Idiota el ¨²ltimo
La discusi¨®n sobre la burbuja financiera de Estados Unidos y las consecuencias que para la econom¨ªa mundial podr¨ªa tener su pinchazo abundan en todos los foros de debate. El ¨²ltimo que ha intervenido y que, como siempre, ha conmovido a los mercados ha sido el presidente de la Reserva Federal. Greenspan ha recordado que la historia demuestra que se producen "s¨²bitos cambios en la confianza [de los inversores] y que ¨¦stos ocurren abruptamente, la mayor parte de las veces sin noticias que lo anticipen".En la propia Norteam¨¦rica conviven distintas escuelas sobre la estructura de la burbuja financiera que se manifiestan en dos libros recientemente aparecidos: el primero de ellos, muy optimista (Dow Jones. Fact or fiction) predice una etapa de gran prosperidad que llevar¨¢ al ¨ªndice Dow Jones a los 30.000 puntos al final de la pr¨®xima d¨¦cada y a los 100.000 en el a?o 2020; el segundo (Devil take the hindmost) es la otra cara de la moneda y describe - con mayor preocupaci¨®n incluso que los textos cl¨¢sicos de Galbraith- las cat¨¢strofes para el bienestar de los ciudadanos a las que suelen dar lugar las burbujas hinchadas.
La mayor parte de los analistas coinciden en que Wall Street est¨¢ sobrevalorado entre un 30% y un 40%, que los inversores est¨¢n dispuestos a pagar tres o cuatro veces el valor en libros de las acciones que all¨ª se cotizan, o que, por ejemplo, dan por las acciones precios que suponen 35 d¨®lares por cada d¨®lar de beneficio esperado. En la ¨²ltima asamblea del Fondo Monetario Internacional (FMI), un informe de este organismo afirmaba: "El ejemplo m¨¢s notable de sobrevaloraci¨®n de los precios de los activos financieros hasta niveles potencialmente sujetos a amplias y s¨²bitas conmociones capaces de desestabilizar en el futuro la actividad econ¨®mica real" es Wall Street. Por el contrario, el director gerente del FMI, Michel Camdessus, en una contradicci¨®n aparente (pues seguramente no quer¨ªa batir las palmas del peligro), declaraba pocas semanas m¨¢s tarde que "la econom¨ªa de Estados Unidos no deber¨ªa sufrir con una correci¨®n entre el 20% y el 25% en Wall Street".
La Bolsa de Nueva York ha subido casi un 80% desde que Greenspan advirtiese sobre la "exuberancia irracional" que dominaba a los inversores en diciembre de 1996.
Los octubres suelen ser, junto a los agostos, los momentos de mayor inestabilidad bolsista. Dos de los peores crash, los de 1929 y 1987, ocurrieron en este mes. Por otra parte, las burbujas financieras que precedieron a la Gran Depresi¨®n o la de Jap¨®n de los a?os ochenta coincidieron con coyunturas gloriosas, de baja inflaci¨®n o de grandes avances tecnol¨®gicos, como la actual. Las circunstancias son muy distintas, pero tambi¨¦n hay coincidencias reveladoras entre el panorama de la nueva econom¨ªa de hoy y los acontecimientos previos al crash burs¨¢til de 1929, del que en esta semana se cumplen los 70 a?os.
Estados Unidos viv¨ªa en los felices veinte una gran expansi¨®n. En su libro El crac del 29, Galbraith la describe: "La producci¨®n y el empleo eran altos y aumentaban constantemente, los salarios no sub¨ªan demasiado y los precios eran estables. Aunque muchas personas eran todav¨ªa muy pobres, eran m¨¢s los acomodados confortablemente, los pr¨®speros y adinerados; en una palabra, los m¨¢s ricos que nunca... Los negocios eran pr¨®speros y permit¨ªan ganancias que se incrementaban r¨¢pidamente; ciertamente, era una suerte ser hombre de negocios en aquella ¨¦poca... Merec¨ªa la pena volver a considerar la idea de una inexorable ley de la compensaci¨®n: los diez buenos a?os hab¨ªan de pagarse con diez malos... en los treinta". Estados Unidos viv¨ªa de las rentas de la Primera Guerra Mundial: hegemon¨ªa del d¨®lar, enormes exportaciones a Am¨¦rica Latina y a una Europa en reconstrucci¨®n, explosi¨®n de sectores como la construcci¨®n o el autom¨®vil, incremento espectacular del cr¨¦dito, etc¨¦tera. A mitad de los veinte hab¨ªa algunos s¨ªntomas de un aterrizaje suave de la econom¨ªa, aunque casi inapreciable en la vida cotidiana. Como unas tijeras abiertas, se iba separando la actividad real de la coyuntura especulativa.
