?Los hechos mienten?
"Los hechos mienten". La primera vez que se lo o¨ª de viva voz a Adorno -en aquel momento la gran luz de la Teor¨ªa Cr¨ªtica- fue en clase, en el aula m¨¢xima de la Goethe Universit?t (Frankfurt a.M.). No, no era s¨®lo una de las paradojas que gustoso insertaba en su discurso de profesor y esteta, sino que le ven¨ªa de veinte a?os atr¨¢s: en 1937, despu¨¦s del cierre del Institut f¨¹r Sozialforschung y de la forzosa emigraci¨®n de sus miembros y de la incautaci¨®n nazi de sus m¨¢s de sesenta mil vol¨²menes, Horkheimer -en el famoso art¨ªculo Teor¨ªa tradicional y teor¨ªa cr¨ªtica- hab¨ªa arremetido contra la vigente concepci¨®n de la ciencia, que har¨ªa depender su validez de que las proposiciones derivadas de ella estuvieran en conformidad con los hechos. Horkheimer se hab¨ªa rebelado contra una ciencia del hombre que practicaba un mimetismo est¨¦ril y copiaba servilmente el m¨¦todo de las ciencias naturales, simplemente porque su deslumbrante seguridad y su aparato matem¨¢tico causaban la envidia de fil¨®sofos y soci¨®logos. Ah¨ª acusa a la teor¨ªa tradicional de no enterarse de que los hechos sociales, y hasta los mismos sujetos que los observan, est¨¢n constituidos por un proceso hist¨®rico y contaminados por ¨¦l. Por eso "mienten", porque su contaminaci¨®n, como corteza gigante, oculta una superior realidad.A la luz de c¨®mo los cr¨ªticos de Frankfurt analizaban la "mentira" de hechos sociales del capitalismo o la "mentira" del llamado "centrismo democr¨¢tico" del PCUS, ?no valdr¨ªa la pena fijar por un momento la mirada en un hecho pol¨ªtico-social de hoy, capaz de "mentir" a lo teor¨ªa cr¨ªtica? Est¨¢ ah¨ª, flamante, la gran marcha hacia la tercera v¨ªa (autodeclarada como centro) de la socialdemocracia anglogermana y la marcha de la derecha, tambi¨¦n la espa?ola, hacia el centro. Est¨¢ de moda. Otra vez est¨¢ de moda.
Ahora han sido Blair, el premier del Reino Unido, y -muy apoyado en ¨¦l- Schr?der, el Kanzler de Alemania, quienes la han convocado a la escena europea. El texto de la proclamaci¨®n -a pesar del tufo electoralista que desped¨ªa la fecha del 8 de junio- ha provocado por doquier reacciones en pro y en contra que atestiguan su appeal pol¨ªtico, tanto en las elecciones al Parlamento Europeo como en las elecciones alemanas regionales (en los l?nder) y, sobre todo, en las filas del socialismo franc¨¦s. Su apelaci¨®n a la tercera v¨ªa subraya, aunque sea por pura tautolog¨ªa, el af¨¢n por diferenciarse como tercera de las otras dos v¨ªas predominantes: una, la v¨ªa obviamente de la derecha, que, m¨¢s conservadora en el Reino Unido que en Alemania o incluso que en la misma Espa?a, viene inspirada desde atr¨¢s por un capitalismo de fondo, por su ansia de beneficio -condensado en dinero contante-, sigue encastillada en su autoritarismo como cargada siempre de raz¨®n, sin afrontar con eficacia las crecientes y cada vez m¨¢s inhumanas desigualdades, y dos, la izquierda, la "vieja y obsoleta" izquierda, que, absorta en sus ideales irrenunciables y en sus reivindicaciones sociales (ut¨®picas o no, con o sin Sitz im Leben), a menudo se ha estrellado contra algunas leyes end¨®genas de la econom¨ªa, como la que hace depender intr¨ªnsecamente el mecanismo de producci¨®n de la renta del mecanismo de su distribuci¨®n o la que marca l¨ªmites al gasto presupuestario viable y eficaz si no se sustenta desde la adecuada producci¨®n y el imprescindible ahorro. Todo ello se ha traducido m¨¢s de una vez en peor utilizaci¨®n de recursos y, con dolorosa experiencia, en imposibilidad de igualaci¨®n social hacia arriba. Esta tercera v¨ªa de ¨²ltima hornada recupera con decisi¨®n para la sociedad civil -por delante del Estado- la titularidad del ser pol¨ªtico y el protagonismo econ¨®mico y cultural; con ello, la defensa de la iniciativa privada, del mercado libre y, all¨¢ en el fondo, la vigencia del principio de subsidiariedad (tan acentuado por el Gobierno conservador en el Tratado de la Uni¨®n Europea -Maastricht-), que limita la intervenci¨®n de una instancia superior a los momentos de insuficiencia de la inferior.
