Pianista
NEGRITASUn viejo chiste, tan viejo que se ha transformado en leyenda, sostiene que para reconocer a un pianista de Motril no es menester indagar en su curr¨ªculo. Basta con observar c¨®mo se arrima al piano antes de acometer una sonata. Si el pianista es un ind¨ªgena genuino, en vez de acomodar la banqueta arrastra el pesado instrumento hasta colocarlo bajo sus codos. Antonio Salcedo, abogado y presidente de la Casa de Motril en Granada, es un escrupuloso recopilador de los chascarrillos sobre la rudeza de sus paisanos. Ignoro cu¨¢ntos pianistas hay en Motril, y si guardan fidelidad a la costumbre de arrastrar el instrumento como si fueran mozos de cuerda antes de acariciar el teclado, pero el halo del simb¨®lico pianista pas¨® el viernes por el auditorio Manuel de Falla cuando los ocupantes de un palco lateral extendieron una pancarta sobre el antepecho en la que ofrec¨ªan una somera felicitaci¨®n a Josep Pons por su premio Nacional de M¨²sica como director de la Orquesta Ciudad de Granada.
"Los aficionados de Motril te felicitan", rezaba en la tela. La pancarta era de la misma calidad de las que suelen colocar los hinchas del f¨²tbol en la esquina del c¨®rner, o de la que extienden las adolescentes en los conciertos de sus ¨ªdolos. El saludo motrile?o fue una suma equilibrada de ternura y ruda galanter¨ªa. ?Qu¨¦ raro que el pueblo que da tales pianistas cr¨ªe las quisquillas m¨¢s refinadas de la pescader¨ªa!
Granada capital, en cambio, lo que parece criar cada Navidad son cr¨¦dulos, un tipo de converso que sigue una rara religi¨®n compuesta por n¨²meros, sue?os, combinaciones y acontecimientos estrafalarios. Desde que hace dos a?os cayera sobre la ciudad el premio principal de la loter¨ªa los pros¨¦litos aumentan en progresi¨®n aritm¨¦tica. Como un recuerdo de aquel premio ha quedado para la eternidad una fila perenne de creyentes frente al cub¨ªculo del lotero. Un servidor ha llegado a sospechar, a causa de la fidelidad de la cola, que sus miembros son maniqu¨ªes que coloca el regente cada ma?ana para atraer a los compradores y que, al caer la noche, esconde con el mismo sigilo en un almac¨¦n.
Una ciudad que cree en un n¨²mero determinado y, lo que es peor, que da cr¨¦dito a los visionarios que predicen la fortuna, padece sin duda alguna extra?a enfermedad relacionada con la desesperanza y la melancol¨ªa.
ALEJANDRO V. GARC?A
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