Poco antes de abandonar la Casa Blanca, en diciembre de 1928, el presidente Calvin Coolidge dec¨ªa: "Ninguno de los Congresos de Estados Unidos hasta ahora reunidos para examinar el estado de la Uni¨®n tuvo ante s¨ª una perspectiva tan favorable como la que se nos ofrece en los momentos actuales". El l¨ªder republicano continu¨® hablando del "m¨¢s largo periodo de prosperidad" y de "considerar el presente con satisfacci¨®n y encarar el futuro con optimismo, ya que la fuente principal para esta bendita situaci¨®n reside en el car¨¢cter e integridad del pueblo americano". Unos d¨ªas antes de dejar su despacho al tambi¨¦n republicano Herbert Hoover, ya en 1929, insist¨ªa Coolidge en que las cosas iban "perfectamente bien" y que las acciones "estaban baratas a precios corrientes". Todav¨ªa en septiembre de 1929, el presidente de la Stock Exchange declaraba: "Se han acabado los ciclos econ¨®micos tal como los hemos conocido". ?Ciegos o interesadamente escapistas?
El verano de 1929 marca el cambio de tendencia. En junio de ese a?o, el ¨ªndice de producci¨®n industrial alcanzaba su cota m¨¢xima. En oto?o la econom¨ªa ir¨ªa hacia abajo, siendo la Bolsa el ¨²ltimo sector en caer con estr¨¦pito. Un tal d¨ªa como anteayer, hace 70 a?os, el 18 de octubre, variaba la curva de la cotizaci¨®n de las acciones, en forma de campana, tras muchos meses de picos de sierra. Pero los grandes inversores siguieron inyectando dinero para frenar la ca¨ªda, convencidos de que las subidas no ten¨ªan l¨ªmite y que la situaci¨®n estaba bajo control. Seis d¨ªas despu¨¦s, el jueves 24 de octubre, empieza el crash como tal y el p¨¢nico se apodera de Wall Street: casi 13 millones de acciones buscaron comprador con desesperaci¨®n, la mayor parte de ellas a precios ruinosos para sus propietarios. Escribe Galbraith: "Fuera de la Bolsa, en Broad Street se pod¨ªa o¨ªr un inquietante rumor. Una multitud se hab¨ªa congregado all¨ª. El superintendente de polic¨ªa, Grover Whalen, se apercibi¨® de que algo estaba sucediendo y despach¨® un destacamento especial de polic¨ªa a Wall Street a fin de asegurar el orden. Luego lleg¨® m¨¢s gente y todos se pusieron a esperar, aunque nadie sab¨ªa el qu¨¦. Un obrero apareci¨® en lo alto de un rascacielos para hacer algunas reparaciones, pero la multitud supuso que se trataba de un suicidio y esper¨® impaciente a que se decidiera a saltar. Grandes multitudes se aglomeraban en aquellos momentos junto a las oficinas filiales de las entidades de cambio extendidas por toda la ciudad y, por supuesto, por todo el pa¨ªs... Un observador crey¨® ver en las expresiones de la gente no precisamente sufrimiento, sino m¨¢s bien una especie de horrorizada incredulidad".
Al cierre de la sesi¨®n, despu¨¦s de una intervenci¨®n concertada de los bancos llamando a la calma, el mercado se repuso un poco. En el largo fin de semana, los inversores contuvieron la respiraci¨®n: el viernes y el s¨¢bado posteriores, los d¨ªas 25 y 26 de octubre, la contrataci¨®n sigui¨® siendo muy alta, pero los precios se mantuvieron (el viernes, ganancias; el s¨¢bado, ligeros retrocesos). El domingo 27 de octubre en muchas iglesias se predicaron sermones en los que se apelaba a la espiritualidad y se suger¨ªa un castigo divino ante la p¨¦rdida de valores de los ciudadanos, que ¨²nicamente quer¨ªan dinero, dinero, dinero... En los domicilios privados de los especuladores y en las sedes sociales de los inversores colectivos se preparaban las f¨®rmulas para evitar un principio de semana con ventas masivas de acciones.
