El amor por el desastre
Despu¨¦s de la novela, despu¨¦s de los libros de viajes, la novedad es la literatura del desastre. En 1996, la editorial Norton pag¨® cinco millones de pesetas por La tormenta perfecta, la obra sobre un naufragio de Sebasti¨¢n Jungler. Este a?o, despu¨¦s de haberse contrastado el ¨¦xito de otros relatos semejantes, desde la tr¨¢gica escalada del Everest que escribi¨® Jon Krakauer, hasta el efecto de un tif¨®n que describe Gordon Chaplin, la casa Viking ha entregado 220 millones de pesetas como pago por una nueva historia del Essex, el barco del naufragio que se produjo a cargo de una ballena y que inspir¨® la novela Moby Dick.La atracci¨®n por el desastre no es, en absoluto, un fen¨®meno contempor¨¢neo, pero el siglo acaba en medio de una decepci¨®n crucial. No s¨®lo no se han cumplido los repetidos pron¨®sticos sobre una Gran Depresi¨®n en los ochenta o en los noventa; tampoco ha sobrevenido la Tercera Guerra Mundial, seriamente temida durante m¨¢s de diez a?os.
La v¨ªspera del 2000 resulta, adem¨¢s, especialmente decepcionante en t¨¦rminos milenaristas, que ni siquiera han corroborado alguna tesis b¨¢sica del Apocalipsis o de Nostradamus.
Considerados en conjunto, los mayores desastres que han tenido lugar, en vez de registrarse en tama?os proporcionales al estadio de la globalizaci¨®n, se han producido por fragmentos, e incluso tienden a reproducirse: es el caso de los terremotos turcos o mexicanos, genocidios africanos, que, como ocurre con los mercados de valores, ya han descontado en sus informativos los medios de comunicaci¨®n de masas.
El mundo padece guerras, plagas y hambrunas, es pasto de incendios y huracanes, pero la escala de la visi¨®n es mucho mayor hoy que la escala de los desastres locales, y el efecto se apaga enseguida. En realidad, todo cuanto ocurra de tama?o inferior a un exterminio continental, una invasi¨®n extraterrestre o un fin del mundo nuclear, parecer¨¢ fugaz o intrascendente.
Para que la naturaleza de un desastre desarrolle hoy su potencia total, pero sin acabar a la vez con el planeta, es necesario que concentre la m¨¢xima densidad sobre unos pocos individuos. Es decir, as¨ª como sucede en la pel¨ªcula Titanic, cuyo argumento acaba concentrado en una sola pareja de amantes, de la misma manera todas las cat¨¢strofes eficaces ser¨¢n las que afecten a un personaje, a una tripulaci¨®n, a una familia o a un pu?ado de excursionistas, oficinistas o veraneantes.
De esto se alimentan las actuales pel¨ªculas e historias de terror, y de ah¨ª se derivan los nuevos libros de ¨¦xito sobre el desastre. Desde hace a?os se difunden v¨ªdeos con secuencias de la agon¨ªa de algunas v¨ªctimas de inundaciones, vendavales, naufragios o maremotos. El mar o las aguas, en general, son las im¨¢genes m¨¢s comunes, a causa del ritmo m¨¢s lento con el que provocan muertes y el tiempo que as¨ª procuran para la mejor observaci¨®n. Igualmente, los telediarios, fuera y dentro de Espa?a, se surten cada vez m¨¢s de sucesos en los que la c¨¢mara a¨ªsla la desesperada situaci¨®n de determinadas personas o familias condenadas a perecer unos minutos m¨¢s tarde.
Las interacciones con la hecatombe, las invocaciones para castigo de los enemigos ac¨¦rrimos o las conjuras para apartarlos de nosotros son eternas, pero hoy pueden ser, adem¨¢s, un producto de consumo. Contra la rutina propia de la vida diaria, contra el cumplimiento de los destinos, frente a la repetici¨®n del ciclo o, en el extremo, contra el vasto despliegue de la seguridad, p¨²blica y privada, reacciona el inter¨¦s por el desorden, el gusto por lo imprevisto, el recreo en la contemplaci¨®n singular de la tragedia.
En contra el canibalismo y sus indeseables efectos sociales, se han desarrollado mil formas de sublimaci¨®n e innumerables met¨¢foras sustitutorias, pero el instinto criminal persiste entre la especie. Ser¨ªa por consiguiente impensable en un desarrollo comercial moderno la ausencia de suministros que puedan colmar la renovada atracci¨®n por el desastre.
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