HORAS GANADAS Fronteras RAFAEL ARGULLOL
El peque?o monasterio de Sopocani, en la Serbia central, posee un extraordinario conjunto de frescos que probablemente resulte tan sorprendente para los ojos occidentales como para las miradas educadas en la tradici¨®n del este de Europa. Ejecutados en pleno siglo XIII por manos an¨®nimas, las pinturas que cubren el interior de la iglesia de la Santa Trinidad han llegado hasta nosotros en un estado de conservaci¨®n, inaudito si se tienen en cuenta las frecuentes devastaciones a las que ha sido sometida la regi¨®n a lo largo de la historia, y casi milagroso si recordamos que la iglesia, con el techo arrancado enteramente por los turcos, permaneci¨® durante siglos abandonada y con los frescos a la intemperie. Llama la atenci¨®n, de entrada, la n¨ªtida estructura de los relatos pintados, de manera que el espectador puede tener f¨¢cilmente la sensaci¨®n de hallarse ante un libro ilustrado en el que las miniaturas hayan agigantado hasta adquirir tama?os superiores al humano. Del mismo modo en que los pintores de iconos escriben sus obras podemos tener la percepci¨®n de que leemos estas pinturas. Tal lectura nos revela un argumento s¨®lidamente configurado: escenas, la mayor¨ªa, del nuevo testamento concebidas con tranquila luminosidad, incluso cuando se trata del episodio, apenas representado en el cristianismo occidental, del descenso de Cristo a las tinieblas. Sin embargo, m¨¢s importante todav¨ªa que la exquisita arquitectura del argumento es el lenguaje empleado por el pintor -o pintores- de Sopocani, enormemente desconcertante para los habituados a diseccionar el arte seg¨²n n¨ªtidas oposiciones y clasificaciones. Orientales desde el c¨¢non occidental y occidentales desde la supuesta inmutabilidad est¨¦tica oriental, estos frescos se apropian de la dimensi¨®n revolucionaria de las grandes encrucijadas. Todav¨ªa hoy tendemos a compartimentar los caminos de la sensibilidad, sinti¨¦ndonos inc¨®modos ante los cruces espirituales irreductibles y ante las representaciones inclasificables. A este respecto el v¨ªnculo del pintor de Sopocani con el poderoso caudal art¨ªstico de Bizancio -todav¨ªa menospreciado entre nosotros- es indiscutible; pero su lenguaje deriva hacia otra direcci¨®n, que le aproxima a Giotto, y, en ocasiones, parece concederle un aire de familia plenamente renacentista, a lo Masaccio. Entre el este y el oeste, participando de ambos pero diferente de sus modelos genuinos, los frescos de Sopocani no pueden considerarse bizantinos ni, por supuesto, g¨®ticos. La claridad de su composici¨®n es cl¨¢sica y el retrato de las cabezas se remonta, a trav¨¦s de Bizancio, hasta la antig¨¹edad romana; pero el movimiento de las figuras y el leve expresionismo de los gestos nos hacen pensar en el inminente rigor renacentista del Quattrocento. No obstante, aun intentando atrapar su significaci¨®n con el recurso a todos esos referentes, est¨¢ claro que el esplendor de Sopocani no puede integrarse enteramente en ninguna de las corrientes que le rodean. Es un esplendor de encrucijada, es el arte de una tierra de frontera. He recordado Sopocani y este esplendor, tan especial , al contemplar el Recorrido por los Balcanes propuesto por el fot¨®grafo Klavdij Sluban (FNAC, Barcelona), una serie de escenas captadas en diversos pa¨ªses balc¨¢nicos y reflejadas en un desolado blanco y negro. Son, tambi¨¦n, fotograf¨ªa de encrucijada, de tierra de frontera; de todos y de nadie, en consecuencia. Visiones vac¨ªas, crepusculares, en las que, como ocurre en todas las fronteras, los habitantes parecen estar de paso y nunca se sabe con precisi¨®n si las casas est¨¢n siendo construidas o, por el contrario, acaban de ser destruidas una vez m¨¢s. Los centros acostumbran a ser los lugares del poder pero la creatividad, secretamente a menudo, transcurre por la turbulencia de las fronteras, all¨ª donde el choque de corrientes es inevitable y el intercambio de ideas tambi¨¦n. Cuando examinamos el remolino destructor que ha conmovido a Oriente Medio durante milenios no deber¨ªamos olvidar nunca la potencia civilizadora alojada en su interior. La devastaci¨®n actual de los Balcanes, con sus im¨¢genes de guerra y crueldad, no deber¨ªa, tampoco, hacernos ignorar cu¨¢nto Europa debe, espiritualmente, a esta frontera. Esta es quiz¨¢ la ense?anza definitiva de Sopocani que, abandonado y sin techo durante siglos, y en el coraz¨®n mismo de una violencia casi permanente, ha sabido guardar silenciosamente ese tesoro.
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