Otro verano sin papeles en Totana
Al menos 2500 ecuatorianos han llegado a Totana en el ¨²ltimo a?o en busca de seguridad y en trabajo
El salto a la fama de Totana (Murcia) ocurri¨® hace un a?o, cuando sus vecinos se convirtieron en protagonistas de una acci¨®n inusual en Europa. Era el verano de 1998. La Delegaci¨®n de Gobierno de Murcia hab¨ªa ordenado la expulsi¨®n de Espa?a de 133 de los 500 inmigrantes ecuatorianos asentados en esta poblaci¨®n de 20.000 habitantes desde hac¨ªa cinco a?os. La redada policial concluy¨® con 17 detenidos. La medida sorpresiva del Gobierno despert¨® en estas tierras una reacci¨®n de solidaridad sin precedentes. La noticia dio la vuelta al mundo. La concejal de IU Josefina G¨¢lvez dice que conserva el ejemplar del The New York Times, que daba cuenta del hecho, y recuerda la presencia de varios medios de prensa extranjeros. Hoy Totana empieza a pagar el precio de aquellos d¨ªas de gloria.En apenas un a?o, el n¨²mero de ecuatorianos residentes en este pueblo se ha multiplicado por cinco. Esta comunidad ha pasado de 500 a 2.500 personas, que han llegado alentadas por la idea de que ¨¦ste es el oasis en su ¨¦xodo para escapar del desempleo, que afecta al 50% de los trabajadores del pa¨ªs suramericano.
El movimiento de solidaridad con los inmigrantes fue iniciado por los empresarios, que hab¨ªan encontrado en estos trabajadores la soluci¨®n a la end¨¦mica falta de mano de obra agr¨ªcola. A los empresarios se sumaron los sindicatos, partidos y asociaciones civiles y, con la llegada de c¨¢maras y periodistas, todo el pueblo. Los vecinos apreciaban la sencillez de los ecuatorianos, su innata discreci¨®n y timidez. Trabajadores de pocas palabras, acostumbrados a realizar labores pesadas, se hab¨ªan adaptado al trabajo de las huertas de hortalizas y frutales, a su paisaje ¨¢rido y a la vida de un pueblo peque?o. Eran hombres de fe, que rezaban en la misma lengua.
El pueblo se ha convertido en una bolsa de trabajadores sin papeles de toda la regi¨®n. A esta masiva inmigraci¨®n se han sumado las dificultades de legalizaci¨®n de las 500 personas, cuya expulsi¨®n motiv¨® la protesta. Hasta la fecha, s¨®lo un 30% de ellos cuenta con la tarjeta de residente y con un permiso de trabajo. El alcalde de Totana, el socialista Alfonso Mart¨ªnez Ba?os, asegura que aunque la situaci¨®n se encuentra bajo control, el pueblo podr¨ªa verse desbordado.
Totana no se parece m¨¢s a lo que fue. Antes de las seis de la ma?ana, decenas de hombres y mujeres se concentran en una rotonda a la entrada del pueblo, conocida como La Turra, hasta donde llegan los propietarios de las fincas para llevarse consigo a los trabajadores que requieren para la jornada. En cuanto uno de los coches aparca, los inmigrantes se agolpan alrededor. No se pacta el precio. Aceptan las condiciones sin rechistar. La ilegalidad de la situaci¨®n de estas personas hace que la hora de trabajo fluct¨²e entre 450 y 700 pesetas.
Roc¨ªo, de 33 a?os, que hace tres meses dej¨® a sus tres hijos, cerr¨® la tienda de barrio que, al borde de la quiebra, ten¨ªa en Quito, la capital ecuatoriana, y emprendi¨® el viaje a Espa?a, asegura que nunca imagin¨® que el trabajo fuese tan duro. Permanece todo el d¨ªa en cuclillas, "hasta pedir clemencia a Dios". Todos coinciden, sin embargo, en que el esfuerzo vale la pena. "Con uno o dos d¨ªas de trabajo se puede comer y pagar los gastos del mes". El resto es ahorro. "En el Ecuador trabajaba como una bestia y mi familia pasaba hambre", dice Patricio. Junto a los ecuatorianos, un grupo de ucranios, entre ellos varias mujeres de m¨¢s de 50 a?os, esperan tambi¨¦n que el d¨ªa sea productivo.
