Varas de medir
EN 1997, el Gobierno del PP lanz¨® acerbas cr¨ªticas contra sus antecesores socialistas por un supuesto agujero en los Presupuestos Generales del Estado de 721.000 millones de pesetas. Con gran pompa anunci¨® el vicepresidente Rato la aprobaci¨®n de leyes y normas presupuestarias que iban a impedir en el futuro el desbordamiento incontrolado de los gastos y a imponer una estricta disciplina a los cr¨¦ditos extraordinarios. Dos a?os despu¨¦s, el Tribunal de Cuentas dictamina en su informe sobre los Presupuestos de 1997, los primeros gestionados ¨ªntegramente por el PP, que hay 466.000 millones "mal contabilizados, indebidamente periodificados o sin contabilizar"; es decir, unos criterios similares a los que sirvieron para calificar de agujero los dineros presupuestarios mal contabilizados por los Gobiernos de Gonz¨¢lez.El Ministerio de Econom¨ªa ha negado oficialmente la existencia de un agujero presupuestario; pero si no lo son los 466.000 millones mal contabilizados en 1997, tampoco lo eran los 721.000 millones denunciados por Rato en 1996; porque, aunque la naturaleza de las distracciones contables sea distinta, su objetivo es el mismo: maquillar el d¨¦ficit p¨²blico mediante argucias contables. Y, si bien es cierto que los Gobiernos entre 1982 y 1996 practicaron profusamente el deporte de despejar hacia el a?o siguiente gastos sin contabilizar -como, por otra parte, era moneda com¨²n en sus predecesores-, tambi¨¦n lo es que el equipo econ¨®mico actual ha alcanzado fronteras de contabilidad creativa dif¨ªciles de superar. Baste recordar la inversi¨®n en infraestructuras que se paga a la conclusi¨®n de la obra, la sustituci¨®n del endeudamiento de las empresas p¨²blicas por avales o la utilizaci¨®n del dinero ingresado por privatizaciones para financiar el grupo empresarial p¨²blico y evitar que las p¨¦rdidas de las empresas ruinosas aparezcan en el Presupuesto.
El Gobierno ha utilizado dos varas de medir las irregularidades presupuestarias: las de sus antecesores eran un agujero, y las propias, meras discrepancias contables. Lo m¨¢s inquietante es que, a pesar de sus promesas de autocontrol del gasto, las cuentas p¨²blicas siguen ofreciendo un grado de discrecionalidad inaceptable cuando se han adquirido en el altar del euro compromisos de estabilidad presupuestaria. El Ministerio de Econom¨ªa, como demuestra el Tribunal de Cuentas, no ha acabado con la arbitrariedad; simplemente la ha cubierto con un nuevo disfraz.
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