La pol¨ªtica como negocio
"GIL, Grupo Independiente Liberal, necesita altos ejecutivos, profesionales con preparaci¨®n pol¨ªtica". Hojeando las p¨¢ginas salm¨®n de ofertas de empleo de EL PA?S me he topado con este anuncio que, de repente, me ha desvelado lo que me parece el rasgo m¨¢s caracter¨ªstico del GIL y que, hasta ese momento, no acababa de vislumbrar. Creo que lo t¨ªpico de este partido no es la demagogia de su fundador-propietario, ni su tendencia autoritaria, ni sus m¨¦todos poco ortodoxos para gestionar los poderes locales (tan poco ortodoxos que antes o despu¨¦s posiblemente supondr¨¢n el fin de su carrera pol¨ªtica, v¨ªa condena judicial). Lo t¨ªpico del GIL es algo previo a todo eso y quiz¨¢ tan evidente que no se suele se?alar: su concepci¨®n de la pol¨ªtica como negocio y la del partido, como empresa. Desde las primeras declaraciones de Jes¨²s Gil, diciendo que se presentaba a las elecciones de Marbella para salvar sus empresas y su "somos un partido gestor, sin ideolog¨ªa", hasta la reciente dimisi¨®n de varios concejales gilistas de Ayuntamientos en los que est¨¢n en la oposici¨®n porque no ganaban suficiente dinero, las hemerotecas est¨¢n llenas de pruebas de esa forma de pensar.Aunque a Jes¨²s Gil se le pueda tachar de personaje de otra ¨¦poca, su idea de la pol¨ªtica como negocio es algo nuevo, un claro enfrentamiento con la concepci¨®n de la pol¨ªtica como servicio p¨²blico. Se podr¨¢ argumentar que no es ninguna idea original, que ya en el catecismo de los industriales, Saint-Simon defend¨ªa en 1823 que los empresarios se encargaran de los negocios p¨²blicos, porque hab¨ªan demostrado su val¨ªa en los privados. Igualmente se dir¨¢ que Anthony Dows y su escuela llevan ya 40 a?os aplicando an¨¢lisis econ¨®micos a la democracia. Incluso en Espa?a hay quien ha considerado que los grandes partidos son empresas cuyos comit¨¦s ejecutivos act¨²an como consejos de administraci¨®n que incrementan o reducen plantillas seg¨²n les vaya en el mercado pol¨ªtico. Sin embargo, hasta donde conozco, no hay ning¨²n otro partido, ni dentro ni fuera de Espa?a, que ¨¦l mismo haya asumido expresamente la idea de la pol¨ªtica como negocio, por m¨¢s que aqu¨ª y all¨¢ algunos empresarios hayan dado el salto al mundo pol¨ªtico, incluso fundando sus propios partidos (Silvio Berlusconi y Ross Perot son los dos ejemplos que me vienen a la cabeza) y por m¨¢s que muchas personas hayan hecho de la pol¨ªtica su forma de vida.
Precisamente, creo que buena parte de la fuerza del GIL tiene su origen en el desfase entre el ideal socialmente dominante de la pol¨ªtica como servicio p¨²blico y la opini¨®n, tan difundida, de que los pol¨ªticos s¨®lo buscan su provecho particular: el GIL viene a decirle a los electores que ellos no esconden su inter¨¦s de hacer negocio, como los dem¨¢s; pero que, a cambio, ofrecen la eficacia de una empresa privada que resuelve los problemas locales (empezando por la limpieza y la seguridad). Cualquiera que haya tenido ocasi¨®n de hablar con votantes del GIL habr¨¢ observado no s¨®lo que no les importan los m¨¦todos heterodoxos para resolver la inseguridad ciudadana, sino que ante lo evidente de sus pr¨¢cticas ilegales, con m¨¢s de 60 denuncias ante los tribunales, se encogen de hombros y a?aden una frase del tipo "los otros robaban m¨¢s y encima no hac¨ªan nada".
Por eso, la t¨¢ctica de enfrentarse al GIL acus¨¢ndolo de corrupto ha dado tan poco resultado en las ¨²ltimas elecciones locales, como demuestra que ha sido el partido m¨¢s votado en casi todos los municipios donde se ha presentado. Las coaliciones poselectorales para cortarle el paso a algunas alcald¨ªas pueden no servir de nada dentro de cuatro a?os si los nuevos gobiernos municipales no consiguen actuar de forma tal que, primero, muestren una congruencia entre sus declaraciones de la pol¨ªtica como servicio p¨²blico y sus actuaciones concretas, y, despu¨¦s, realicen una eficaz gesti¨®n de los asuntos locales dentro de la m¨¢s estricta legalidad. Dici¨¦ndolo con t¨¦rminos tomados de Max Weber, al GIL hay que derrotarlo en las dos esferas sustanciales del poder p¨²blico, la de la legitimidad y la de la eficacia.
Agust¨ªn Ruiz Robledo, profesor titular de Derecho Constitucional de la Universidad de Granada
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