Temple
Como se ha cumplido el primer aniversario del Acuerdo de Estella y la consiguiente tregua indefinida anunciada por ETA, es hora propicia para que propios y extra?os hagamos balance ritual: ?cu¨¢l es el estado del llamado proceso de paz? Los nacionalistas radicales ya han refrendado el diagn¨®stico de ETA determinando que el proceso va mal (para sus intereses, se entiende), estando a punto de pudrirse porque Madrid lo vac¨ªa de contenido. En cambio, Aznar entiende que el proceso va bien, y la mayor parte de los observadores independientes (si queda alguno sin seducir desde Moncloa) le da la raz¨®n.Pues bien, por esta vez, y sin que sirva de precedente, creo que Aznar acierta al creerlo as¨ª. No s¨®lo eso, sino que adem¨¢s ha acertado en su forma de conducir el proceso a lo largo del ¨²ltimo a?o: sin reservas, chapeau. Otra cosa es que el acierto sea m¨¦rito suyo o de Mayor Oreja, como parece m¨¢s probable (a juzgar por el desastre sin paliativos de la pol¨ªtica general del Gobierno, salvada la macroeconom¨ªa). En todo caso, la desactivaci¨®n del terrorismo va bien, en efecto, como demuestra la continuidad del cese de los asesinatos sin que ETA haya cubierto ninguno de sus objetivos, ni parezca que lo vaya a lograr en el futuro: pese a lo cual, tampoco tiene otra salida que seguir intent¨¢ndolo, pues volver a matar le supondr¨ªa su suicidio anunciado.
Se trata de una partida estrat¨¦gica que se juega en dos tableros simult¨¢neos. Una de estas arenas es la batalla de la opini¨®n p¨²blica, en pugna por el control ret¨®rico sobre la definici¨®n de la realidad. Aqu¨ª hay una guerra abierta entre dos bloques de definiciones adversarias. De un lado, los que definen el proceso como un intercambio de paz por autodeterminaci¨®n, usando la ret¨®rica de la paz como un se?uelo para legitimar ex post la lucha armada y obtener a largo plazo la independencia por desbordamiento electoral: es el bando de Lizarra, que instrumenta la ilusi¨®n pacificadora no como fin, sino como medio. Y frente a ellos, del otro lado est¨¢n los que definen el proceso como un intercambio de paz por prisioneros, cuya estrategia pasa por dosificar la pol¨ªtica penitenciaria para condicionarla al calendario de la desactivaci¨®n terrorista, aguantando el tir¨®n ret¨®rico de la paz a la espera de resistir el riesgo de desbordamiento electoral.
El otro tablero de juego es la pugna por el control cronol¨®gico del proceso: su timing, su agenda, su calendario. En este frente lleva de momento la iniciativa Mayor Oreja, imponiendo su sentido de la oportunidad. Existen aciertos brillantes, como pisar a los radicales las primicias sobre la negociaci¨®n o adelantarse al aniversario de Lizarra con el acercamiento de cien presos etarras. Pero la mayor habilidad ha sido retrasar todo lo posible las cesiones en materia penitenciaria, que son su verdadera baza de negociaci¨®n. La acusaci¨®n de inmovilismo es absurda, dada la simetr¨ªa de posiciones entre el Gobierno y ETA, pues aqu¨¦l no puede mover pieza mientras ¨¦sta no deponga sus armas: otra cosa significar¨ªa retirarse de la partida antes de jugarla. En suma, en este campo la cuesti¨®n esencial es ganar tiempo: no ser impaciente y tener temple para ce?irse a los movimientos del contrario, tratando de sortearlos para prevenir su amenaza de desbordamiento. Justo como en la regla de oro del toreo: parar, templar y mandar.
Pero bajo esta doble mesa de juego podr¨ªa existir otra partida solapada, pues de otra forma no se explica que el proceso vaya tan bien. Me refiero a la ignaciana habilidad del PNV para jugar con dos barajas, al darles cuerda a los radicales, ofreciendo una salida digna al terrorismo, pero al mismo tiempo darles largas tambi¨¦n, sin terminar de aceptar, pero sin tampoco rechazar, su fantas¨ªa de autodeterminaci¨®n. Y el conjunto de este triple tablero parece un thriller de intriga, con reparto de papeles entre el polic¨ªa bueno, el PNV, y el polic¨ªa malo, Mayor Oreja, dram¨¢ticamente enfrentados entre s¨ª. Esperemos que entre ambos logren que el criminal nunca gane: qu¨¦ mejor final feliz.
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