Fue in¨²til. El lunes 28 de octubre super¨® todo lo previsto. Fue una jornada catastr¨®fica para la Bolsa. Ante el p¨¢nico de la gente y la convicci¨®n de que lo peor empeorar¨ªa a¨²n m¨¢s, el pool de banqueros se volvi¨® a reunir, como el jueves anterior, pero esta vez se cuidaron de hacer declaraciones p¨²blicas de confianza: el mercado estaba incontrolado. Al martes 29 de octubre se le ha denominado el martes negro: se intentaron vender m¨¢s de 16 millones de t¨ªtulos, lo que supon¨ªa el r¨¦cord absoluto de todos los tiempos. Fue la jornada m¨¢s devastadora para Wall Street, en medio de una oleada de terror de los inversores, que eran muchos. Se cuenta una an¨¦cdota del padre de los Kennedy, que ilustra la generalizaci¨®n de los bolsistas entre la poblaci¨®n: un limpiabotas de Wall Street, que invert¨ªa de forma habitual, mantuvo el siguiente di¨¢logo con Joe Kennedy mientras le embetunaba los zapatos:
-?C¨®mo va la Bolsa, Pat?
-Subiendo, mister Kennedy, subiendo.
-?Ganas mucho?
-Desde luego. ?Quiere un buen consejo? Compre petr¨®leo y ferrocarriles, que se van a poner por las nubes. Me lo ha dicho un tipo que est¨¢ en el secreto.
Kennedy pag¨® la propina al limpiabotas y al llegar a su casa coment¨® a su mujer, Rose, que una Bolsa en la que cualquiera pod¨ªa invertir, y un limpiabotas predecir, no era un mercado fiable para los Kennedy. Abandon¨® Wall Street y no sufri¨® los efectos del crash. Banqueros, empresarios, apostadores profesionales, empleados, amas de casa, jubilados o limpiabotas empujaban hasta entonces al alza al mercado burs¨¢til. Hab¨ªa una escapada al mundo de lo irreal, componente fundamental de las econom¨ªas especulativas. Muchos ciudadanos se apalancaban: compraban acciones a plazo con fianza, lo que supon¨ªa adquirir un derecho sobre los incrementos de precio sin los costes de la propiedad. Algunos analistas han estimado que durante el martes negro se perdi¨® tanto dinero en la Bolsa de Nueva York como el gastado por Washington en toda la Gran Guerra.
El crash de 1929 fue el precedente de la Gran Depresi¨®n, que dur¨® un decenio, y que se traslad¨® de Estados Unidos a Europa y de all¨ª al resto del mundo (salvo a la Uni¨®n Sovi¨¦tica, enmarcada en otro sistema econ¨®mico). Se ha dicho que fue la Segunda Guerra Mundial y no la sabidur¨ªa econ¨®mica la que acab¨® con esa depresi¨®n, que trajo el resurgir de los nacionalismos (autarqu¨ªa, militarizaci¨®n de la econom¨ªa, proteccionismo,...) y la aparici¨®n del fascismo y de las agresiones exteriores.
Ni se puede ni se debe hacer una traslaci¨®n con la coyuntura actual, pero las salidas de las burbujas financieras son costosas y alargan sus efectos en el tiempo. En las mismas declaraciones, Greenspan ha dicho que lo malo de las burbujas especulativas es que no puedes estar seguro de que lo son hasta que pinchan, y hasta ahora los economistas han sido incapaces de anticipar s¨²bitos cambios en la confianza de los inversores o una burbuja a punto de pincharse. Ser¨¢ el tiempo el que diga si quien tiene raz¨®n es el analista que pronostica que Wall Street subir¨¢ a¨²n m¨¢s o el que avisa que el m¨¢s idiota ser¨¢ el ¨²ltimo en salir de all¨ª.
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