El monstruo y las se?oras
El monstruo es el doctor Josef Mengele, quien nos es resucitado en la pel¨ªcula Nichts als die Warheit, presentada a concurso en el Festival de San Sebasti¨¢n. Angel Fern¨¢ndez-Santos ya la descalific¨® magistralmente en este peri¨®dico, as¨ª que poco tengo que a?adir a lo dicho. Sin embargo, me resisto a dejar de hablar de ese bodrio enga?oso, sobre todo porque a¨²n resuenan en mis o¨ªdos los aplausos que recibi¨® en la sesi¨®n en que estuve a verla. El ¨¢ngel de la muerte de Auschwitz se nos convierte, gracias al desatino argumental, en el ¨¢ngel de la ciencia, y el monstruo de carne y hueso Mengele, que lo fue, en un precursor humanitario por obra y gracia del monstruo de cart¨®n piedra que se nos presenta en la pel¨ªcula. El monstruo es juzgado, porque as¨ª lo desea para que el mundo conozca su verdad mesi¨¢nica, y el h¨¦roe de la pel¨ªcula, su abogado defensor, desmonta absolutamente todos los argumentos que se presentan contra ¨¦l, sin que sus enga?osas argucias encuentren una sola r¨¦plica que merezca la pena. Nuestro h¨¦roe triunfa -como debe ser- y triunfa, adem¨¢s, por partida doble -en el juicio y en el patio de butacas-, pues en un golpe de efecto final solicita no la absoluci¨®n sino la condena de por vida de su defendido. ?Por qu¨¦? Nuestro h¨¦roe abogado representaba un papel, pero no es admisible jugar a los disfraces con el oprobio. El desvelamiento de su disfraz de abogado es en realidad un disfraz de la pel¨ªcula, un lavado de manos final ante el peligro que ha sabido desencadenar, una cobard¨ªa en definitiva, de la que se curar¨¢ a su vez con el plano final del rostro de Mengele pregunt¨¢ndonos si no reconocemos en ¨¦l algo nuestro. Volvemos as¨ª al punto inicial de la pel¨ªcula, cuando nuestro h¨¦roe abogado prepara un libro de investigaci¨®n sobre Mengele y justifica su empe?o con la consideraci¨®n de que como ser humano es uno de nosotros. Desprovista de todos sus quiero pero no me atrevo, es justamente ese el tema en el que desea hurgar esta pel¨ªcula, conectando de esa forma con consideraciones muy actuales sobre el car¨¢cter nazificado de nuestra sociedad tecnol¨®gica y sobre la banalidad del mal. ?Hace la ciencia actual lo mismo que hac¨ªa ¨¦l, como nos sugiere el doctor Mengele? ?No era acaso un simple practicante de la eutanasia activa, que mataba para evitar el dolor en situaciones l¨ªmite? Todos podemos tener algo de Mengele, pero todos podemos tener tambi¨¦n la capacidad de reaccionar ante lo abominable, o en ¨²ltimo caso, la de arrepentirnos de nuestra propia inhumanidad, capacidad que el Mengele de la pel¨ªcula -no sabemos si al verdadero le ocurr¨ªa lo mismo- no tiene. Las circunstancias no lo justifican todo. Y hay un argumento que se repite en la pel¨ªcula que resulta repugnante: ¨¦l no invent¨® el lager ni la c¨¢mara de gas; estaban ya ah¨ª, y ¨¦l aliviaba esa inhumanidad mediante el consuelo humanitario del crimen. Extrapolemos esa teor¨ªa al mundo y su dolor para quedarnos tan anchos: nosotros no hemos creado el mundo ni su dolor, y el crimen... La conclusi¨®n es obvia. En fin, inconvenientes de algunas pel¨ªculas pretenciosas hechas para pensar, pero que est¨¢n muy mal pensadas. Existen otras, en cambio, que dan poco que pensar, pero que encierran toneladas de sabidur¨ªa. Los melodramas de John M. Stahl, por ejemplo, en las que lo incre¨ªble se nos vuelve familiar gracias a la capacidad de ese director para transformar lo que a priori puede ser inveros¨ªmil en signo y pasta de nuestra propia vida. Y aqu¨ª entran las se?oras. Son formidables esas Irene Dunne, Claudette Colbert, Gene Tierney o Anne Baxter. Se adue?an de la pantalla, del espectador y de la vida, y convierten su sacrificio en un instrumento de su triunfo. Es curioso, no veo nada semejante en el cine actual, tan dominado por los personajes masculinos. Esas sufridoras pueda ser que est¨¦n a a?os luz del ideal de la mujer liberada, pero nos ense?an algo fundamental que quiz¨¢ hayamos olvidado y que es v¨¢lido para ambos sexos: el car¨¢cter afirmativo del sacrificio, la plenitud a la que puede dar acceso la renuncia. Algo que jam¨¢s nos podr¨¢ ense?ar el doctor Mengele.
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