Ante estas formulaciones de fondo de la tercera v¨ªa anglogermana, ?es de extra?ar la poderosa reacci¨®n, n¨ªtidamente enfrentada, desde el seno del socialismo franc¨¦s m¨¢s pr¨®ximo a Jospin? No entra de lleno en el tema de esta p¨¢gina, pero perm¨ªtaseme una alusi¨®n: el socialismo franc¨¦s -y toda la Francia profunda- se resiste a relegar al Estado a un papel subsidiario, alejado del n¨²cleo del cosmos social. El Estado deber¨¢ seguir siendo el supremo garante de que cada ciudadano encuentre su ubicaci¨®n en la sociedad. La alarma francesa salta tambi¨¦n al afrontar el "mercado libre". A muchos de mente liberal siempre nos ha parecido un formidable instrumento econ¨®mico, sin duda absolutamente necesario y, a la vez, manifiestamente insuficiente. Los socialistas franceses parecen ir m¨¢s lejos y, aunque le reconocen como "incomparable fuente de riqueza", advierten de que ese mecanismo de la libre oferta y libre demanda, con frecuencia insoportable, conduce a lo injusto y a lo irracional. Por eso insisten en "s¨ª a la econom¨ªa de mercado, no a la sociedad de mercado". Hay valores en la democracia no sometibles a la l¨®gica del mercado ni a la del beneficio como art¨ªfices ¨²ltimos de la sociedad: la protecci¨®n social no puede abandonarse en manos privadas -eso ser¨ªa dejaci¨®n injustificable-, sino que ha de instalarse en el centro mismo del ser social, constituirse en supremo s¨ªmbolo tanto de una sociedad "altamente" solidaria como del quehacer clave del Estado. Frente al influjo que las reflexiones de Anthony Giddens, de modo particular en sus libros Beyond Left and Right y The third way, han injertado a la nueva tercera v¨ªa, no faltan entre los socialistas franceses quienes est¨¢n persuadidos de que su socialismo ya hab¨ªa evolucionado hacia el aut¨¦ntico centro.
Homologable con esta marcha de la socialdemocracia anglogermana hacia el centro, estamos siendo testigos en Espa?a (y ya con anterioridad en varios pa¨ªses) del proclamado viraje de la derecha, del partido de la derecha en el poder, tambi¨¦n hacia el centro: a tenor de la doctrina oficial de su ¨²ltimo congreso, as¨ª ser¨¢. Es tema conocido y comentado: m¨¢s consenso y no rodillo parlamentario, m¨¢s di¨¢logo desde la moderaci¨®n, un gui?o a la preocupaci¨®n social (injerto de lo privado en lo p¨²blico o al rev¨¦s), s¨ª a la libertad real de expresi¨®n y no a la manipulaci¨®n de grupos de comunicaci¨®n, igualdad de oportunidades (no hay unanimidad en la f¨®rmula), transparencia administrativa y un largo etc¨¦tera que aqu¨ª no se va a analizar.
La pregunta clave abierta desde el mismo t¨ªtulo es si tanto uno como otro viaje al centro constituyen uno de esos hechos sociopol¨ªticos que mienten, no precisamente por cumplir o no sus promesas y programas centristas, sino por nacer contaminados, seg¨²n la expresi¨®n de Horkheimer. Nadie duda de que es absolutamente l¨ªcita la tentativa por conquistar el centro, el supuesto Dorado de los votos, ni nadie duda de que sea posible y aceptable una honda conversi¨®n o cambio de convicciones pol¨ªticas. No se trata de nada de eso.
