Pandorgas
J. M. CABALLERO BONALD En la costa norte de C¨¢diz a la cometa la llaman pandorga y, un poco tierra adentro, pandero. Es decir, que por estos pagos se usan dos acepciones de instrumentos musicales r¨²sticos para designar un mismo artilugio volador, vinculado a muy diversas culturas y presente en los m¨¢s variados muestrarios recreativos. No es que pretenda competir en semejantes saberes con Rodr¨ªguez Almod¨®var, cuya magn¨ªfica columna -Abecedario andaluz- neutraliza cualquier pretensi¨®n m¨ªa al respecto, es que me tienta comentar una curiosa y nada frecuente competici¨®n veraniega: el concurso de "vuelos de pandorgas a la antigua usanza" que acaba de celebrarse en Chipiona. Las normas que regulan este torneo responden a unos objetivos ciertamente sutiles, ya que en la fabricaci¨®n artesanal de las cometas s¨®lo pueden emplearse componentes naturales: ca?as, palitroques, papel de seda, engrudo de harina y cuerdas de ca?amo o "hilo tonto". Nada de modelos comerciales, nada de sedales de nylon o materiales pl¨¢sticos: lo que se dice el primor escueto de la manualidad. Un jurado previo controla la rigurosa observancia de tales requisitos. El gusto por las leg¨ªtimas preeminencias de la tradici¨®n ha desplazado aqu¨ª efectivamente, con muy peculiares marcas identificativas, cualquier otra tentaci¨®n de lucimiento. Seg¨²n todos los s¨ªntomas, lo que se persigue no es s¨®lo auspiciar la supervivencia de una costumbre que viene volando desde los tornadizos cielos de la infancia, sino que tambi¨¦n se pretende difundir un pasatiempo que prolongue en cierto modo un paso que cada vez dura menos. Tengo la impresi¨®n de que los organizadores de este concurso de pandorgas -un grupo de chiclaneros fieles y entusiastas- comparten tambi¨¦n una notable predilecci¨®n por los regocijos p¨²blicos y, ni que decir tiene, por los privados. La playa de la Cruz del Muelle se convirti¨® el otro d¨ªa, durante el citado concurso, en el escenario de una funci¨®n popular con visos de extraordinaria, aparte de que la exhibici¨®n tambi¨¦n se adornara oportunamente de otros vistosos alardes festivos. En la extensa cancha arenosa se congregaron miles de espectadores y el cielo lleg¨® a poblarse de casi un centenar de pandorgas de fabricaci¨®n casera. A veces, la artesan¨ªa tambi¨¦n remite a un arte venerable. Quiero creer que la otra noche, cuando se produjo en las vecindades de la constelaci¨®n de Perseo una lluvia de estrellas, las cosas ocurrieron de modo mucho m¨¢s fugaz. Me agrad¨® de veras todo eso. Y celebr¨¦ sin ninguna reserva que me hubiesen invitado, junto a otros escritores y artistas, a formar parte del jurado que eligi¨® las pandorgas que mejor navegaron por el aire celeste de Chipiona. Fue un escrutinio casi matem¨¢tico que inclu¨ªa una ponderada suma de m¨¦ritos, desde los art¨ªsticos a los funcionales. A lo mejor incluso pod¨ªa parecer un examen demasiado severo trat¨¢ndose de una simple, aunque inmemorial, diversi¨®n. En cualquier caso, todo sucedi¨® en su jolgorio y su tiempo debidos, o sea, en un vuelo. No hab¨ªa nubes, s¨®lo la estela indeseable de un reactor de la vecina base de Rota.
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