El espont¨¢neo aleatorio
Juan Bautista prolog¨® su primera faena con unos muletazos de antolog¨ªa. Sin embargo, barrunta un servidor que al p¨²blico lo que de verdad le gust¨® fue el espont¨¢neo aleatorio.De haber continuado Juan Bautista su faena con el mismo nivel, pues s¨ª, ese habr¨ªa sido el acontecimiento; ahora estar¨ªamos hablando de una actuaci¨®n memorable. Pero se llev¨® el toro a los medios para exhibir sus derechazos urbi et orbi, y lo que advirti¨® el orbe fue que hab¨ªan cambiado al torero o no se explicaba aquella mediocridad, aquella discontinuidad.
Man¨ªa, ¨¦sta, de los toreros de que todos los toros del mundo han de llevarse al centro del redondel. Y es un craso error. Unos toros necesitan medios, otros tercios; unos abrigo de las tablas, otros espacios abiertos. Y, en definitiva, si se trata de molerlos a derechazos -discontinuos, mediocres- el lugar adecuado ser¨ªa el callej¨®n, donde nadie, salvo los apoderados, puede ser testigo de esa manifestaci¨®n de incompetencia, con lo cual se librar¨ªa del bochorno y de oprobio.
Domecq / Barrera, Mora, Bautista
Cuatro toros de Santiago Domecq (uno fue rechazado en el reconocimiento, otro devuelto por inv¨¢lido), bien presentados, flojos, manejables. 4?, segundo sobrero, de Gabriel Rojas, en sustituci¨®n de otro del mismo hierro devuelto por inv¨¢lido, con trap¨ªo, boyante. 5? de Victoriano del R¨ªo, de escaso trap¨ªo, noble. Vicente Barrera: media estocada tendida atravesada, dos descabellos -aviso- y se tumba el toro (silencio); pinchazo, media ladeada, descabello -aviso- y descabello (algunos pitos). Eugenio de Mora: media y rueda de peones (silencio); pinchazo, otro hondo, rueda de peones -aviso- y dos descabellos (silencio). Juan Bautista, que confirm¨® la alternativa: estocada desprendida y rueda de peones ( ovaci¨®n y salida al tercio); pinchazo y estocada corta trasera ladeada (silencio)Plaza de Las Ventas, 2 de octubre. 2? corrida de feria. Cerca del lleno.
No tanto Juan Bautista -que, al fin y al cabo, protagoniz¨® momentos felices en lo que al arte de torear respecta-, sino sus m¨¢s veteranos compa?eros de terna proclamaron en los puros y abiertos medios su incompetencia.
El caso de Vicente Barrera lleg¨® a ser clamoroso: empe?ado en torear de perfil fuera de cacho, el toreo no le sal¨ªa de ninguna de las maneras, e insist¨ªa pese a las numerosas voces que le reprochaban esas ventajas.
El caso de Eugenio de Mora tiene otro matiz ya que este torero se mostr¨® muy voluntarioso y dio la sensaci¨®n de que hac¨ªa lo que pod¨ªa. Se doblaba con los toros con el traj¨ªn que conllevan los pregonaos. Y no eran pregonaos; antes bien, conformistas y boyancones. Vistas las trazas, ser¨ªa imposible imaginar qu¨¦ har¨ªan los toreros de hoy si les saliera de verdad un toro pregonao.
Ya entrado en sustancia, Eugenio de Mora no alcanz¨® a templar al primero de su lote. Al segundo, en cambio, que era un sustituto de Victoriano del R¨ªo de poca presencia y mucha nobleza, lo tore¨® con ardor. El p¨²blico y la cuadrilla le animaban y Eugenio, que empez¨® ligando bien la primera tanda de derechazos e instrument¨® aseada la segunda, en la tercera gust¨® poco, le result¨® inconexa la cuarta, la quinta acab¨® desastrada... Cinco tandas de derechazos son muchas tandas. La afici¨®n estaba harta de derechazos y el toro deb¨ªa de estar harto de los derechazos y de la vida pues cuando el torero se ech¨® la muleta a la izquierda s¨®lo ten¨ªa ganas de morirse. El p¨²blico, de lo que ten¨ªa ganas era de irse. El pr¨®logo de Juan Bautista ya quedaba en el olvido, y lo del espont¨¢neo no se iba a repetir. Ten¨ªa raz¨®n el p¨²blico. Sac¨® poca fijeza el sexto toro, le intent¨® los derechazos y los naturales Juan Bautista y al comprobar que apretaba top¨®n, tom¨® el instrumento toricida.
En las dos horas y media que dur¨® la tabarra lo ¨²nico divertido lo aport¨® el espont¨¢neo. Ocurri¨® en plena devoluci¨®n del cuarto toro, con los cabestros y el propio toro sesteando por los medios. El espont¨¢neo salt¨® a la arena, arm¨® su muleta y corri¨®. No corr¨ªa en direcci¨®n al toro, sino al hilo de las tablas mientras hac¨ªa gestos a los peones de que no intervinieran. Mas claro que interven¨ªan y el espont¨¢neo hu¨ªa de ellos, emprendiendo nuevas carreras de aleatorio destino, ninguna de las cuales conduc¨ªa a la perpleja manada de cornudos. Irrumpi¨® el pe¨®n Juan Cubero, que corri¨® detr¨¢s del espont¨¢neo y estuvo a punto de darle alcance. Finalmente, el toro y los cabestros se marcharon al corral, dejando virgen al espont¨¢neo y frustrado al p¨²blico, que estaba empezando a disfrutar. Comparecieron entonces los guardias, se llevaron al espont¨¢neo y acabaron de aguar la fiesta. La tarde estaba condenada a ser aciaga, es evidente. Castigo de Dios.
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