Lo que Alberti dijo de...
Una selecci¨®n de recuerdos del poeta gaditano a trav¨¦s de las p¨¢ginas de 'La arboleda perdida'
- La guerra civil
El primer recuerdo que Rafael Alberti dedica a la guerra espa?ola en La arboleda perdida es una acotaci¨®n metida entre los recuerdos de las primeras andanzas de su infancia. Alberti escribe en Par¨ªs de madrugada, mientras "Francia entera se apaga de pronto" y suenan "las sirenas de alarma y los primeros ca?onazos en la L¨ªnea Maginot". El poeta rememora su huida del pa¨ªs -"mi preciosa y desventurada Espa?a"-, emprendida el d¨ªa que Madrid -"nuestra dura, adorable, invencible capital heroica, asombro del mundo durante dos a?os"-, acaba de caer.De noche, Alberti llega a Elda con Mar¨ªa Teresa. All¨ª ve bailar una buler¨ªa a su amigo Modesto. ?sa va a ser su ¨²ltima visi¨®n de Espa?a en casi cuarenta a?os. Rafael y Mar¨ªa Teresa marchan hacia Or¨¢n: "Camino celeste, porque fui en avi¨®n, por los cielos del Mediterr¨¢neo". Y tambi¨¦n camino accidentado: "Nos perdimos; por poco si caemos en Melilla".
"Minutos despu¨¦s del nuestro, aterrizaba otro avi¨®n en el mismo aer¨®dromo, trayendo a Pasionaria. El coraz¨®n de Espa?a hab¨ªa sido vendido, traicionado de nuevo". Tres a?os antes, la rebeli¨®n lo hab¨ªa sorprendido en Ibiza. El poeta se vio obligado a esconderse en unas cuevas, huyendo del cerco de la Guardia Civil: desde ese d¨ªa, seg¨²n cont¨® a su regreso, en un homenaje, la palabra "isla" siempre fue para ¨¦l "trozo de tierra rodeado de agua y de guardias civiles".
- Federico Garc¨ªa Lorca
"?Noche inolvidable la de nuestro primer encuentro!". Escenario: la Residencia de Estudiantes. Gregorio Prieto los presenta. Alberti y Federico se conocen un d¨ªa de octubre de 1924. Lorca acaba de llegar de Granada: "Moreno oliv¨¢ceo, ancha la frente, en la que le lat¨ªa un mech¨®n de pelo empavonado; brillantes los ojos y una abierta sonrisa transformable de pronto en carcajada; aire no de gitano, sino m¨¢s bien de campesino; ese hombre, fino y bronco a la vez, que dan las tierras andaluzas": Alberti anda terminando Marinero en tierra, que al a?o siguiente va a ganar el Premio Nacional de Literatura. Federico derrocha simpat¨ªa: asegura conocerlo mucho a ¨¦l y a sus parientes granadinos; sabe, o cree, que Alberti pinta muy bien (en realidad, ha decidido ya colgar el pincel), y le encarga un cuadro que ¨¦l mismo titula por adelantado: Aparici¨®n de Nuestra Se?ora del Amor Hermoso al poeta Federico Garc¨ªa Lorca. El gaditano le aclara que es poeta -"aclaraci¨®n a la que apenas dio entonces importancia"-, pero acepta pintarlo. D¨ªas despu¨¦s le entrega el cuadro con un soneto.Esa noche hay cena en la residencia: Bu?uel, Moreno Villa, Pep¨ªn Bello, Alberti, Lorca y -se supone- Prieto. Tras la comida en "aquel jard¨ªn de la residencia, susurrado de ¨¢lamos", Federico se dispone a recitar.
Escribe Alberti: "Ten¨ªa fama de hacerlo muy bien. Y en aquella oscuridad, lejanamente iluminada por las ventanas encendidas de las habitaciones, comprob¨¦ que era cierto".
