Cartas contestadas IGNACIO VIDAL-FOLCH
El pase en San Sebasti¨¢n de la pel¨ªcula Nicht Als Die Wahreit, del director alem¨¢n Suso Richter, sobre uno de los m¨¢s abyectos asesinos nazis, el doctor Mengele, alias El Angel de la muerte, y el doctor Mengele que presuntamente habitar¨ªa, m¨¢s o menos dormido, en cada uno de nosotros, ha avivado una pol¨¦mica que es interminable. Est¨¢ relacionada, entre otros asuntos, con la explotaci¨®n del sufrimiento de las generaciones anteriores, concretamente con el de las v¨ªctimas del holocausto. El a?o pasado Bernard Schlink, autor alem¨¢n de novelas policiacas, se convirti¨® en best seller gracias a El lector, una novela en que trataba de comprender y explicar la psicolog¨ªa de una guardesa de un campo de concentraci¨®n, analfabeta y responsable de atroces cr¨ªmenes pero tambi¨¦n inocente de ellos. Escritores alemanes m¨¢s j¨®venes, como Alban Nikolai Herbst, proclaman su derecho a sacudirse el cilicio del pasado nazi, una obsesi¨®n a la que en realidad no se han hecho merecedores, y escribir, pensar, vivir, en otros temas. "En m¨ª no habita ning¨²n Mengele demoniaco; estoy harto", me explica en su carta. Y alguna raz¨®n tiene; por una parte, porque el hijo no es responsable de los delitos del padre, salvo en los reg¨ªmenes comunistas. Y por otra, la memoria de los horrores del Holocausto tanto sirve para alertarnos para que no se repitan, como para justificar la sangrienta pol¨ªtica del estado de Israel o alimentar el bonismo, esa nueva confortable enfermedad moral, versi¨®n contempor¨¢nea del filiste¨ªsmo. La vida en el fin de la historia tiene esto: que como el presente y el futuro ya est¨¢n escritos, el pasado se convierte en la ¨²nica arena de debate e interpretaci¨®n. Pienso ahora en el caso de Alfred Hrdlicka, el que los austriacos consideran el mejor escultor de su pa¨ªs. Hace diez a?os, el Ayuntamiento de Viena le encarg¨® una obra contra la guerra y el fascismo. Hrdlicka esculpi¨® ese gran monumento que ahora puede verse cerca de la ?pera, y que consiste en dos bloques verticales de m¨¢rmol blanco, de los que brotan las figuras torturadas de h¨¦roes y verdugos con cascos de acero; y entre esos dos bloques se ve la figura en bronce de un jud¨ªo barbudo fregando la acera con un cepillo, que fue lo que los jud¨ªos vieneses tuvieron que hacer entre las risotadas y las burlas de los gentiles al d¨ªa siguiente de la anexi¨®n de Austria al Reich, y poco antes de ser llevados hacia los campos de exterminio. El monumento, cuyo emplazamiento original estaba en el Ring, cerca de la estatua de oro de Strauss y su viol¨ªn, no ha contentado a nadie y ha disgustado a todos. Por un lado, los buenos burgueses alegaron que resulta de muy mal gusto exhibir de esa forma descarnada los trapos sucios del pasado en pleno centro tur¨ªstico. El municipio, atento a estas razones, traslad¨® el monumento a la plaza Albertina. Pero a la comunidad hebrea de la ciudad tampoco le gustaba perpetuar la efigie de un jud¨ªo en esa actitud humillante. Adem¨¢s, las palomas manchar¨ªan y los ni?os se encaramar¨ªan y los adultos se sentar¨ªan a fumar un pitillo en la espalda del jud¨ªo. Hrdlicka la ha protegido con unas varas de alambre espinoso, soluci¨®n patosa, de bricolaje. ?Pero con todo esto tampoco quedan satisfechos los jud¨ªos m¨¢s ortodoxos, que le reprochan al escultor ganar dinero con la Shoa! ?Esa estatua, dicen, se le hubiera debido encargar a un artista jud¨ªo! Es como decir: los muertos son nuestros y el dinero que generen tambi¨¦n. Los comunistas austriacos est¨¢n reclutando artistas e intelectuales para las elecciones del 3 de octubre, en las que no se comer¨¢n un rosco. Entre ellos Hrdlicka, que particip¨® como soldado en la II Guerra Mundial y qued¨® traumatizado por la bestialidad del nacismo, anda en los m¨ªtines plantando cara a la extrema derecha de Jorg Haider, el FPO. Hrdlicka adem¨¢s colabora en la campa?a con un cartel titulado Der patriot en el que retrata al patriota por antonomasia, un animal de bellota parecido a uno de aquellos Pilares de la sociedad de Grosz. Imagen expresionista que contrasta vivamente con los carteles donde un relamido y repeinado Haider posa sus paternales manos sobre los hombros de una madura, rubia, protot¨ªpica campesina, bajo el lema: "Haider, el hombre que sabe escuchar". Y un poco m¨¢s arriba, en Polonia, el cineasta Andrej Vajda (el Carlos Saura polaco) y otros artistas est¨¢n poniendo en marcha el proyecto de construir el "edificio m¨¢s alto de Europa", junto al Palacio de la Cultura en Varsovia, como sede de un vasto museo del comunismo. "Es incre¨ªble", me escriben desde all¨ª, "qu¨¦ profundo es ahora entre nosotros el abismo generacional. Para los adolescentes, el comunismo es historia que quieren conocer; para nosotros, un cap¨ªtulo de nuestra historia que preferir¨ªamos olvidar m¨¢s que ver conmemorado. Y otros dicen que habr¨ªa formas mejores de invertir esas sumas prodigiosas". ?Qu¨¦ pensar o decir de todo esto? Espa?a hizo su progrom definitivo en 1492 y no padeci¨® el comunismo sino el nacionalcatolicismo. No tengo opini¨®n sobre casi nada. Me encojo de hombros y contesto las cartas. Al alem¨¢n Herbst y a la polaca Brus les digo: tenemos un Gobierno que vindica a Franco y protege a Pinochet, y que ha dado un golpe de Estado silencioso apoder¨¢ndose de radios y televisiones. Nuestro ¨²nico patriota es un nacionalista del que, si la gente vota y Dios quiere, nos libraremos en las pr¨®ximas elecciones. En cuanto a fantochadas hist¨®ricas no nos quedamos atr¨¢s. Les cuento del Mil.lenari de Catalunya, de los c¨®micos esfuerzos para encontrar rastros "identitarios" y "diferenciales" de Catalu?a en tiempos del imperio romano, del Museo de Historia de Catalu?a... Luego pienso que esto les resultar¨¢ tan hastioso a la polaca y al alem¨¢n como a nosotros los catalanes, firmo y ensobro.
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