Sigourney Weaver convierte en maravilloso un melodrama que sin ella ser¨ªa del mont¨®n
Complet¨® la jornada un sopor¨ªfero, l¨²gubre y falso experimento rupturista de Nora Hoppe
En Un mapa del mundo, la hermosa diva gigante del cine estadounidense Sigourney Weaver -sin m¨¢s arma que la enorme autoridad de su presencia, ya afinada por la lija de un gran oficio, que ha hecho aflorar el golpe de talento que se esconde bajo su legendaria piel- transforma por s¨ª sola un melodrama correcto, bien planeado y hecho, pero como hay otros muchos, en una maravillosa pel¨ªcula de especie ¨²nica, inteligente, libre, conmovedora. Pero su compatriota Nora Hoppe ech¨® un jarro de agua sucia a la fiesta nortemericana de ayer con The Crossing, l¨²gubre rareza experimental cuyo rupturismo huele a naftalina.
Y ya que estamos metidos en rarezas l¨²gubres, el d¨ªa gringo de San Sebasti¨¢n lo triangul¨® un joven vasco, un alav¨¦s llamado nada menos que Tinieblas Gonz¨¢lez. Lo hizo con el cortometraje The Raven... Nevermore, donde visualiza, al tiempo que el actor Gary Piquer recita en el ronco y cortante ingl¨¦s bostoniano del genial y sombr¨ªo poema de Edgar Allan Poe, una cumbre g¨®tica de la imaginaci¨®n rom¨¢ntica. La idea es preciosa y algunos de sus desarrollos, sobre todo ambientales, tambi¨¦n. Pero el abuso de efectismos digitales reduce sus alcances potenciales, al entrar en una din¨¢mica de pirueta a¨¦rea propia de un filme de animaci¨®n; y acallar con exceso de estruendos y estridencias la voz murmurada del loco, febril, portentoso poeta.Lo que qued¨® de ayer para ma?ana en San Sebasti¨¢n fue la doble presencia, en la calle y la pantalla, de una Sigourney Weaver en plenitud art¨ªstica y personal. Su trabajo en Un mapa del mundo roza lo eminente, sin que la pel¨ªcula alcance tal altura considerada en s¨ª misma. El director es el novato Scott Elliot, que deja ver buenas maneras, pero acompa?adas de balbuceos. Sus im¨¢genes son correctas y est¨¢n vivas, pero dentro de ellas los actores se mueven cada uno por su propia cuenta, lo que pone de manifiesto biso?ez en la unificaci¨®n del reparto ante la c¨¢mara.
El juego coral de los actores est¨¢ urdido por profesionales muy competentes, entre ellos nada menos que Julianne Moore -recu¨¦rdese su sobria y exacta Elena de T¨ªo Vania en la calle 42, la ¨²ltima pel¨ªcula que dirigi¨® el gran Louis Malle-, admirable actriz que en Un mapa del mundo s¨®lo tiene una gran escena de lucimiento, la del llanto tard¨ªo que brota de su rostro tras la muerte de su peque?a hija, y no la desaprovecha, pues la borda con esa absoluta maestr¨ªa que s¨®lo da a los int¨¦rpretes con talento el polvo de las tarimas de los escenarios libres. Y las varias decenas restantes convencen como ella, pero cada uno a su manera.
No est¨¢n bien engarzados, no se ven las huellas dactilares del director en su proceso de imbricaci¨®n rec¨ªproca, por lo que a veces flotan dispersos y esto ocurre precisamente cuando Sigourney Weaver no est¨¢ en pantalla o est¨¢ en ella pero fuera de campo. En cambio, cuando la gran diva entra en los dominios de la c¨¢mara, se apodera por completo de lo que la rodea y todo lo que no es ella pierde fuste, se difumina. Ocurre esto no s¨®lo a causa de que hay detr¨¢s de Un mapa del mundo un gui¨®n escrito a la medida exacta de su alta talla, sino tambi¨¦n porque la ni?a bien neoyorquina, rica, elegante, guapa y larguirucha -que debut¨® hace 22 a?os en la Annie Hall de Woody Allen y cinco a?os despu¨¦s nos libr¨®, con el consiguiente alborozo mundial, del bestia de Alien, mientras ya nos hab¨ªa deslumbrado en El a?o que vivimos peligrosamente, que sigue siendo su mejor pel¨ªcula- es ahora una dama que roza el medio siglo y se las sabe casi todas en su oficio.
Paseo de una arist¨®crata
Si se juega a imaginar lo que ella hace en Un mapa del mundo hecho por otra, el tejido (en sentido noble) melodram¨¢tico de Scott Elliot encoge como la seda o la lana de Cachemira cuando se las lava como si fueran esparto. La presencia tot¨¦mica de la actriz es irresistible y sabe usarla sin soberbia, con solidaridad y discreci¨®n. Deja hacer, pero lo que ella hace es s¨®lo veros¨ªmil hecho por ella. Llena la pantalla cuando entra ella y la vac¨ªa cuando sale. Medio siglo de paseo aristocr¨¢tico por encima de la vida de la gente corriente, cuando el camino est¨¢ orientado para indagar con inteligencia y humildad los comportamientos comunes, conduce a un c¨®ctel gestual explosivo, a un ejercicio de presencia lleno de inimitable hermosura, pues Sigourney Weaver logra as¨ª dar aires principescos a las zancadas de una infortunada ama de casa que no sale de estrecheces, y convierte su calvario en un acto de elevaci¨®n, como aquella Greta Garbo capaz de convertir en una diosa a la putilla parisiense Margarita Gautier. Porque ¨¦se, el filo de navaja por donde camina una estrella de la elegancia cuando se instala con talento y generosidad dentro del pellejo de una mujer del pueblo, es el registro interpretativo que mueve Sigourney Weaver en este peque?o melodrama que ella hace grande.
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