Lorca, a¨²n casi in¨¦dito, recita su ¨²ltimo romance gitano, reci¨¦n tra¨ªdo de Granada. Es el romance son¨¢mbulo: Verde que te quiero verde... Alberti, en la distancia de los a?os, parece emocionarse todav¨ªa: "Hab¨ªa magia, duende, algo irresistible en todo Federico. ?C¨®mo olvidarlo despu¨¦s de haberlo visto o escuchado una vez? Era, en verdad, fascinante: cantando, solo o al piano, recitando, haciendo bromas e incluso diciendo tonter¨ªas".
Pasadas las doce, Federico cierra una velada te?ida de sabor gitano: "Adi¨®s, primo".
- Salvador Dal¨ª (I)
Es el mismo a?o, 1924. "Apareci¨® un d¨ªa en la Residencia un joven flaco, bella y fina cabeza, de tostado color, y con un fuerte acento catal¨¢n. Federico, en una de mis espaciadas visitas oto?ales, me lo present¨®:-?ste es Salvador Dal¨ª, que viene, como ¨¦l dice, a estudiar en Madrid la carrera de pintor. (...)
-?La carrera de pintor! ?Ser¨¢ posible?
-S¨ª -respondi¨® Federico seriamente-. En la Real Academia de San Fernando. Le faltan dos a?os para terminarla. (...)".
Y explica Alberti: "El padre de Salvador, un buen notario de Figueres, deseaba que su hijo hiciese las cosas por sus pasos contados. La pintura era una carrera, como la notarial que ¨¦l profesaba, y hab¨ªa que dar examen durante cuatro o cinco a?os para obtener el t¨ªtulo. Y nada mejor que hacerlo de autoridad tan competente como la Academia de Madrid. En el fondo, puede ser que tuviera raz¨®n. (Como tambi¨¦n puede ser que parte del academicismo lamido, muerto, del actual Dal¨ª proceda de aquel tiempo...)".
- Dal¨ª (II), Pep¨ªn Bello y los putrefactos
"Salvador Dal¨ª, entonces, me pareci¨® muy t¨ªmido y de pocas palabras. Me dijeron que trabajaba todo el d¨ªa, olvid¨¢ndose a veces de comer (...). Cuando visit¨¦ su cuarto, una celda sencilla, parecida a la de Federico, casi no pude entrar, pues no sab¨ªa d¨®nde poner el pie, ya que todo el suelo se hallaba cubierto de dibujos. Ten¨ªa Dal¨ª una formidable vocaci¨®n, y por aquella ¨¦poca, a pesar de sus escasos veinti¨²n a?os, era un dibujante asombroso. Dibujaba como quer¨ªa, real o imaginado: una l¨ªnea cl¨¢sica, pura, una caligraf¨ªa perfecta que, aun recordando al Picasso de la etapa helen¨ªstica, no era menos admirable; o enmara?ados trazos ligeramente acuarelados, que presagiaban con fuerza al gran Dal¨ª surrealista de sus primeros a?os parisienses".Dal¨ª sol¨ªa describir sus cuadros, recuerda Alberti, "con cierta seriedad muy catalana, pero en la que se escond¨ªa un raro humor no delatado por ning¨²n rasgo de la cara, apareciendo all¨ª su innegable talento literario".
-Aqu¨ª est¨¢ la bestie, gomitando. (Se trataba de un perro, que parec¨ªa m¨¢s bien un rebujo de estopa". ?stos son dos guardias civiles haci¨¦ndose el amor, con sus bigotes y todo... (Efectivamente, dos manojos de pelos con tricornios se ve¨ªan abrazados sobre algo que suger¨ªa una cama). Y ¨¦ste es un putrefacto, sentado en el caf¨¦. (El dibujo era una simple raya vertical, con un fino bigotilo arriba, cortada por una horizontal que indicaba la mesa).