Nacer contaminado significar¨ªa que el viaje al centro est¨¢ guiado radicalmente por la raz¨®n instrumental (la de la racionalidad exclusiva de medio-fin) y no por la raz¨®n clave, la m¨¢s absolutamente humana (la de la racionalidad de fines). La raz¨®n instrumental funciona como obsesa por descubrir y manejar los medios m¨¢s eficaces para el logro de unos fines, su racionalidad medio-fin ha sido exhaustivamente calculada, pero su racionalidad plena desde y para la persona humana ni siquiera se ha planteado en serio. En cambio, la otra raz¨®n, la radicalmente humana, tiene como funci¨®n primordial, tan sublime como hoy menguada, la de definir en teor¨ªa y praxis -en lo ¨¦tico y moral- fines adecuados a la constituyente dignidad de la persona humana. Se trata de un criterio de descontaminaci¨®n de orden filosoficosocial, inevitablemente ¨¦tico, que exige la fina tarea de perforar una y otra vez la deshumanizante corteza de cada hecho social en busca de si responde o no a las exigencias de la persona humana. Seg¨²n los cr¨ªticos de Frankfurt, la preeminencia en la realidad del mecanismo de la raz¨®n instrumental desemboc¨® hist¨®ricamente en dos barbaries paralelas antihumanas. Sin llevar el pensamiento a ese extremo (hoy impensable ni desde la izquierda ni desde la derecha), cabe interrogarse, en el aceptado marco de nuestras democracias europeas, si no hay hechos que mienten, si el viaje de la izquierda al centro ?hacia la derecha? o el viaje de la derecha al centro ?hacia la izquierda? es algo m¨¢s que una operaci¨®n instrumental de puro marketing, de conquista de votos fronterizos utilizando se?uelos centristas. ?S¨®lo camuflaje o autenticidad?
La izquierda, lanzada a la conquista de los votos de su centrista tercera v¨ªa, podr¨ªa olvidar y hasta ocultar espont¨¢neamente -ser¨ªa su mentira- que la persona humana tiene prioridad de naturaleza sobre la sociedad, sobre toda instituci¨®n, tiene raz¨®n de fin en s¨ª misma (Kant) y no puede utilizarse jam¨¢s como medio para ning¨²n fin extr¨ªnseco. La derecha, autoconvencida de su necesidad de invadir el centro, al instrumentar su centrismo podr¨ªa dar cobijo por instinto a ciertos concomitantes excesivos del hoy designado como pensamiento ¨²nico, que, pese a su inmensa eficacia -y ser¨ªa su mentira-, no ha saldado una duradera deuda con la justicia social: me consta que es t¨¦rmino no aceptable para m¨¢s de uno, pero que hace al menos formulable la alarma ante las desigualdades sociales, d¨ªa a d¨ªa m¨¢s lacerantes e inhumanas. No habr¨ªa de pasarse por alto que el centro no es un resultado de limar protuberancias y rellenar vac¨ªos, no es un lugar geom¨¦trico equidistante de extremos, sino el h¨¢bitat propio de la persona humana: de ah¨ª, de la aut¨¦ntica entra?a de su ser individual y social, podr¨¢n brotar aperturas para su realizaci¨®n m¨¢s hacia la derecha o la izquierda.
A nadie se le escapa que el dise?o, preciso, de fines conformes con la dignidad humana en el proceso siempre cambiante de la sociedad, es tarea en s¨ª misma ardua, que provocar¨ªa enfrentamiento de concepciones del hombre, su libertad, su raz¨®n, su sociabilidad (?insociable?, otra vez Kant). Cuanto m¨¢s positivista sea uno, m¨¢s proclive se sentir¨¢ a dar por zanjadas preguntas de otro sabor filos¨®fico, pero los de la Teor¨ªa Cr¨ªtica no eran positivistas y siempre ten¨ªan presente la inquietante cuesti¨®n de corte adorniano de si se puede ser de veras soci¨®logo sin ser de veras fil¨®sofo.
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