"?Dejad que nos empujen!"
., Ning¨²n corredor lleg¨® fuera de control. El ¨²ltimo en cruzar la l¨ªnea de meta fue, curiosamente, Jacky Durand, el primer l¨ªder de la Vuelta. Lo hizo a casi 36 minutos. Ninguno puso pie a tierra, dicen numerosos testigos, pero es imposible certificarlo [TVE s¨®lo ofreci¨® la subida de los mejores, y renunci¨® a dar el drama que viv¨ªa el pelot¨®n]. Los gregarios trataron de marchar tranquilos con sus desarrollos de cicloturista, con sus dobles o triples platos. En las rampas m¨¢s duras del Angliru era imposible marchar en pelot¨®n, que se convirti¨® en una hilera interminable de corredores. Corredores que buscaban la ayuda del p¨²blico con tremendo descaro, a pesar de los esfuerzos de los motoristas, incluso de la Guardia Civil, por impedirlo. "?Dejad que nos empujen!", comenzaron a gritar los corredores. Y nadie pudo impedirlo.
En la meta les aguardaba una carpa dividida en peque?os compartimentos. Dejaban la bicicleta y entraban. Les esperaba una peque?a sala con una camilla, toallas, mucho alimento, y ropa para cambiarse. La infraestructura funcion¨®. "Tengo las piernas cuadradas", dec¨ªa Juan Ram¨®n Uriarte, del Festina. "Ha sido m¨¢s duro bajar que subir", explicaba Mauri. "La Cobertoria es una pista de patinaje. Lo sabemos desde hace muchos a?os", se lamentaba ?lvaro Pino. "Yo ya tengo muchos a?os y prefiero ser prudente; en el descenso iba con el grupo pincipal y por lo menos me han adelantado 50", explicaba Ramontxu Arrieta, "era una trampa, ten¨ªas m¨¢s posibilidad de perder que de ganar".
Pasaron los minutos y el pelot¨®n, ya repuesto, recobr¨® el sentido del humor. Estaban separados todos los equipos por finos tabiques, cuando, de pronto, uno de ellos, comenz¨® a gritar de dolor escandalosamente. Otro contest¨®. Y otro m¨¢s. En un momento, de todos los habit¨¢culos sal¨ªan gritos de dolor, voces que parec¨ªan resumir lo que hab¨ªa resultado para ellos la etapa. Unos llamaban a gritos a su madre, se mezclaban voces en todos los idiomas. El jaleo era descomunal, jaleo que precedi¨® a las carcajadas. Eran la seis y el pelot¨®n recobraba la sonrisa.
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