El abrazo de Lutero
AUNQUE SEA con enorme retraso, la Iglesia cat¨®lica est¨¢ dando algunos pasos significativos para rectificar errores hist¨®ricos clamorosos. Lo hizo primero con Galileo, a quien pidi¨® perd¨®n con varios siglos de retraso, y acaba de llegarle la hora a Lutero, cuya excomuni¨®n ha sido levantada por medio de un documento firmado conjuntamente con representantes de la Iglesia luterana en Augsburgo, la ciudad alemana donde se hizo p¨²blico el anatema hace 478 a?os. Este primer paso hacia la reconciliaci¨®n de cat¨®licos y protestantes ha obligado a Roma a aceptar la tesis de Lutero de que la salvaci¨®n no se obtiene a trav¨¦s de donaciones a la Iglesia. La Iglesia cat¨®lica empieza a cumplir as¨ª, con cuarenta a?os de retraso, el mandato del Concilio Vaticano II para buscar la unidad de las confesiones cristianas. Este ejercicio de aperturismo es lo que con frecuencia demandan las sociedades laicas a una confesi¨®n religiosa que cuenta con cientos de millones de seguidores.El luteranismo, sin llegar a encastillarse en la teor¨ªa de la predestinaci¨®n universal, m¨¢s propia del calvinismo, sosten¨ªa que la salvaci¨®n era s¨®lo fruto de la gracia divina, lo que se llama la justificaci¨®n por la fe. Roma, en cambio, sin orillar del todo la gracia, establec¨ªa el fuerte conducto de las obras para merecer el cielo. Y dentro de ese cap¨ªtulo conced¨ªa especial peso a las donaciones traducidas en bulas e indulgencias, que en la versi¨®n aplicada a comienzos del siglo XVI era una forma de ganarse el cielo a plazos.
Lutero se alz¨® contra ese mercadeo, que ten¨ªa en el sacramento de la confesi¨®n su m¨¢s astuta contabilidad, porque en la penitencia se pod¨ªa poner un precio al para¨ªso. La Iglesia cat¨®lica admite ahora que la gracia es esencial para salvarse, aunque sigue manteniendo el papel de las obras, entendidas hoy en t¨¦rminos de buena conducta y no de d¨¢divas. El luteranismo, que, a falta de una Roma jer¨¢rquica, se agrupa en la Federaci¨®n Mundial de Iglesias Luteranas, con sede en Ginebra desde 1947, se suma a esa concepci¨®n.
El paso ecum¨¦nico es importante, pero, aparte de que ha costado m¨¢s de veinte a?os de conversaciones llegar a ¨¦l, ni remotamente equivale, con todo, a la reuni¨®n de las iglesias, ni tampoco al sometimiento de Ginebra a Roma. Falta a¨²n mucho por caminar para la reunificaci¨®n del mundo cristiano, como que el pontificado se pliegue al matrimonio de los sacerdotes o a la ordenaci¨®n de la mujer, que el protestantismo acepta, por citar s¨®lo aquellos obst¨¢culos m¨¢s pol¨ªtico-sociales que puramente doctrinales.
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