Fallar a espadas

Llevaba El Califa una mano de cartas excelentes: su faena al sexto de la tarde, un ejemplar con presencia de toro para Las Ventas. Y para optar a la salida por la puerta grande, el torero envid¨® a espadas. Mont¨® el estoque y se tir¨® con arrojo sobre el morrillo, con la mala fortuna de que all¨ª se le fue la partida. Cinco pinchazos son muchos pinchazos. Y si, adem¨¢s, se comete la infracci¨®n de descabellar al toro sin haber clavado antes el estoque, como exige el reglamento, la cosa queda todav¨ªa m¨¢s fea.Hab¨ªa toreado El Califa, que vino en sustituci¨®n de Eugenio de Mora, a ese sexto toro, en algunos momentos con sabor de torero caro. Un toro muy cuajado, al que pegaron fuerte en la ¨²nica vara. Aunque se doli¨® en banderillas, lleg¨® a la hora final con embestida clara y boyante. Lo brind¨® el torero al p¨²blico y abri¨® el trasteo con un escalofriante cambio por la espalda, citando desde el platillo. Despu¨¦s se par¨® en los derechazos, que instrument¨® muy ligados, y, sobre todo, dibuj¨® un toreo al natural de mucho sabor, quieto, templado y ligado. Y no vimos ninguna carrerita de esas que ahora se dan los toreros entre pase y pase y eso quiere decir que El Califa mandaba y, sobre todo, remataba los muletazos. Ese fallo a espadas, del que, tal vez, sea ¨¦l un tanto culpable por perfilarse muy lejos, ha impedido que la corrida terminara con lucimiento. Porque el resto de lo acaecido es mejor que quede en las simas del olvido. Los otros cuatro toros del hierro anunciado dieron un juego decepcionante. Fueron "deslucidos", como dicen los que no saben calificar el juego de un toro. Y as¨ª, Vicente Barrera no pudo exhibir ese su toreo ligado y templado y anduvo ins¨ªpido y perfilero con el segundo y falto de conjunci¨®n y entendimiento con el quinto. Juan Mora s¨®lo nos dio destellos y r¨¢fagas de su arte con el cuarto, un sobrero canijo, al que pas¨® de muleta con recursos de veterano y alg¨²n pase aislado con plasticidad. Con el primero, que no pasaba por su invalidez, se limit¨® a defenderse de las tarascadas y a machetearlo con oficio de lidiador. Destac¨® tambi¨¦n en la direcci¨®n de lidia, poniendo orden en algunos momentos de barullo.

Se march¨® de la plaza El Califa cruzando la arena, cuando pudo haberse ido por la puerta de los triunfadores. Iba rodeado de los mozos de las pe?as, que le animaban con palmaditas en la espalda y cari?osos pescozones. Y, seguramente, se iba con el prop¨®sito de afilar, para el futuro, el acero de sus estoques.