Prisioneros de la l¨®gica de la guerra
Los gestores de la pol¨ªtica internacional contin¨²an planificando el futuro y enfrent¨¢ndose al presente con una mentalidad desfasada y con unos medios inadecuados, como si no tuvieran m¨¢s opciones que pedir y usar m¨¢s de lo mismo, y sin pensar en ning¨²n momento que puedan existir otras l¨®gicas y elaborarse otros medios. El tratamiento dado al conflicto de Kosovo mediante una estrategia de masivos bombardeos a¨¦reos ha puesto de manifiesto el peso que todav¨ªa tiene la l¨®gica del aplastamiento y de la fuerza bruta, como la ¨²nica opci¨®n posible de respuesta, en la mentalidad de dichos gestores.Pero el resultado final de esta estrategia tampoco ha sido satisfactorio para nadie, por lo que han empezado a aparecer reflexiones y propuestas para sacar lecciones de cuanto ha pasado. Me temo, no obstante, que la reflexi¨®n dominante en dichos c¨ªrculos contin¨²a estando prisionera de la l¨®gica de la guerra fr¨ªa.
A mediados de junio, el secretario general de la OTAN, Javier Solana, afirmaba que si los europeos queremos ser actores y no s¨®lo parte del escenario, deberemos gastar m¨¢s en defensa militar (EL PA?S, 13 de junio). Un mes antes ya hab¨ªa afirmado la necesidad de que los pa¨ªses europeos incrementasen sus fuerzas militares. Casi nadie cuestiona, sin embargo, para qu¨¦ sirven realmente los 2,8 millones de soldados que tienen ahora mismo los pa¨ªses europeos de la OTAN (4,4 millones si contamos Norteam¨¦rica), y el gasto anual de 174.000 millones de d¨®lares en asuntos militares desde estos pa¨ªses (450.000 millones con Estados Unidos y Canad¨¢). Cabe preguntarse tambi¨¦n c¨®mo se enfoca ahora la resoluci¨®n pol¨ªtica y pac¨ªfica del problema kurdo, y si el rearme turco (su plan de modernizaci¨®n se eleva a 150.000 millones de d¨®lares) no es la v¨ªa directa para destrozar cualquier arreglo pac¨ªfico futuro.
En el pasado vimos que el rearme continuado de los bloques militares no serv¨ªa ni para crear seguridad ni para resolver los problemas internacionales, y mucho menos para prevenir o regular los conflictos. ?Por qu¨¦ ahora ha de ser v¨¢lido el principio de que s¨®lo la fuerza crea seguridad?
La respuesta est¨¢ en que los gestores de la pol¨ªtica son normalmente incapaces de imaginar, y no digamos poner en marcha, una manera diferente de tratar los conflictos. La l¨®gica dominante es todav¨ªa la patriarcal, y se sustenta en la dureza, la fuerza, el dominio, el poder, la ostentaci¨®n y la amenaza. Con este arsenal se puede vencer, derrotar, aniquilar y humillar al enemigo, ciertamente, pero nunca concertar nuevos escenarios, construir nuevas relaciones y cooperar en la b¨²squeda de soluciones aceptables para todos. Y no me estoy refiriendo, si pensamos en Kosovo, a que haya que estar de palique y coqueteo con Milosevic, sino a que ha de construirse una estrategia para enfrentar a los tiranos que vaya m¨¢s all¨¢ de la simple demonizaci¨®n del personaje y del bombardeo del pueblo que lo apoya, lo aguanta o lo sufre. Cuando la respuesta es exclusivamente militar, adem¨¢s de ser insuficiente y de crear da?os irreparables a la poblaci¨®n civil, abonamos el mensaje primario y prehist¨®rico de que cualquier respuesta armada es v¨¢lida cuando se tiene la capacidad de golpear al adversario, olvidando que este principio es y ser¨¢ emulado en otros contextos y por otros actores que se sienten con la misma legitimidad para atacar y destruir, ¨²nica y exclusivamente a partir de la convicci¨®n de que pueden hacerlo, de que pueden salir victoriosos del intento y de que nadie les juzgar¨¢ por haberlo hecho.
La guerra nunca ha sido ni podr¨¢ ser la mejor manera para defender y garantizar los derechos humanos, porque es una opci¨®n que lleva impl¨ªcita la destrucci¨®n de la vida humana y la glorificaci¨®n de los instrumentos de muerte. Es por tanto la peor opci¨®n, y supone adem¨¢s el fracaso de todas las otras opciones pensadas y probadas, si es que realmente se hubieran pensado y probado con anterioridad. Y ¨¦sta es quiz¨¢s la gran pregunta: ?somos capaces de pensar de otra manera y con otra l¨®gica que incorpore otros medios y enfoques alternativos?
Cuando hablamos de construir pol¨ªticas de paz no nos referimos a que simplemente hay que cantar al viento y contagiar buena voluntad por doquier. Nos referimos a c¨®mo implementar y consolidar estrategias duraderas para que el respeto de los derechos humanos, el desarrollo sostenible, el desarme y la democratizaci¨®n sean realidades universales, y sus m¨ªnimos queden garantizados en cualquier rinc¨®n del planeta. Y hablamos tambi¨¦n de los instrumentos para realizar este trabajo (las armas de la otra l¨®gica): afectividad, armon¨ªa, autonom¨ªa, compasi¨®n, comunicaci¨®n, consciencia, cooperaci¨®n, corresponsabilidad, creatividad, di¨¢logo, educaci¨®n, empat¨ªa, equidad, escucha, humanidad, identidad, imaginaci¨®n, intercambio, justicia, movilizaci¨®n, participaci¨®n, reciprocidad, reconocimiento, respeto, responsabilidad, simplicidad, singularidad, solidaridad, sostenibilidad, ternura, universalidad...
Detr¨¢s de cada uno de estos valores y capacidades hay toda una historia de pr¨¢ctica social y de desarrollo de la Humanidad, no s¨®lo un acopio de intenciones. Cojan al azar varios pares de estas palabras y piensen por un momento en cu¨¢l ser¨ªa su significado y alcance si los conceptos que de ah¨ª vayan saliendo fueran traducidos en pr¨¢ctica pol¨ªtica, en normativas jur¨ªdicas, en comportamientos sociales, en estrategias diplom¨¢ticas, en relaciones econ¨®micas... Ver¨¢n que la otra l¨®gica, la de la paz, no es efectivamente la realidad que domina la pol¨ªtica internacional del presente, pero que tampoco es una quimera, un espejismo, porque a nuestro alrededor hay infinitos micro-ejemplos de ello, con miles y miles de resistencias y de pr¨¢cticas positivas, mediadoras y creadoras, aunque invisibles normalmente en los grandes medios de comunicaci¨®n.
Construir y fortalecer la l¨®gica de la paz, hoy minusv¨¢lida y endeble ante quienes perpet¨²an los mecanismos de dominio, es probablemente el mayor desaf¨ªo del nuevo siglo. Para lograrlo, los ciudadanos deberemos aprender a convertir estas pr¨¢cticas sociales en macropol¨ªticas, para que alteren en profundidad la forma de hacer las cosas en el nuevo milenio, y para que as¨ª enmudezcan quienes con tanta arrogancia se han otorgado el derecho a quitar la vida o a no dejarla florecer.
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