LA CR?NICA Sobre la angustia de hablar en p¨²blico ENRIQUE VILA-MATAS
Llega un d¨ªa en la vida de muchas personas en el que se ven obligadas a hablar en p¨²blico por primera vez. Lo normal entonces es que les tiemblen las piernas y les invada un sudor fr¨ªo y sean v¨ªctimas del p¨¢nico esc¨¦nico. Yo recuerdo haber debutado en lo de hablar en p¨²blico en uno de aquellos bobos y entra?ables cine-foros de los a?os sesenta. Recuerdo haber levantado la mano en un coloquio sobre El proceso de Orson Welles y haberlo hecho pr¨¢cticamente obligado por la cantidad de estupideces que estaba oyendo. En cuanto se me concedi¨® la palabra, ocurri¨® algo terrible: todas las miradas de la sala confluyeron en m¨ª. En el fondo, casi todos tenemos fobia a llamar la atenci¨®n. "Yo pienso que...", dije, y no supe c¨®mo continuar, me sent¨ª al borde del desmayo, estaba rojo de verg¨¹enza. Pero como generalmente los t¨ªmidos se crecen en el escenario, complet¨¦ la frase de una forma que no ten¨ªa nada prevista pero que me permitir¨ªa salir r¨¢pidamente de aquel mal trance. Y dije: "Yo pienso que ya es hora de que termine este coloquio".Cuando comenc¨¦ a escribir y publicar libros no se me ocurri¨® en ning¨²n momento pensar que acabar¨ªa siendo invitado a participar en mesas redondas e incluso a dar conferencias. No veo por qu¨¦ escribir tiene que traer aparejado el hablar en p¨²blico. M¨¢s bien son actividades contrarias, se escribe en soledad y en muchos casos incluso para huir del mundo. Yo di mi primera conferencia en Castelldefels, a las cinco de la tarde de un d¨ªa de invierno ante un p¨²blico de se?oras que se reun¨ªan para tomar el t¨¦. Decid¨ª centrar mi charla en el tema del suicidio y les ped¨ª que, cuando llegara la hora del coloquio, no me preguntaran si pensaba suicidarme porque ya les advert¨ªa de antemano que la muerte por mano propia no entraba en mis planes. Llegu¨¦ al coloquio con la misma taquicardia que me hab¨ªa acompa?ado a lo largo de toda la charla. La primera pregunta -o m¨¢s bien observaci¨®n- me la hizo una anciana de la ¨²ltima fila: "Usted ha dicho que no pensaba suicidarse, pero francamente, le veo fumar mucho".
Para futuras charlas me compr¨¦ Aprender a hablar en p¨²blico, un manual del doctor Vallejo-N¨¢gera que no s¨®lo no me ayud¨® en nada sino que, para colmo, potenci¨® mi angustia y p¨¢nico esc¨¦nico. En Mil¨¢n, una famosa escritora espa?ola me sugiri¨® que tomara con ella un ansiol¨ªtico muy estimado por los conferenciantes de todo el mundo. A la hora del coloquio, ella y yo est¨¢bamos totalmente bajo los efectos del calmante, y algo se deb¨ªa notar porque un se?or del p¨²blico nos dijo: "A ustedes, escritores espa?oles, se les nota mucho m¨¢s tranquilos desde la muerte de Franco".
Fui adquiriendo experiencia de hablar en p¨²blico gracias a la ayuda inestimable del calmante que, charla tras charla, fue d¨¢ndome una gran seguridad en m¨ª mismo hasta el punto de que en M¨²nich, ante un p¨²blico que normalmente me habr¨ªa tumbado de miedo, me atrev¨ª a empezar mi conferencia con una nota de humo latino; la empec¨¦ tal como a?os atr¨¢s hab¨ªa comenzado Miguel Mihura una charla en el Colegio Mayor Cisneros de Madrid: "Se?oras y se?ores, y para terminar dir¨¦... Es que pienso hablar veinte minutos, y he notado que ¨¦se es el tiempo que todav¨ªa tardan los oradores cuando dicen que van a terminar".
Ese d¨ªa en M¨²nich descubr¨ª que el humor pod¨ªa ser una ayuda a¨²n m¨¢s valiosa que el ansiol¨ªtico, y desde entonces, siempre que voy a hablar en p¨²blico, como un torero que reza antes de salir a la plaza, repaso, momentos antes de enfrentarme a la temida audiencia, an¨¦cdotas humor¨ªsticas, situaciones que han hecho re¨ªr de pura angustia a otros colegas. El caso de Ignacio Mart¨ªnez de Pis¨®n, por ejemplo, que en Campo de Criptana observ¨® con estupor que s¨®lo ten¨ªa dos personas de p¨²blico: dos gemelas. O el caso que me cont¨® mi profesor de literatura en el colegio. Este buen hombre dio una conferencia en Granollers a la que asistieron s¨®lo tres personas: el organizador (que se fue a los cinco minutos), un se?or (que se durmi¨® en cuanto ¨¦l empez¨® a hablar) y una se?ora que, al concluir la charla, se le acerc¨® para pedirle que le resumiera al o¨ªdo la conferencia, ya que no se hab¨ªa enterado de nada pues estaba completamente sorda.
Junto al calmante y el humor, pensar que no hay p¨²blico es la tercera soluci¨®n para evitar, a trancas y barrancas, el p¨¢nico esc¨¦nico. Pero en el fondo esta tercera soluci¨®n es un arma de doble filo que esconde una terror¨ªfica y muy posible verdad: la de que en realidad nadie est¨¢ para escucharnos.
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