la imaginaci¨®n.
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