En La Turra se concentran sobre todo los reci¨¦n llegados. Los dem¨¢s, que tienen ya contactos con los propietarios de las huertas, han partido antes del amanecer en un viaje de hasta dos horas a lo largo y ancho de la regi¨®n. Se desplazan a Lorca, Alhama de Murcia, Mazarr¨®n. Y a¨²n m¨¢s lejos, a dos horas de distancia, en la ruta a Cartagena. Les esperan ocho horas de trabajo. A veces 10. Un bocadillo al mediod¨ªa. Y una siesta forzada junto a los melocotones.
La presencia de los ecuatorianos ha revitalizado la econom¨ªa del pueblo. El indicio m¨¢s claro es el precio de los alquileres. Un piso de 70 metros cuadrados, por el que antes se pagaban 25.000 o 30.000 pesetas, cuesta hoy 100.000. Aunque no existen cifras del impacto en la producci¨®n, se sabe que ahora se cultiva hasta en la ¨²ltima esquina de las fincas. Pero la situaci¨®n irregular en que viven estos agricultores ha provocado que el salario en el campo vaya a la baja. Trabajan a destajo, y muchos nativos se sienten afectados.
Con el calor sofocante del mediod¨ªa, el griter¨ªo de las t¨®rtolas augura el movimiento vespertino que se avecina. La masiva llegada de forasteros ha roto el silencio y empiezan a surgir problemas de convivencia. Al final del d¨ªa, todos vuelven a Totana. Se encuentran en la calle. Los m¨¢s humildes, los reci¨¦n llegados, generalmente inmigrantes con poca cualificaci¨®n, tienen una mirada de desconcierto. La actividad en los seis locutorios telef¨®nicos es fren¨¦tica. Coches destartalados circulan a toda prisa. Se estima que son ya 100. Ninguno tiene seguro y los conductores no tienen carn¨¦, puesto que no lo pueden tramitar. ?sta es la causa principal de la tensi¨®n que se vive en el pueblo. Algunos coches estacionados en la calle han sufrido choques de escasa importancia. Sus autores han huido del lugar por temor a las consecuencias. Los sucesos del a?o pasado supusieron una tregua para los sin papeles. Pero la tregua se ha extendido a los permisos de conducir. El voluntario de C¨¢ritas Joaqu¨ªn Usero asegura que el asunto de los coches es una bomba de tiempo. ?ltimamente, los ¨¢nimos est¨¢n caldeados. En la calle y en la conversaci¨®n de los vecinos se perciben expresiones de molestia. Mart¨ªnez Ba?os confirma que la poblaci¨®n empieza a estar inc¨®moda por el proceso natural de adaptaci¨®n que supone la llegada de los forasteros.
Los ecuatorianos tambi¨¦n son conscientes de que los totaneros empiezan a sumar motivos de queja. Marco y Sonia, que estuvieron entre los 17 detenidos del a?o pasado, ven que el ambiente ya no es el mismo. Tienen la intenci¨®n de partir en cuanto les sea posible. Pero ha pasado un a?o y a¨²n no tienen sus documentos en regla. Los fines de semana, algunos amanecen tendidos en la calle durmiendo la borrachera, comenta esta pareja, que consigue enviar al Ecuador hasta 70.000 pesetas al mes para la construcci¨®n de su casa. La Polic¨ªa y la Guardia Civil investigan la existencia de una red de tr¨¢fico y de explotaci¨®n de trabajadores, que estar¨ªa en pleno funcionamiento. Odios menores afloran en las calles. Los comentarios sobre "los gamberros ecuatorianos" son frecuentes.
Josefina G¨¢lvez, concejal de IU, est¨¢ convencida de que la masiva llegada de los ecuatorianos se regular¨¢ por s¨ª sola en la medida en que se vaya legalizando su permanencia en Espa?a. Cree, adem¨¢s, que la gente da demasiada importancia a los comportamientos impropios de los extranjeros. Las dos comunidades viven separadas, pero los antiguos vecinos mantienen viva la amistad y solidaridad surgida en otro verano.
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