LA CR?NICA Contra el optimismo JAVIER CERCAS
Igual que cada ma?ana, me levanto exultante y, despu¨¦s de que mi hijo acabe de ver en la tele el episodio de Doraemon ("Somos los ni?os de la tierra, / todos juntos construimos / una ciudad de maravillas y felicidad"), lo meto en el coche para llevarlo al colegio. Por quinta vez en las ¨²ltimas dos semanas, el coche no arranca, pero, como soy un optimista incurable, en vez de echarme a llorar sobre el volante llamo a un taxi. En el taxi suena una canci¨®n de Simon y Garfunkel que hace 20 a?os que no escuchaba y que habla de la soledad de un boxeador medio sonado que empuja su fracaso por el invierno de una ciudad extra?a. Dejo a mi hijo en el colegio y me voy a trabajar. Al entrar en la clase ya he decidido que, dado que la Navidad est¨¢ al caer, voy a explicar un art¨ªculo de Larra que sarc¨¢sticamente -porque en ¨¦l se habla de una noche atroz- se titula La Nochebuena de 1836, un art¨ªculo trist¨ªsimo que le p¨¨re ¨¤ nous tous escribi¨® apenas dos meses antes de volarse la tapa de los sesos de un pistoletazo, y donde se diagnostica a s¨ª mismo la enfermedad que le tiene ebrio de deseos y de impotencia: el optimismo; es decir, la absurda e incurable esperanza de que no estamos aqu¨ª para ser desdichados. Mientras sigo explicando el art¨ªculo, advierto que en el aula se ha formado un guirigay fabuloso (un grupo de chicos ha montado una timba de butifarra; una anciana saca de un neceser las agujas de hacer punto; un grupo de chicas razona a grito pelado los encantos de Brad Pitt), pero decido seguir con Larra, m¨¢s que nada porque acabo de descubrir en primera fila a mi ¨²nico oyente, una chica bell¨ªsima que atiende a mis explicaciones con ojos de asombro. Por fin acaba la clase. "Es incre¨ªble", oigo suspirar en el pasillo. "Es la clase m¨¢s aburrida a la que he ido en mi vida". Entonces me vuelvo y reconozco a la chica asombrada y bell¨ªsima de la primera fila.Voy a comer. En el restaurante me encuentro con el fil¨®sofo Josep Maria Ruiz Sim¨®n, que acaba de publicar un libro sobre Ramon Llull. Como es una persona educada, me pregunta c¨®mo estoy; como soy una persona educada, le miento, pero a media comida me derrumbo y, en vez de echarme a llorar encima de los macarrones, le hablo de Larra y de Brad Pitt y de la incurable enfermedad del optimismo. Para darme la raz¨®n, o para consolarme, Ruiz Sim¨®n me pregunta entonces si conozco la teor¨ªa de la propina. Asombrado por el hecho de que ya en la ¨¦poca de Llull se estilaran las propinas, le digo que no. "La teor¨ªa no es de Llull, que era un optimista", me corrige, "sino de Pla". Seg¨²n ella, en esta vida todo lo que no es cat¨¢strofe es propina. Damos a la llave de contacto y el coche arranca: propina. Damos una clase y alguien atiende: propina. El optimista cree que hemos venido aqu¨ª a ser felices; el pesimista, que hemos venido aqu¨ª a evitar todas las cat¨¢strofes posibles y a cobrar todas las posibles propinas. Por eso el pesimista vive instalado en el contento y la tranquilidad; el optimista, en el desasosiego y la desdicha.
Dice Chesterton que hay dos tipos de personas: las que dividen a las personas en dos tipos y las otras. Mientras voy a buscar a mi hijo al colegio me entretengo dividiendo a la gente en optimistas y pesimistas. Ambrose Bierce, por ejemplo, era m¨¢s optimista que Larra y que Llull, pero no m¨¢s que Doraemon, y por eso dio la siguiente definici¨®n de la palabra a?o: "Periodo de 365 decepciones". En cambio, Ricardo Reis, que sospecho que era m¨¢s pesimista que Ruiz Sim¨®n, pero no m¨¢s que Pla, escribi¨®: "Si nada esperas, cuanto te depare el d¨ªa, por poco que sea, ser¨¢ mucho". Recojo a mi hijo en el colegio y, al llegar a casa, le anuncio que no va a volver a ver en su vida un solo episodio de Doraemon, ese enfermo de optimismo. Para resarcirme de las injurias del d¨ªa, por la noche, y dado que la Navidad est¨¢ al caer, a punto estoy de poner en el v¨ªdeo ?Qu¨¦ bello es vivir!, que es la pel¨ªcula m¨¢s optimista del m¨¢s optimista de los directores de Hollywood, pero rectifico a tiempo y pongo una pel¨ªcula de Huston que sarc¨¢sticamente -porque en ella se habla de una ciudad atroz- se titula Fat city, lo que podr¨ªa traducirse por ?Menuda ciudad! o, mejor a¨²n, por Una ciudad de maravillas y felicidad, y mientras veo esa pel¨ªcula trist¨ªsima me acuerdo del boxeador de Simon y Garfunkel y de Larra, que vivi¨® r¨¢pido y muri¨® joven y dej¨® un cad¨¢ver bonito, y me digo que Huston tiene raz¨®n, que todos nosotros, que vivimos con exasperante lentitud y seguramente moriremos viejos y dejaremos un cad¨¢ver apestoso, acabaremos como ese par de boxeadores, fracasados y solos y medio sonados en una ciudad atroz, orinando sangre antes de salir al ring, ebrios de deseos y de impotencia, peleando a muerte con nuestra propia sombra en un estadio vac¨ªo. Y todo lo dem¨¢s es propina.
Mientras veo Fat city me digo que Huston tiene raz¨®n, que todos nosotros acabaremos como ese par de boxeadores, fracasados y solos en una ciudad atroz.
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