Vivir solo
JUAN JOS? MILL?S
Al poco de divorciarse, mi amigo Vicente me llam¨® una noche por tel¨¦fono rog¨¢ndome que acudiera con urgencia a su casa. Eran las tres de la madrugada, de modo que supuse que se trataba de algo verdaderamente grave y me vest¨ª a toda prisa para acudir a un apartamento de la calle de Pr¨ªncipe de Vergara, en el que nada m¨¢s entrar me di cuenta de que mi amigo hab¨ªa regresado, decorativamente al menos, a los tiempos de la universidad.Tom¨¦ asiento en un rar¨ªsimo sill¨®n con los brazos de madera desnuda, producto de una hamaca de playa que hab¨ªa evolucionado hacia esta nueva forma de vida (una hamaca sapiens, podr¨ªamos decir), y, tras recuperar el aliento y preguntar qu¨¦ suced¨ªa, me dijo, con el rostro descompuesto, que ten¨ªa miedo.
-?C¨®mo que tienes miedo? -pregunt¨¦-. ?Miedo a morirte o algo as¨ª?
-No. Tengo miedo a dormir solo. Desde que vivo aqu¨ª, por las noches, nada m¨¢s meterme en la cama y cerrar los ojos, empiezo a o¨ªr ruidos por todas partes: en el armario, debajo de la cama, tras la puerta. El otro d¨ªa me levant¨¦ sudando de terror, encend¨ª todas las luces de la casa, y al llegar a la cocina escuch¨¦ voces dentro de la nevera. Luego la abr¨ª y no hab¨ªa nada m¨¢s que yogures caducados, claro, pero tuve que dejarla abierta hasta que se hizo de d¨ªa porque en el momento de cerrarla comenzaban a manifestarse otra vez.
Me habr¨ªa gustado que se extendiera un poco en el asunto este de las voces, pero calcul¨¦ que eso alargar¨ªa mi comparecencia y logr¨¦ contenerme. Le hice ver, en cambio, que eran casi las cuatro de la madrugada y que al d¨ªa siguiente tendr¨ªamos que ganarnos la vida duramente. Adem¨¢s, ya ¨¦ramos muy mayores los dos para perder la noche hablando de miedos infantiles.
-T¨®mate un somn¨ªfero antes de dormir -le dije-. Lo ¨²nico que te pasa es que no est¨¢s acostumbrado a vivir solo. Toda la gente que vive sola toma somn¨ªferos, y la que vive acompa?ada, tambi¨¦n, aunque en menores dosis.-Lo peor -a?adi¨® sin escucharme- es que ayer se me apareci¨® mi madre en el cuarto de ba?o y ahora me da miedo hacer pis hasta que se hace de d¨ªa.
Le objet¨¦ que su madre estaba viva y respondi¨® que hubiera preferido que se le apareciera muerta.
-Un fantasma no podr¨ªa haberme dado m¨¢s miedo. Se me apareci¨® con el pelo te?ido de rubio y llevaba los labios muy pintados. Al verme, me apunt¨® con el dedo al tiempo que dec¨ªa: "Deseng¨¢?ate, hijo, eres como tu padre: nunca has servido para vivir solo". No se me habr¨ªa ocurrido que los vivos se pudieran aparecer, pero me dio tal c¨²mulo de detalles que logr¨® sugestionarme. De hecho, ten¨ªa ganas de ir al ba?o, pero me aguant¨¦. Y cuando le ped¨ª una cerveza, y dijo que me sirviera yo mismo, renunci¨¦ por miedo a abrir la nevera y encontrar dentro a dos locos conversando.
Al amanecer nos quedamos dormidos, ¨¦l sobre el sof¨¢ y yo sobre la hamaca sapiens. Nos despertamos a media ma?ana y decidimos no ir a trabajar ninguno de los dos. Daba gusto, pese a la decoraci¨®n, circular por el apartamento a plena de luz del d¨ªa, sin miedo a o¨ªr voces ni a tropezar con la madre rubia y pintarrajeada de Vicente.
Comimos juntos all¨ª mismo unas conservas y entonces me propuso que me fuera a vivir con ¨¦l.
-?Est¨¢s loco? -le dije-. Yo tengo un perro y un equipo de m¨²sica que no cabr¨ªa en tres apartamentos como ¨¦ste. Adem¨¢s, a m¨ª me gusta vivir solo. Vuelve a casa, con tu mujer y tus hijos.
Me mir¨® de forma algo desquiciada y entonces record¨¦ al Vicente de nuestra juventud, un loco que sin duda se salv¨® del psiqui¨¢trico gracias al matrimonio.
Comprend¨ª entonces que su mujer hab¨ªa contenido la locura acumulada en aquella mirada durante todos estos a?os en los que pas¨® por un sujeto normal y pens¨¦ que Madrid estaba lleno de tipos as¨ª. Yo los ve¨ªa cada s¨¢bado y cada domingo en el centro comercial en el que desayuno. Se pasan horas en la tienda de la prensa, comprando a escondidas revistas pornogr¨¢ficas y libros de autoayuda. Y visten como una hamaca evolucionada, con ropas que no les van, aunque ellos creen que les hacen m¨¢s j¨®venes. Fue tal el terror que me inspir¨® Vicente, que esa noche no me atrev¨ª a entrar en el cuarto de ba?o de mi propia casa por miedo a que se me apareciera mi madre, o la suya. Y a las tres me despert¨¦ creyendo o¨ªr voces procedentes de la nevera.
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