"Los putrefactos de Dal¨ª recordaban a veces la figura esquem¨¢tica de Pep¨ªn Bello, aquel simp¨¢tico y divertido residente que me hab¨ªa presentado Federico", sigue el poeta. "Hasta creo que eran una invenci¨®n de Pep¨ªn aprovechada por Dal¨ª con mucha gracia. El t¨¦rmino defin¨ªa lo caduco, lo pasado, lo muerto, y residentes y amigos lo aplicaban por doquier: hombres, mujeres, ancianos, ni?os, a la literatura, a la pintura, a las casas, a los objetos... "A todo cuanto imped¨ªa el claro avance de nuestra ¨¦poca".
Azor¨ªn, por ejemplo -"cosa injusta"-, era un putrefacto. Y AlfonsoXIII, y el Papa, lo eran ya entonces. M¨¢s tarde, cuando vendi¨® su alma a Franco, el propio Dal¨ª iba a engrosar esas filas.
- Gerardo Diego
Son las semanas posteriores a la concesi¨®n del Premio Nacional de Poes¨ªa por Mar y Tierra. Alberti va a cobrar las 5.000 pesetas del premio, y en la ventanilla del "horrible edificio" del ministerio encuentra a Gerardo Diego, que espera tambi¨¦n su parte del dinero, la del segundo premio."Un poeta de C¨¢diz y otro de Santander -dos polos opuestos- acaban de conocerse", dice Alberti, y sigue: "Desde aquel d¨ªa vi a Gerardo como ya lo vi siempre: t¨ªmido, nervioso, apasionado, raro y alegre a su manera, con algo de congregante mariano, de frailuco de pueblo".
- Jos¨¦ Bergam¨ªn
"Era Pepe uno de los innumerables v¨¢stagos de un ilustre, gracioso abogado malague?o, pol¨ªtico de la monarqu¨ªa. De ¨¦l, de don Francisco, hab¨ªa heredado (...) su muy extra?a y personal antibelleza, su divertido y a¨²n m¨¢s enrevesado ingenio, temible a veces, como navaja andaluza tirando al bajo vientre".Marcha el poeta con las flores y las hip¨¦rboles: "Leal a su pensamiento, a sus amistades, hasta la m¨¢s extremada exageraci¨®n, como se debe ser; igualmente exagerado a la hora de la enemistad, como tambi¨¦n se debe ser; cat¨®lico especial, de los que nuestra Santa Inquisici¨®n hubiera condenado, y varias veces; enemigo de la dictadura reinante, zaherida por ¨¦l en puntiagudos aforismos, en raras piezas teatrales imposibles de representar; su relojer¨ªa del idioma era ya tan complicada, o m¨¢s, que la de Quevedo; poeta conceptuoso, dif¨ªcil, nuevo e inextricable hijo de la selva de los siglos de oro, enzarzaba sonetos dignos (...) de la m¨¢s rigurosa antolog¨ªa; uno de los escritores m¨¢s peregrinos y laber¨ªnticos de mi generaci¨®n".
- Azor¨ªn y Juan Ram¨®n
Desde Bergam¨ªn a su admirado amigo, y admirador y descubridor y paisano, Juan Ram¨®n Jim¨¦nez, salta Alberti de un brinco. La semblanza de Juan Ram¨®n, recogida por el poeta de alba melena de un cap¨ªtulo de otro libro suyo de memorias -Mi primera imagen-, transcurre a lo largo de siete p¨¢ginas desternillantes, abiertas con una perla de lirismo adolescente: "?Qu¨¦ extra?a mezcla de alegr¨ªa y miedo me produjo de pronto el sentirme en presencia de aquel hombre admirado, negra y violenta la barba en su perfil de ¨¢rabe andaluz, levantado a mis ojos en el descenso de la tarde!".El poema en prosa da pie al relato de varios y variopintos episodios donde asoma cruda y reconcentrada la "extraordinaria gracia y mala sangre andaluza" de Juan Ram¨®n.
Babelia
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